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Un pulso de visiones

  • ciudadanotoriello
  • hace 9 horas
  • 5 Min. de lectura

“No hay peor ciego que el que no quiere ver” – dicho popular.


En apretada síntesis histórica, las sociedades que hoy llamamos “del primer mundo” aquirieron su condición de tales, cuando, abandonando sus arcaicas formas sociales pre-modernas, crearon mayoritarias y dominantes clases medias en su seno.  Ese fenómeno, que conlleva la aparición de la llamada sociedad de consumo, tiene como antecedente la creación de una inmensa clase de pequeños propietarios agrícolas -soldados indeminizados con una pequeña propiedad en tierras conquistadas, tras una vida de servicio- durante las postrimerías de la república romana; primigenia clase media que,  tras desaparecer con la caída del Imperio de Occidente en el S.V, tuvo su reaparición en la época contemporánea hasta hace apenas unos tres siglos. Ésto a través de un accidentado proceso político -nó espontáneo- que ocurrió, primero en la Europa Occidentaly en Norteamérica y que posteriormente (en el S.XIX), se reprodujo, en lo esencial, en el Japón.  Estos procesos implicaron una obsolescencia práctica de las estructuras socio-económicas tradicionales, provocada por la utilización de tres mecanismos principales: (i) la creación de una red de satisfactores sociales básicos, que le dio a las mayorías acceso razonable a la salud, la educación y la esperanza de futuro (como empezó a hacer Bismark en la Alemania del S.XIX); (ii) la creación artificial y deliberada de una amplia clase de pequeños propietarios, mediante dotaciones patrimoniales fundacionales, como hizo Lincoln con los “Homestead Acts”, en los EEUU post Guerra Civil -que le dio tierra, en propiedad, al grueso de sus desposeídos; y (iii) la creación de condiciones favorables para la gran inversión y su concomitante gran demanda laboral (como hizo Japón, con el apoyo estatal deliberado a la creación de una industria naviera y siderúrgica, tras la llamada “Restauración Meiji”). La aplicación simultánea de más de uno de estos mecanismos, permitió a estas sociedades arrancar a grandes segmentos poblacionales de suhasta entonces inveterada pobreza, sin “matar a la gallina de los huevos de oro” que representa la economía de mercado. Estos procesos, consecuencia natural de la aplicación genuina del modelo de la “democracia liberal” -ése en el que el sistema político responde a las auténticasprioridades de la mayoría, generando un capitalismo políticamente viable- probaron de nuevo suespectacular eficacia al ser adoptados en Corea del Sur y en Taiwán, tras la Segunda Guerra Mundial (SGM).


Pero pese a la contundente evidencia histórica, las élites de la América Latina, en general, y de Guatemala, con particular agudeza, han retardado un verdadero desplazamiento de nuestrasestructuras socio-económicas tradicionales al negarse a aplicar genuinamente esa fórmula del desarrollo socio-económico pacífico.  Por eso nuestras sociedades continúan exhibiendo rasgos de corte feudaloide, a la par de modernismos innegables. Ésto pese a haberle rendido a las estructuras republicanas y mediante un muy difundido falso liberalismo, un hipócrita y casi bicentenerio reconocimiento formal, que con frecuencia sólo va “del diente al labio”.  Parte de la razón de esta velada pero muy real oposición de las élites a replicar plenamente aquí esos procesos desarrollistas, es que equivocadamente se supone que el asunto es “mal negocio”, pues a corto plazo tiene implicaciones tributarias y regulatorias, que nuestras élites se han acondicionado, ya hasta culturalmente, a aborrecer; sin parar mientes en los amplios beneficios de la posterior expansión explosiva de la sociedad de consumo.  Por eso la obsesión por la baja carga tributaria y la resistencia a cualquier regulación. Pero además,  existe reacción opositora porque la genuina aplicación del modelo liberal implica una cesión real de poder, siempre temida por buena parte de nuestras élites, de manera casi tribal.  Aunque esta velada oposiciónimplique que las mayorías sigan sin tener acceso razonable a hospital, a escuela, a techo digno o a futuro y que nuestro desarrollo general sólo lo sea a medias.  Consecuentemente, la astuta y camaleónica oligarquía guatemalteca, en nuestro caso, adoptó un sistema pragmático de imponer su voluntad retardataria, desde que en tiempos de la Independencia el Clan Aycinena subsidió la insurrección de Carrera.  Ello para preservar por interpósita mano sus privilegios -en aquel momento, su virtual monopolio del comercio exterior- a cambio de permitirle al caudillo y a sus secuaces, hacerse ricos,  ilegalmente, a la sombra del poder.  Mutatis mutandi, la fórmula volvió emplearse para co-optar a nuestra falsa Revolución Liberal (1871-1944), la que en busca de un régimen constitucional, terminó dándonos, en la práctica, un poco democrático capitalismo de plantación; y para, finalmente, sustituir -primero, violentamente (1954) y luego, mediante instituciones desnaturalizadas (1985-92)- las aspiraciones democráticas de la Revolución de 1944, por nuestra actual democracia de fachada.


