“Hay tres clases de mentira. Está la del vendedor de carros usados, cuando te dice que el carro que te está vendiendo lleva sólo veinte mil kilómetros recorridos; la piadosa, como cuando se le dice a la tía que se ve linda con su ridículo sombrero. Y las estadísticas. Pero no se preocupen, aquí les vamos a enseñar a hacer ‘encuestas confiables’…” – Edwin Kuh (1925-86), profesor de Econometría del MIT, al dictar su cátedra inicial de Probabilidad y Estadística, en Cambridge, Massachusetts, en septiembre de 1975.
Las últimas semanas pasarán a los anales de la Historia de Guatemala como aquellas en las que se alcanzaron nuevas cotas de desfachatez en nuestra regresión institucional. Por una parte, una candidata y un candidato considerados inconvenientes por el régimen se acercaron más a su definitiva eliminación de la contienda electoral por nuestras “altas” Cortes -con burdas excusas dizque “legales”- mientras que otras dos fórmulas presidenciales “amigables” fueron ratificadas, a pesar de contar, esas sí, con evidentes -aunque cuestionables- impedimentos constitucionales. Además, un ignorante juez venal -contraviniendo expresamente el Art. 35 de la Constitución- autorizó el inicio de la persecución penal de varios periodistas por considerar que sus opiniones constituyen “obstrucción de la justicia”. Todo esto dentro de un clima de persecución general a los disidentes; en particular, a fiscales, periodistas y jueces. Es decir, “eliminen de la contienda a quienes nos puedan ‘echar tierra’ en las urnas y amedrenten a quienes nos puedan criticar, para que la mayoría del electorado no se entere de nuestras trampas”. Todo es parte de los mecanismos que nuestro sistema político -una hipócrita “democracia de fachada”- dejó considerados para asegurarse la imposición de la voluntad “de la mayoría de la minoría”, desde 1986. Es parte del ya bicentenario éxito de la agenda ultraconservadora por imponerse, contra viento y marea, a la voluntad de la verdadera mayoría ciudadana de Guatemala.
En los países desarrollados ese tipo de pensamiento ultraconservador fue forzado a encontrar tempranos equilibrios con la agenda reformista; y al encontrarlos y sólo impedir un desborde del celo revolucionario, produjo las sociedades “del primer mundo” de hoy. En los EEUU, por ejemplo, la Revolución que condujo a la Independencia (1776) enfrentó -entre otros- a dos reformistas norteños, el apasionado John Adams (de la igualitaria Massachusetts) y el astuto Benjamín Franklin (de Pennsylvania), con dos finqueros sureños (de Virginia) esclavistas, Jorge Washington (con 300 esclavos, en Mount Vernon) y el agudo intelectual, Thomas Jefferson (con 600 esclavos, en Monticello). Ayudó a encontrar equilibrio, por supuesto, que Washington y Jefferson estaban plenamente conscientes -y en el fondo, avergonzados- de la contradicción entre sus prácticas socioeconómicas cotidianas y la pública proclamación de sus convicciones liberales. Ambos, por ejemplo, decían estar en contra de la esclavitud, pero también creían que el proceso de su eliminación debería ser “gradual”, para evitarle graves desequilibrios a la macroeconomía sureña. Este y otros compromisos políticos se reflejaron en el texto final de la Constitución (1879), pero la “gradualidad” en la abolición de la esclavitud sólo sirvió para lo que los chapines suelen llamar “ganar tiempo”, a favor de las adineradas clases esclavistas sureñas; y el tema sólo se resolvió definitivamente tras una sangrienta guerra civil bajo el liderazgo del norteño Abraham Lincoln, más de medio siglo después (1860-1865). La agenda política de Lincoln incluía también otras reformas sociales (como el reparto de tierras de los “Homestead Acts”) para hacer accesible a las mayorías del país los beneficios económicos de las instituciones republicanas. Por tal osadía, el leñador de Illinois habría de morir asesinado y su sucesor, el sureño Andrew Johnson, se empeñaría en hacer nugatoria la aplicación de sus nuevas leyes en los derrotados estados sureños. Una larga etapa de hegemonía conservadora volvió a agudizar las desigualdades sociales hasta que apareció en escena Theodore (Teddy) Roosevelt, del partido Republicano de Lincoln, quien obligaría al empresariado norteamericano, entre otras cosas, a terminar de aceptar la jornada laboral ordinaria de las ocho horas, que los ultraconservadores de entonces consideraban una flagrante violación a su “libertad de empresa”. El sobrino de Teddy, Franklin Delano Roosevelt -ya en el partido Demócrata, pues el empresariado más conservador había tomado el control del partido Republicano- impulsó más reformas para salir de la llamada “gran depresión” de los treintas, sentando las bases de la economía moderna internacional de hoy. Es decir, la prosperidad del “primer mundo” no es fruto de la casualidad, sino de un proceso deliberado de creación de la gran clase media, lo que ha implicado (i) dotaciones patrimoniales masivas; (ii) construcción de sistemas para garantizar satisfactores sociales accesibles a las mayorías (en salud, educación, transporte y seguridad); y (iii) la creación de condiciones para que tiendan a subir los ingresos de los trabajadores “sin matar a la gallina de los huevos de oro”. Pero estos procesos reformistas siempre han suscitado la desconfianza de las élites adineradas del momento, como por ejemplo cuando el Senado romano, hace más de dos mil años, mandó a matar a los hermanos Graco por andar promoviendo una razonable “Ley Agraria”. Las concesiones requeridas por las agendas reformistas, es obvio, no se han logrado en todas las sociedades; y entonces, el peligro es que ocurra lo que le ocurrió a la Rusia zarista, que por mantener incólumes sus estructuras feudales, terminó en manos de los despóticos bolcheviques, en 1917…
