Se atribuye a Confucio haber dicho que “si se le da pescado a un hombre, comerá hoy; pero si se le enseña a pescar, comerá toda la vida…” Esta indiscutible perla del pensamiento confusiano puede conducir, no obstante, a una cómoda postura política exculpatoria del “no hacer nada” para superar las carencias de origen de nuestro deficitario entramado republicano. Me explico: toda la sabiduría confusiana será inútil para nuestro potencial pescador, si no lo dotamos de hilo, anzuelo y caña, al lado de un cuerpo de agua donde abunde la pesca. Digo esto pues recientemente fui sorprendido por la sincera y fuertemente emotiva reacción de un querido amigo conservador a mi propuesta de que la República atienda la ausencia de la “dotación patrimonial fundacional” de la que adolece nuestra Nación, mediante la “privatización” de activos republicanos (nuevos grandes Proyectos como una Red de Carreteras o un “canal seco”), a través de la entrega del 49% de las acciones a los ciudadanos (en forma similar a lo que propuso el ex decano de Derecho de la UFM, el Dr. Eduardo Mayora, en una columna periodística reciente - “Imaginemos”). Acciones para entregar directamente a los ciudadanos (incluyendo principalmente, añado yo, a los desposeídos), que serán, así sí, socios del “Proyecto Nacional”. Tal acción política supondría un fuerte estímulo a nuestra macro economía, la automática formación de un hasta ahora inexistente mercado de capitales y una súbita demanda efectiva de bienes y servicios que nos pondría, literalmente, en “la ruta del despegue”. “Nada regalado es bueno”, argumentó él. “Lo que no cuesta, lo hacen fiesta” y eso harán con las acciones: “¡chinche!” y “en poco tiempo, estarán igual, o malacostumbrados a la dádiva del gobierno, peor...” Ergo: no enfrentemos el problema de nuestra bipolaridad social, es peligroso, es “por demás”…
Quien afirme, orgulloso de sus exitosas ejecutorias, “a mí nunca me han regalado nada”, falta a la verdad, aunque no lo sepa. La afortunada fracción de la humanidad que vive una vida acomodada, recibió de sus padres y de la sociedad, salud (producto de haber tenido techo, alimento y abrigo, además de cuidados médicos), educación de calidad y una red de apoyos físicos y sociales (incluyendo seguridad) que en la mayoría de los casos, según lo comprueban innumerables estadísticas al respecto, conduce a que sus hijos, hereden una dotación patrimonial aún mayor, lo cual es bueno y debiera ser el caso de la mayoría. En sociedades como la nuestra, sin embargo, la mayoría no goza siquiera de una magra dotación patrimonial al iniciar su vida adulta y como consecuencia, permanece toda la vida aherrojada a un círculo vicioso de precariedad y pobreza, del que estadísticamente sólo una pequeñísima fracción de nuevos afortunados logra escapar. La Historia enseña que las repúblicas exitosas han roto esos círculos viciosos mediante dotaciones patrimoniales a sus mayorías desposeídas, que en el caso de la antigua Roma y en el de los modernos Estados Unidos de América, se hicieron a través de una entrega originaria a los ciudadanos de tierras de la Nación. Fue así que las repúblicas exitosas se aproximaron inicialmente a la “igualdad de oportunidades”, que las convirtieron en sociedades “de consumo”, prósperas y pacíficas, en las que “la clase media”, con sus “apetitos burgueses”, se convirtió en la clase dominante. Siendo que esa opción del reparto de tierras nacionales ya no existe para la Guatemala de hoy, es preciso encontrar fórmulas inteligentes y novedosas para suplir la ausencia de esa dotación patrimonial fundacional, de esa que esta República nunca le dio a sus ciudadanos desposeídos y así salir, de veras, de nuestro impasse histórico…
Una Ley de Reforma Patrimonial (además de otras leyes convenientes, como la “Profundización Democrática”, para controlar mejor a los gobernantes) debiera ser el instrumento para transformar a esta Nación polarizada, inestable y enfrentada, enfermizamente estable en lo económico y hoy sin esperanza. Hagamos de nuestras debilidades una fortaleza, de nuestras carencias una oportunidad. Tenemos un país por construir: un “canal seco”, por ejemplo. Una red nacional de carreteras de peaje. Una red de ferrocarriles. Un Metro. Un masivo programa de vivienda. Yacimientos minerales y petrolíferos por desarrollar. Y muchos grandes proyectos más. Recordemos que según señalan D. Acemoglu y J.A. Robinson en su “bestseller” llamado “Por qué fracasan las naciones” (Why nations fail), el análisis histórico comparativo mundial es contundente: las sociedades prósperas son aquellas que desarrollan instituciones políticas y económicas incluyentes (en las que participan la mayoría de los ciudadanos) y las que fracasan son las que generan instituciones que al final, resultan “extractivas” del sudor de las mayorías. Construyamos ahora, para variar, un casi inexplicable caso de éxito, uno que nuestros hermanos hispanoamericanos quieran copiar: “el milagro chapín”…
Podemos seguir escogiendo para que nos gobiernen, al margen del nombre que se pongan para efectos “de marketing”, a los que no quieren que nada cambie, orillando a los desposeídos a escuchar a los que quieren “refundar” la República con alguna probadamente ineficaz fórmula despótica. O podemos aprovechar que el moribundo sistema corrupto no puede impedir esta vez una opción verdaderamente distinta, que empieza con un ideal. No desperdiciemos, nuevamente, la oportunidad, está por surgir una opción inteligente. No nos veamos después preguntando, otra vez, “por qué se fregó Guatemala”…
Comments