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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

Una república inacabada y en crisis

“LA MONARQUÍA DEGENERA HACIA LA TIRANÍA; LA ARISTOCRACIA QUE LA DERROCA, HACIA LA OLIGARQUÍA; Y LA DEMOCRACIA QUE PRETENDE CORREGIR LOS EXCESOS OLIGÁRQUICOS, HACIA LA VIOLENCIA Y EL CAOS: LA OCLOCRACIA.”


“Lo que hace clamar, de nuevo, por otro tirano, repitiendo un trágico ciclo sin fin. Por eso la República Romana fue tan exitosa y duradera, destinada a conquistar el mundo: porque combinó elementos de los tres sistemas, equilibrando a unos con los otros.” – Polibio de Arcadia (200-118adC), historiador de Roma, de origen griego, escribiendo durante el apogeo de la República. Posteriormente, sus escritos fueron de enorme influencia entre los ideólogos de las Revoluciones Americana y Francesa del S.XVIII.


Quizá por su innegable dramatismo, la industria del entretenimiento, empezando con las obras de Shakespeare y exacerbada por las películas de Hollywood, le ha pintado al público una imagen de Roma que se centra en la debacle republicana que encarnó Julio César y en los excesos de algunos de los emperadores que lo sucedieron. Pero quizá las lecciones más relevantes de la Historia clásica para el mundo de hoy, son las que se desprenden del período inmediatamente anterior al “cruce del Rubicón” por el mercurial general romano de las películas. Roma fue, originalmente, una sociedad de granjeros, de ciudadanos-soldados, con instituciones que equilibraban a sus clases sociales y a sus divergentes intereses políticos, mediante la interacción de un Senado de patricios con una Asamblea Popular de plebeyos; una de cónsules vs. tribunos. Los dos cuerpos representativos delegaban las magistraturas ejecutivas y judiciales por períodos muy cortos, en comicios periódicos y competitivos, y por ello -según Polibio- esta sociedad fue, inicialmente, enormemente exitosa. La prosperidad a la que condujo la libertad de acción de sus ciudadanos, protegida por leyes promulgadas por su Legislatura bicéfala contra los caprichos de sus efímeros gobernantes y jueces, se tradujo, entre otras cosas, en un avasallador poderío militar, que resultó en la rápida expansión de sus dominios allende sus fronteras naturales.


Pero al devenir un imperio de facto sin adaptar sus instituciones a esa nueva condición, aquella república rompió sus equilibrios internos y entró en crisis. Las exigencias militares de su realidad imperial se tradujeron en guerras más prolongadas y más lejanas, al cabo de las cuales, aquellos ciudadanos-soldados regresaban a hogares desintegrados, con su hacienda en ruinas, forzados por la necesidad a vender sus propiedades para subsistir. Al buscar empleo en las ciudades o en los nuevos latifundios, se encontraban con que los generales y sus allegados, escogidos siempre entre el patriciado senatorial, habían retornado con enormes botines de guerra que les permitían no sólo comprar a granel las propiedades de sus propios soldados arruinados, sino también, con grandes cantidades de esclavos, que reducían las oportunidades de empleo de los veteranos rasos. Aquello devino, entonces, una sociedad inusitadamente desigual, y consiguientemente, otra vez inestable políticamente. Es en ese contexto que Tiberio Sempronio Graco, de ilustre familia patricia, propone reformas sociales profundas, esencialmente a través de repartir entre los veteranos rasos desposeídos, tierras estatales adquiridas por la clase senatorial en exceso de los límites legales existentes. La mayoría del patriciado, no obstante, ensoberbecida por el poder y las riquezas obtenidas tras las conquistas de Grecia y Cartago, no termina de aceptar que estas propuestas políticas se oficialicen en una nueva Ley Agraria, propiciando la muerte violenta de su principal promotor, en el año 133 adC. Cuando el hermano de Tiberio, Cayo Graco, recoge el lábaro caído e intenta continuar ese movimiento político, diez años después, sufre, trágicamente, una suerte similar. La sociedad romana queda entonces profundamente escindida entre los “optimales”, supuestos defensores de la libertad de empresa y la tradición, y los “populares”, seguidores de los ahora casi míticos hermanos Graco, promotores de reformas para reducir el abismo entre ricos y pobres. De aquel enfrentamiento político se llega a la Guerra Civil. Mario, un “hombre nuevo”, de próspera familia comerciante, pero no noble, tras una brillante carrera militar, abandera a los populares y termina imponiendo una vengativa y sangrienta dictadura reformista. Su éxito se apoya en permitir la conscripción de los desposeídos a la carrera militar, ofreciéndoles -contra una tradición en la que el servicio militar había sido un privilegio reservado sólo a propietarios- un sueldo estable y un retiro en el que serán dotados con nuevas propiedades agrícolas, de las tierras adquiridas por el expansionista Estado romano. De esa cuenta, las nuevas legiones romanas resultan siendo más leales a su general -de quien esperan sueldo y retiro próspero- que a la República. Pero la fórmula es luego copiada por el némesis de Mario, Lucio Cornelio Sula, abanderado de los optimales, quien unos años más tarde, encabeza una contra-revolución. Y Sula también termina imponiendo otra vengativa y aún más sangrienta dictadura conservadora, modificando las leyes a su antojo, hasta dejar una “república” hecha a su imagen y semejanza. A la muerte de ese dictador, Roma vuelve, titubeante, a intentar restablecer las fórmulas auténticamente republicanas. Es en ese mundo en el que “cuando una espada corta el vientre de su madre”, nace, “por cesárea”, Julio César, supuesto enviado del dios Marte...