En Guatemala, el pensamiento ultraconservador se ha impuesto el 90% del tiempo durante los últimos doscientos años. Tras la Independencia, salvo la década de 1829 a 1839, en el que la agenda auténticamente liberal avanzó bajo el liderazgo de Mariano Gálvez al frente del Estado de Guatemala y de Francisco Morazán al frente de la Federación, el proceso republicano fue abortado y revertido durante la larga “noche de los treinta años” (1839-1871), que nos convirtió -al gusto de nuestras élites- en una aldeana monarquía criolla, sin Constitución. También la falsa “revolución liberal”, en manos de los montañeses corrompidos, asimilados a la vieja aristocracia criolla, resultó en un sistema muy similar al de los estados esclavistas sureños, con siervos de facto, en vez de esclavos. Fue la “época de oro” de las plantaciones de café, primero, y de banano, después. En la década de la revolución octubrista (1944-1954) hubo un breve respiro reformista, del que quedaron importantes reformas irreversibles, pero la reacción ultraconservadora abortó, de nuevo, el impulso democrático y aquello eventualmente nos condujo al conflicto armado interno. Tras aquella tragedia, pensábamos que, con la firma de la paz y la Constitución de 1985, finalmente íbamos a poder gozar de la Republica de todos los ciudadanos, esa que genera paz y difundida prosperidad. Pero he aquí que nos sirvieron, otra vez, un plato envenenado y la mariposa de la democracia ha sufrido una metamorfosis inversa, deviniendo un espantoso y despótico gusano. Hoy tenemos un sistema político tramposo, en el que se desalienta la participación ciudadana y se inhibe el desarrollo de auténticos partidos políticos. En un clima de restricciones a las voces disidentes y de maliciosa desinformación oficial, “elegimos” a diputados de opacos listados que no nos representan y somos forzados a “escoger” para Presidente, a quien resulte “menos malo” entre opciones que no pongan en riesgo continuar con nuestro atrasado sistema socioeconómico. Y estos dos organismos mal elegidos, a su vez, nos imponen a los jueces y magistrados venales que “nos recetan” su versión de “justicia” …
En la contienda electoral que se avecina, el astuto régimen ultraconservador, al amparo de su bicentenaria experiencia, confía en imponernos un Presidente que otra vez garantice que nada, realmente, cambie. Que sigamos siendo esa sociedad bipolar, fundamentalmente estática; la de la “mano de obra barata”, la de la ineficaz base fiscal, conducida por un Estado, en términos de poder regulatorio, castrado. Para ello, nos vienen preparando a escoger “entre Sury y Zandra” desde hace rato. El Club Empresarial apuesta -con tacañería, pero ahí va- por Sury, pero Timo Chenko (en el rol de un Carrera de hoy), pareciera inclinarse más por Zandra. Y ¡ojo! si el sistema tiene éxito en forzarnos a escoger entre ambas en segunda vuelta, todo parece indicar que el Club Empresarial cosechará una victoria de “su amada” Zandra y no de Sury, por sus desvelos. Ambas opciones han pasado por un largo proceso de negociaciones y condicionamientos y por eso gozan de la confianza de uno u otro de los poderes fácticos que cuentan. Así que, según ellos, hay que “volarse” a quienes constituyan peligros a su “elección”, tanto por la izquierda, como por la derecha. A los demás, hay que desdibujarlos y dividirlos, hasta hacerlos ineficaces y confundir a la opinión pública. De ahí que no hay dos encuestas con resultados similares. Todas padecen del “síndrome de Moctezuma”, en el que el mensajero sabe que “pagara con su vida” si lleva malas noticias. Aun así, ninguna opción logra concitar el interés de mas de uno de cada cinco de los electores. El sistema tiene a casi todos decepcionados. Por eso, el sistema escoge amedrentar a la prensa y a quienes combaten a la corrupción. Aunque tienen un problema: ya no hay el control que antes era posible con apenas un puñado de medios de comunicación. La tecnología de hoy en día hace virtualmente imposible mantener al genio “dentro de la botella”. El régimen sabe que tiene el tiempo en contra. Que no puede ganar limpiamente. Que tiene que hacer trampa desde la confección de las reglas hasta el conteo de votos. Que no tiene legitimidad. Que más temprano que tarde, le llegará la hora de la verdad. De manera confusa y con el viento en contra, entonces, se avecina una batalla entre la inteligencia y el pisto malhabido. Así que aún pueden darse sorpresas… y se darán. No desmaye, ciudadano, la estructura informal de liderazgo de la Nación esta llamada a conducir el análisis crítico de la coyuntura y a orientar al pueblo a salir lo menos golpeado posible de esta desafortunada encrucijada…
“No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”.
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 14 de Marzo de 2023"
Mas claro... el agua dice el dicho, Y los del Club Empresarial siguen sin querer ver el tsunami que los va a barrer...
Muy bueno. Mas claro ni el agua.