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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

Un sistema político sin verdaderos Partidos Políticos

“Mientras bullen las aspiraciones y deseos de hombre, el hombre no escoje, sino yerra”- Johann Wolfgang von Goethe, en ‘Fausto’(1806), cavilando sobre sus encuentros con Mefistófeles.


En una república democrática que verdaderamente funcione, los partidos políticos representan y articulan las demandas al Estado de las corrientes de opinión que realmente existen en la sociedad. En el caso de Guatemala y partiendo de una interpretación conceptual sencilla de los resultados de “la primera vuelta” en la pasada elección general (2019), existen cinco grandes corrientes de opinión, que son las que deberían estar representadas -y no lo están con fidelidad- por partidos políticos dignos de tal nombre y que resumo a continuación.


(i) Los ultra-conservadores, que pretenden que las cosas no cambien en lo fundamental, pues ello podría resultar en grave peligro para la estabilidad de las prácticas sociales y económicas de la que sus intereses dependen. Aunque son aproximadamente sólo un 15% del electorado, sus partidarios provienen, mayoritariamente, de los grupos sociales con mayor acceso a la educación, a la información, al crédito y al control del aparato productivo, por lo que, de facto, gobiernan y han gobernado, directa o indirectamente (maestros en el arte de gobernar “por interpósita mano”), el 90% del tiempo, durante los últimos dos siglos. Se resisten al cambio y han permeado la cultura guatemalteca a tal punto, que consideran que sus intereses y los intereses de la Nación “son lo mismo”, lo que les hace proclives a justificar cualquier acción -u omisión- que promueva sus posturas, hasta el extremo de “mirar hacia otro lado” cuando la acción política se torne inmoral o violenta. Se definen no por una afirmación de sus verdaderas creencias (su fe en fórmulas autocráticas), sino por aquello contra lo que están, son nuestros furibundos “anti-comunistas”. Yo les llamo, por su origen histórico, “neo-aycinenistas”...

(ii) Los neo-leninistas, surgidos aquí en los 1960´s de una aguda frustración con la terca prevalencia del régimen ultraconservador, al que consideran -no tan equivocadamente- el origen de todos nuestros males. Inspirados por la Revolución Cubana de 1959, se alzaron en armas contra el Estado y fueron derrotados. Desde entonces, mutatis mutandis, “continúan la guerra por otros medios”, habiéndose insertado eficazmente en varios cuerpos sociales, en los que actúan como “durmientes”, a la espera del momento propicio (cuando “se den las condiciones objetivas y subjetivas”) para imponer sus mundialmente fracasadas y despóticas “soluciones”. Pese a la abrumadora evidencia histórica de que sus fórmulas no sirven, son guiados por intelectuales amargados que se nutren de la amplia insatisfacción social de los sectores desposeídos que están más conscientes de su predicamento. No creen en las instituciones republicanas “ni en la democracia burguesa”, son “anti-sistema”. Su profundo resentimiento les resta flexibilidad, pero aún así, dándoles quizá más crédito del que evidencian, aglutinan a, quizá, otro 15% del electorado.

(iii) Los social demócratas (o “centro-izquierda”). Dentro del 70% de electores que realmente no se sienten cómodos con ninguno de los dos grupos anteriores, una amplia gama de ellos cree que respetando las fórmulas republicanas (incluyendo, en particular, las elecciones democráticas) y sin abandonar completamente el sistema de economía de mercado, es necesario que el Estado tome un papel preponderante en la conducción económica del aparato productivo. En una democracia sana, políticamente estable a largo plazo, con sus diversas facciones cobrando relevancia relativa según su peso momentáneo dentro de las volubles preferencias del electorado, esta corriente de opinión debería usualmente alternarse en el poder con el siguiente grupo. Como sabemos, en Guatemala el 90% del tiempo no ha sido así. A falta de información estadística confiable, digamos que son la mitad de los “moderados”, es decir un 30/35% del actual electorado guatemalteco. A este grupo, por supuesto, los ultraconservadores “los meten en el mismo saco” que a los neo-leninistas, los califican de “comunistas de salón” y tratan de ridiculizarlos e invisibilizarlos. Ya están, no obstante, “alzando su voz”.

(iv) Los pan-liberales (o “Centro-derecha”). Son otro amplio arco que incluye desde conservadores inteligentes y moderados, hasta libertarios, pasando por distintas versiones del pensamiento liberal clásico. A diferencia del grupo anterior, esta corriente de pensamiento considera que el rol del Estado en la Economía -y en la sociedad- debe ser visto con mucha cautela, pues generalmente, pese a supuestas buenas intenciones, su acción termina siendo ineficiente y proclive a la corrupción. A diferencia de los ultra-conservadores, no obstante, están dispuestos a convivir, en incómodo equilibrio, con otras corrientes políticas, si tal co-existencia se da en el marco del respeto a las instituciones republicanas y en particular, si triunfan en procesos eleccionarios legítimos. Son vistos por los ultraconservadores como “tontos útiles”, ingenuos o débiles, “chairos de closet” y últimamente, “socialistas Gucci”; son frecuentemente ridiculizados y “boicoteados” en los círculos sociales (la pequeña burguesía, en términos marxistas) de donde mayoritariamente provienen. Como son, fundamentalmente, moderados, actúan con prudencia, pero ejercen su voto secreto conscientemente y son, digamos, el otro 30/35% del mayoritariamente moderado electorado chapín. Ya están empezando a alzar la voz, también. Y...