En nuestros dos siglos de vida independiente, entonces, con excepción de las décadas 1829-1839 (Gálvez y Morazán) y 1944-1954 (Arévalo y Árbenz), la conducción del rumbo nacional ha estado bajo la égida de una cultura política ultra-conservadora que ha inhibido el desarrollo de nuestras clases medias y por ello aún exhibimos, a estas alturas del S.XXI, algunos de los más abismales indicadores sociales del Continente y del mundo.  Son consecuencia de la obsesión por la baja carga tributaria y la resistencia a cualquier regulación. Ello pese al transformador efecto de nuestro muy reciente pero masivo fenómeno migratorio laboral, que ahorrándole costos al Estado e incrementando drásticamente el ingreso y con ello la capacidad de consumo interno, ha actuado como “válvula de escape” a las presiones sociales derivadas de nuestro obviamenteineficaz régimen socio-económico. En las elecciones del pasado 2023, no obstante, una opción política que no responde a la cuasi-automática lógica política retardataria obtuvoinesperadamente el poder Ejecutivo, aunque lastrado por el persistente dominio conservador -y mercenario- de los poderes Legislativo y Judicial.  Guatemala se encuentra, desde entonces, frente a una disyuntiva:  o consolida un viraje hacia una opción política que implique el fortalecimiento de su clase media, mediante la toma de los tres poderes del Estado en las elecciones del 2027, o experimenta una regresión hacia el dominio de las fuerzas retardatarias y regresivas que han prevalecido el 90% del tiempo de su vida “independiente”.


Todo esto ocurre en momentos en el que “el primer mundo” experimenta un desconcertante resurgimiento de su propio pensamiento autocrático/autoritario, el cual se creía definitivamente superado desde el fin de la SGM.  Este agresivo resurgimiento, emblematizado últimamente por el errático comportamiento de la administración Trump en los EEUU, ha envalentonado a las fuerzas regresivas internas, cuya beligerancia se manifiesta de manera crecientemente agresiva. Para ello cuentan con un sistema político falsamente democrático que (i) inhibe la discusión política real con mecanismos como la prohibición de “la campaña anticipada” y la censura, de facto, de las voces disidentes; (ii) usurpa la representación  del electorado en el organismo (el Legislativo) que “hace las reglas del juego”, mediante la restricción a elegir únicamente a partir de listas de candidatos poco conocidos y previamente “filtrados” por el sistema; y (iii) veta, en la práctica, a las opciones políticas que considera inconvenientes, a través de una plétora de retorcidos mecanismos jurídicos e institucionales.  Esto ha permitido en el pasado que elpensamiento ultraconservador conserve el poder siempre en manos de alguna de sus facciones, a pesar de su impopularidad real (tradicionalmente se ha obligado al electorado a elegir “democráticamente” a quien reulte “menos pior”).  Pero a diferencia de lo que alimenta al resurgimiento autocrático en el Norte (un grueso sector del electorado fuertemente motivado a apoyarlo por sus temores, como la “invasión” migratoria), los sectores ultraconservadores locales son poco populares.  Además, han perdido -por la proliferación de canales de comunicación- su antiguo control de la opinión pública, la aquiescencia cuasi-automática del Ejército y pese a las apariencias, también la simpatía y el apoyo solapado del Tío Sam.


Así que el desafío fundamental de las fuerzas democráticas guatemaltecas es ahora aprovechar el limitado interludio que ha significado un organismo Ejecutivo en manos de Bernardo Arévalo, para articular un movimiento político unificador en dirección a consolidar nuestros procesos de modernización.  Al régimen anciano le queda, conforme pierde gradualmente sus piezas de poder real, sólo una estrategia: la de “divide y vencerás”.  Por eso la infatigable campaña de forzado desprestigio del actual gobierno; por eso el permanente hostigamiento de las voces disidentes y la persecusión de los operadores contra la corrupción;  por eso la proliferación de “partidos políticos”, cuya prognosis atomizante se acerca a ¡más de tres docenas! para el 2027. Con un sistema electoral deliberadamente atrofiado, ante la inexistencia de auténticos procesos de elección primaria y ante el inminente peligro del retorno del pacto de corruptos a los tres organismos del Estado,  es imprescindible que los ciudadanos conscientes hagamos acopio de madurez, visión, pragmatismo y astucia.  Que trabajemos por crear un movimiento unificador de todas las fuerzas democráticas, para dar el salto cuántico ¡de una vez por todas!

 
 
 
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