Horrorizados por los excesos de la Revolución Francesa y de su novia, la Guillotina, los nobles españoles inteligentes y letrados de fines del siglo XVIII propusieron la adopción de reformas que sin abandonar completamente al régimen monárquico, permitieran hacer algunas de las concesiones que el pueblo “y los tiempos” demandaban. Inspirado en la memoria del excepcional Carlos III, se consolidó así “el despotismo ilustrado” en la Península Ibérica, algo ya común en otras cortes europeas. Lamentablemente, tras años de incestuosa endogamia y absolutismo, aquello no impedía la aparición de un Rey tonto e indolente, como Carlos IV, quien resultó ser una gran decepción. Pronto quedó claro que el “despotismo ilustrado” era sólo un engañoso eufemismo que pretendía enmascarar la naturaleza de un régimen que seguía siendo, pese a su atractivo calificativo, sencillamente, un despotismo más. Consecuentemente, luego vino la debacle y la desintegración del imperio español...
La “democracia controlada” que resultó del pacto tácito de 1985 entre “los meros meros” del CACIF, “los oficiales que ganaron la guerra” y los “ex guerrilleros” que estuvieron dispuestos a “asimilarse” al sistema, pese a sus obvias limitaciones, fue vista en su momento con alivio por un pueblo que había estado demasiado tiempo “entre dos fuegos” y que siendo moderado, mayoritariamente también temía la aplicación de “remedios que resultaran peor que la enfermedad”. Las “reglas de juego”, desde el principio tramposas, pues garantizaban sólo listas de diputados y candidatos “pre-aprobados”, con restringido “acceso a los micrófonos”, no fueron vistas entonces con mayor preocupación, porque al principio los ungidos por el régimen, incluyendo -en segunda instancia- jueces y magistrados, no eran tan burdamente transaccionales como los son hoy. Además, se abrigaba la esperanza de que las concesiones permitidas, y en particular la entonces muy novedosa libertad plena de expresión, conducirían, inexorablemente, a un gradual perfeccionamiento de aquella “democracia” inicialmente tan imperfecta. Aquel régimen emergente gozaba de un amplio “beneficio de la duda” ya que “se guardaban las formas” de la institucionalidad democrática y los tres poderosos grupos fundantes estaban razonablemente conformes, pues, en alguna medida, co-gobernaban, independientemente de quienes integrasen “las cabezas visibles” del gobierno de turno. Así, los ex militares, a través de sus vasos comunicantes con el Ministerio de la Defensa y sus dependencias, siguieron siendo -“tras bambalinas”- parte de las estructuras formales del poder; y tanto los grandes empresarios (a través de las representaciones del CACIF en la pléyade de instituciones que definen las políticas socioeconómicas cotidianas del país) como los ex guerrilleros (a través del control de un grueso presupuesto universitario y de las representaciones corporativas de la USAC, análogas a las del CACIF), tenían presencia institucional permanente en las instancias de gobierno. Qué grupo tomara temporalmente la conducción formal del régimen, conforme al diseño del pacto, se convirtió en una simple competencia de presupuestos publicitarios en los que tanto los ex militares como los ex guerrilleros empezaron a competir con el CACIF por el rol de “padrinos”, “fabricantes de reyes”, aunque estos últimos dos grupos -con la aquiescencia de facto del CACIF- recurriendo cada vez más a la corrupción y al crimen organizado...
Con este régimen, los ex militares y los grandes empresarios han logrado preservar el dominio que el pensamiento ultra-conservador ha tenido el 90% del tiempo de nuestra vida “independiente” sobre la cultura política guatemalteca, a pesar de que superficialmente sus operadores adopten los lemas y hasta parte del lenguaje liberal (en el fondo, no nos engañemos, el sistema busca fórmulas discreta pero firmemente autocráticas, una ortodoxia radicalmente anti-estatista y “cristiana” y algún tipo de militarismo disfrazado). Los ex guerrilleros se han prestado al juego, en oposición a su supuesta ideología, a través del viejo y probado expediente -desde tiempos de Carrera- de ser incluidos generosamente en el reparto de los frutos de una corrupción inherente al eficaz funcionamiento del sistema y dizque a la espera de “las condiciones objetivas y subjetivas” necesarias para imponer su “verdadera” línea de pensamiento (¿aló, Sandra?). Así, de manera indirecta, a través de “políticos profesionales”, los tres grupos han mantenido sus cuotas de poder y hasta han gobernado discretamente por interpósita mano, a veces de manera relativamente obvia, aunque sin mucho éxito (los ex militares con Portillo, por ejemplo; los empresarios con Berger; y los ex guerrilleros, con Colom). Estos peculiarmente tropicalizados equilibrios de poder habían producido una buena dosis de enfermiza estabilidad (¿”la paz firme y duradera”?), en la que todos los beneficiarios del régimen prosperaron visiblemente, a costillas de un abominable rezago socioeconómico general. Con este régimen, los grandes empresarios se hicieron tanto más prósperos que hasta el país les quedó pequeño y tanto ex militares como ex guerrilleros resultaron, por otra parte, inocultables “nuevos ricos”. Pero Guatemala siguió siendo, fundamentalmente, una sociedad de sólo dos clases. Sin verdaderos partidos políticos que representen con alguna fidelidad a las corrientes de opinión presentes en el electorado, ésta sigue siendo una sociedad sin mayor capacidad de reclamo. Profundamente atrasada, con persistentes rasgos semi-feudales, sin haber realmente iniciado el camino hacia un capitalismo verdaderamente moderno e incluyente, es por ello, políticamente inestable a largo plazo. No ha podido surgir nuestro Lincoln, ni siquiera un conservador con sensibilidad social, como Bismark, sino sólo malas copias de un tropicalizado y aldeano Carlos IV. Sin claros mecanismos institucionales para propiciar un “despegue” social y económico, aunque con la temporal “válvula de escape” de las remesas, la expectativa de los titiriteros es que en el fondo, “nada cambie”; ya vendrá (¿el día del Juicio?) “el derrame” de prosperidad. Y sin embargo, a partir de la debacle del gobierno de Pérez Molina, parece que el régimen ha estado incubando una inesperada crisis terminal...