(v) Los “pancistas”, los que sólo se mueven para saciar los apetitos de su “panza”, aunque finjan ser otra cosa. No son un grupo estadísticamente significativo (un 5%, quizá), pero tienen una incidencia desproporcionada a sus números en la conducta política de nuestro cuerpo social. Son los cínicos operadores reales de nuestro mundillo político, los “listos”, con puntos de vista acomodaticios; los habilitadores -y beneficiarios- de una práctica política crecientemente “transaccional”. Típicamente, controlan los “vehículos electorales” formales.


Estas corrientes de opinión se manifiestan en todas las clases sociales, tanto en sus “bases naturales” como en otras clases en donde existen como parte del heterogéneo ideario “aspiracional” de los individuos. Sin embargo, la oferta política formal no las representa en proporción a su peso social real. De hecho, la mayoría de los electores no se siente representada por los “partidos” actualmente en la palestra. Sin participación masiva, sin democracia interna, sin ideario definido, nuestros partidos, con dos que tres incipientes excepciones, no son partidos...


Cuando en 1985 se escribieron las “reglas de juego” que aún nos gobiernan, hubo una “entente” pragmática entre los “oficiales del ejército que ganaron la guerra”, los “ex guerrilleros” que empezaron a pactar fórmulas de re-insersión en el sistema y “los grandes empresarios” (cuando el CACIF aún tenía verdadero poder). Los empresarios ultraconservadores, creyendo burlar a los otros dos grupos, concibieron un sistema en el que “el poder se compra”, asumiendo que como “ellos eran los del pisto”, conservarían el poder real que había sido desafiado y seguirían gobernando ininterrumpidamente. Ese sistema incluyó regulaciones anti-democráticas con varios propósitos políticos no confesados: (a) desalentar la auténtica “discusión política”, por peligrosa (y sustituirla por una corta temporada propagandísitica de cancioncitas y lemas “pegajosos”); (b) hacer difícil el surgimiento de movimientos políticos genuinos, pues eso pudiera resultar en verdaderos partidos políticos, poco “manejables”; (c) vedar “el acceso a los micrófonos” a los gérmenes de tales movimientos políticos espontáneos, cosa que efectivamente lograron en el anterior mundo sin internet; y (d) encarecer, hasta el punto de hacerla prohibitiva, la participación efectiva en los procesos eleccionarios. Con lo que no contaron fue con que utilizando “el ordeño” del erario nacional y los réditos del creciente crimen organizado (últimamente, en particular, el narcotráfico), sus contrapartes y otros actores sociales nuevos les disputarían “la compra del poder”. Hoy, los ahora llamados “empresarios tradicionales” se ven forzados a coexistir -y a compartir el poder- con las mafias que lentamente se han venido incrustando en los tres poderes del Estado...


El régimen, por consiguiente, se encuentra en crisis. Se ha hecho evidente, tras doscientos años de ejercer de manera casi ininterrumpida el poder, el fracaso de los ultra-conservadores en crear una república funcional, próspera y pacífica, en la que la mayoría de los ciudadanos goce de los beneficios de vivir “en República” y por eso un tercio de los ciudadanos ha huído o quiere huír del país. Actualmente, en un “matrimonio de conveniencia” entre parte de la élite y las mafias políticas, al régimen lo encabeza un presidente que fue la primera opción de ¡menos del 7%! de los diez millones de electores potenciales. Atípicamente, el régimen es hoy adversado por toda la prensa independiente, por el tradicionalmente aliado gobierno de los EEUU, por la comunidad internacional “que cuenta” y por la mayoría -indignada aunque aún silenciosa- del electorado. Así, sólo lo apoya, sin mucho entusiasmo, parte del “establishment” ultraconservador y el pancismo nacional. Entre estos últimos, de manera vociferante, los beneficiarios directos de la corrupción estatal. No obstante, “se sienten fuertes” y razonablemente seguros de que una vez más, en las próximas elecciones, “como ha sido siempre”, nos impondrán al candidato de “la mayoría de la minoría”. Para eso, entre otras estratagemas, ahora existen ¡docena y pico! de partiditos que pocos saben qué representan, fuera de su crucial rol de dividir a la oposición y habilitar la nefasta permanencia del régimen...


Ese es el reto, ciudadano. El 70% del electorado, que ni es ultraconservador ni es neo-leninista, debe encontrar fórmulas para hacer frente a este régimen inepto, inestable y corrupto. Un futuro de paz, prosperidad y esperanza es posible, si superamos de una vez por todas esta “trampa histórica” en la que los minoritarios grupos extremistas nos tienen atrapados. Nuestra “estructura informal de liderazgo” debe ejercer su benéfica influencia para concientizar a toda la sociedad, para hacer causa común. Para “echar a los mercaderes del Templo”. Así, el futuro será finalmente nuestro, de la gente decente, de la mayoría que quiere vivir como se vive en el mundo realmente civilizado. Así que esté atento, ciudadano, en breve, la Patria llamará...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 3 de Mayo de 2022"

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