La Historia clásica fue fuente de inspiración para los ideólogos de las revoluciones liberales del Siglo XVIII. Fue de su estudio que el barón de Montesquieu derivó lógicamente la fórmula de la separación de poderes (el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial), como parte esencial del Contrato Social explícito, la Constitución Liberal moderna. Y a través de Montesquieu y de las plumas de John Adams y Thomas Jefferson, entre otros, esa fórmula encarnó en la primera Constitución liberal real, la de los EEUU, en 1789. Pero la Historia Clásica no se detuvo con el magnicidio de Julio César y por consiguiente, dejó algunas lecciones más. Una de las más relevantes, la recogió Abraham Lincoln, tras estudiar “La Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” de Edward Gibbon, una de las lecturas obligadas de los autodidactas del siglo XIX. Aprendió Lincoln que la peligrosa desigualdad social extrema debe ser combatida creando deliberadamente a una gran clase media y por eso propició los “Homestead Acts”, a partir de 1862 (dotando de tierras estatales, eventualmente, a un quinto de la población norteamericana). Julio César había intentado de nuevo hacer las reformas buscadas por los populares y por ello también murió -famosamente- asesinado, en las gradas del Senado (destino similar al de Lincoln, asesinado, en un teatro, en 1865). Tras la nueva guerra civil que siguió al asesinato de Julio César, la República Romana dejó de existir, salvo como un romántico recuerdo legendario. Pero la dotación patrimonial con la que los nuevos gobernantes dotaron a sus soldados desposeídos, creó la primera gran clase media de la Historia y con ello una prosperidad nunca antes vista en aquel gigantesco imperio, lo que prolongó la vida civilizada por otro medio milenio. Así, Roma prosperó económicamente y gozó de una engañosa “paz romana”. Pero a la postre involucionó, con su Monarquía de facto, hacia nuevos despotismos, a veces ilustrados, a veces no tanto, y muchos, abominables. A fin de cuentas, aquello resultó insostenible y fatal y a fines del siglo V, vino el colapso final del Imperio Romano de Occidente. Siguieron mil años de oscuridad en Europa...


Las naciones que hoy son del primer mundo, son las que aprendieron las lecciones de la Historia clásica. A partir del S.XVIII, crearon repúblicas que limitan el poder de los gobernantes, pero también -a partir del S.XIX- crearon inmensas clases medias. De la única forma posible: (i) con dotaciones patrimoniales masivas; (ii) con una red de satisfactores sociales básicos, accesibles a la mayoría (salud, educación, seguridad y transporte público); y (iii) creando condiciones para que la inversión productiva generara ingresos crecientes para sus trabajadores. En la antigua América Española, estas lecciones nunca se asimilaron plenamente y aunque “del diente al labio” se adoptaron fórmulas republicanas, en la práctica se han preservado estructuras socio-económicas pre-modernas, semi-feudales. En Guatemala, por ejemplo, llevamos cuatro intentos fallidos de construir la República de todos los ciudadanos, partiendo de la pesada herencia de nuestra sociedad colonial bi-polar: (i) Tras 1821, adoptamos nuestra primera Constitución, la Federal, de 1824. Pero ésta fue abortada por los conservadores, con tal de preservar sus privilegios monopólicos en el comercio exterior, empequeñeciéndonos territorialmente y retrasando la vida social civilizada por medio siglo. (ii) Tras la revolución dizque “liberal”, promulgamos la Costitución de 1879, pero, hipócritamente, terminamos consolidando un semi-feudal Capitalismo de Plantación. (iii) La Constitución de 1945, tras la Revolución de Octubre, fue también abortada en 1954, “por temor al comunismo”. (iv) Y lo que tenemos a partir de la Constitución de 1985 es un engañoso sistema político, de apariencia democrática, pero diseñado para imponer la voluntad de “la mayoría de la minoría”, a través de permitir que nos gobiernen mafias “anticomunistas”, a cambio de licencia para ordeñar descaradamente al erario. No busca nuestro sistema los equilibrios que aconseja el largo registro histórico. Se basa en mantener el falso dilema entre “chairos y fachos”, para que el miedo nos orille a impedir cualquier reforma modernizante y siga prevaleciendo, como hasta ahora, el socio-económicamente estéril pensamiento ultra-conservador...


Se aproximan las elecciones y el régimen, aunque debilitado por luchas intestinas, de todas maneras se defiende. Sus más abiertos desafíos, por la izquierda y por la derecha, han sido descalificados para competir. Las ofertas auténticamente novedosas, las que buscan necesarios equilibrios, o se elimininan de antemano, o se combaten con la proliferación de opciones insulsas y con la cacofonía de nuestra inminente y cortísima temporada electoral. El régimen desoye las lecciones de la Historia y Guatemala se enfrenta a un pronóstico poco halagüeño...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 21 de Febrero de 2023"

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