En un entorno político caracterizado por el desborde de los robos al erario y los abusos de poder, evidenciado claramente desde el paso de la CICIG por el país, pero actualmente exacerbado por el burdo descaro del gobierno presente, hay un aún subterráneo pero intenso descontento, casi generalizado, con el gobierno de turno; y ya no digamos con la posibilidad de que éste se perpetúe en el poder. Con una problemática social dramáticamente desatendida, se percibe de manera creciente aquello que Hegel alguna vez llamó “la pre-consciencia de las masas”. Habiéndoles salido “la criada, respondona”, por otra parte, y pese a que que con el tiempo los grupos fundantes del pacto de 1985 se han venido desdibujando, hay también crecientes indicios de que tanto algunos significativos ex militares como algunos grandes empresarios, están convergiendo en su apoyo a Zury como “su” apuesta electoral. Timo Chenko, no obstante, orillado por las crecientes reacciones y sobretodo, por las posibles consecuencias futuras (locales e internacionales) de sus desmanes, pareciera haber olvidado que no es “parte orgánica” de ninguno de los verdaderos grupos titiriteros, y violando parte esencial del “pacto no escrito”, se está lanzando de manera independiente a ungir a su sucesor, utilizando al arsenal del régimen. Es prematuro determinar si ésto no es más que una inocua búsqueda de más futura capacidad negociadora (para lograr con el siguiente gobierno algo similar a lo que Sandra ha logrado hacer con él), o si el desmarque es real y la ruptura devenirá más severa. Al margen de cuál sea de veras la situación, no obstante, pareciera que el régimen va a presentar, por primera vez en mucho tiempo, una propuesta sistémica ¡Oh! dividida. Tampoco Sandra, pese a las amenazas, ha desaparecido del escenario; aunque no sería de extrañar que ésto sea porque “los estrategas” del régimen consideren sano que compita y así, divida el voto de la izquierda radical, debilitándose mutuamente con la abanderada de CODECA. El resto del cuadro es el del diseño: una proliferación de opciones que dividan e invisibilicen cualquier oposición genuina al régimen...
Pero esta vez hay factores adicionales: pese a considerarse “el único amigo real” que le queda a Washington en la región, el actual gobierno guatemalteco no goza del tradicional apoyo del Tío Sam, sino sufre de bochornosos señalamientos, avalados por el cuerpo diplomático de “los países que aquí cuentan”. La Prensa independiente (sin la TV y apéndices del “ángel”) y unas redes sociales que (salvo sus mercenarios “net-centers”) le resultan abrumadoramente hostiles, han sicológicamente acorralado a un gobierno que cual animal herido, responde con zarpazos agresivos: encarcelando o exiliando a los disidentes; dotándose de “leyes ad-hoc” para reprimir las protestas y las críticas; y crucialmente, intentando ahogar la libertad de expresión. Pero ya sin plena libertad de prensa, hasta la “democracia controlada”, deja de poder llamarse “democracia”. La regresión hacia formas dictatoriales burdas se hace cada vez más evidente, pese a la convicción de sus corifeos de que todo el pueblo de Guatemala es ciego, indiferente o está en venta. Y aunque el panorama es aún muy nebuloso, los excesos del régimen ya están propiciando convergencias inusuales aún no proclamadas entre grupos políticos disímiles que se apartan de los extremos, y que en condiciones normales no considerarían este tipo de acercamientos. Todo lo cual podría dar lugar, respondiendo a una fuerte demanda política insatisfecha, al aparecimiento de un “cisne negro”. Lo cierto es que la única salida diferente a la consolidación de una hipócrita dictadura es una auténtica reforma, incluyendo, de manera primordial, a nuestra manera de elegir representantes al Congreso. Aquellos que se niegan a ver que no se puede imponer por siempre el punto de vista minoritario; o que los cargos de gobierno no pueden seguir siendo considerados equivalentes a una licencia para disponer impunemente de los dineros del pueblo; harían bien en verse, al contrario, en el espejo de los acérrimos defensores del Zarismo en la Rusia de hace poco más de un siglo: lo único que a la postre consiguieron, por impedir reformas liberales oportunas, fue propiciar el triunfo final de los minoritarios e implacables bolcheviques...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 23 de Agosto de 2022"
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