“Es verdad que hemos sido y seguimos estando avasallados por el enemigo... Pero ¿se ha dicho ya la última palabra? ¿debemos abandonar toda esperanza? ¿es nuestra derrota final e irremediable? A todas esas preguntas yo respondo: ¡Nó!”- Charles de Gaulle (estadista francés, 1890-1970), en alocución radial dirigida al pueblo galo, desde Londres, el 18 de junio de 1940; al “prender la llama de la Resistencia”, estando su Patria en manos de los nazis y sus simpatizantes...
El sistema político guatemalteco está diseñado para que el pueblo no escuche auténticos debates políticos antes de escoger a sus autoridades, para que no surjan liderazgos genuinos (y en caso surjan, se enmudezcan eficazmente o se extirpen prontamente) y para que así, la “competencia electoral” sea un mero enfrentamiento entre presupuestos publicitarios. Las “alegres elecciones”, por consiguiente, se restringen por diseño a una corta pero intensa campaña de lemas, cancioncitas insulsas y otras fórmulas para “la compra de votos”, cuyo resultado no pueda alterar fundamentalmente los existentes equilibrios de poder. Ese fue el fruto de “la entente de 1985”, en la que “los meros meros” del CACIF, “los oficiales que ganaron la guerra” y los “ex guerrilleros” que estuvieran dispuestos a “asimilarse” al sistema, tácitamente pactaron las bases de una “paz firme y duradera”. Con un engañoso ropaje republicano, ésta sería una “democracia controlada” que privilegiaría la estabilidad, aunque fuese a costa del auténtico progreso social. Para el observador distraído, aquello parecía un “triunfo de la democracia”, a secas; pero el auténtico juego democrático (uno en el que las corrientes de opinión realmente existentes en la sociedad se articulan institucionalmente -a través de partidos políticos verdaderos, multitudinarios, internamente democráticos y de largo aliento- para alternarse pacíficamente en el poder) se consideró por las tres fuerzas como algo demasiado peligroso (posiblemente conducente a una re-edición del conflicto armado) y también algo que ninguna de las tres fuerzas -todas de vocación autoritaria- realmente apoyaba. Tampoco fue el triunfo de un capitalismo moderno e incluyente sobre un fracasado neo-leninismo de clara vocación dictatorial. Fue apenas un “aggiornamento” a medias, de nuestro sistema semi-feudal tropical, sucedáneo de un maquillado capitalismo de plantación, frente al violento desafío radical. Y los empresarios fundantes del pacto creyeron -ilusamente- que como “ellos eran los del pisto”, su grupo social seguiría siendo siempre “el poder tras el trono”. Pero los otros dos grupos fundantes habían aprendido muchos “trucos y bromas” durante el conflicto armado y sabían que, con ese sistema, vía la corrupción y el crimen organizado, podrían de ahí en adelante disputarle el rol a los titiriteros tradicionales. Conforme avanzó el tiempo, aquellos grandes empresarios -la mayoría hoy fallecidos, y algunos con herederos que carecen “del ñeque” y del “colmillo” de sus antecesores- se vieron forzados a aceptar el creciente poder de las mafias resultantes, como parte del costo de impedir “el avance del comunismo”. Algo así como lo que tuvo que tolerar “el Clan Aycinena” con el ascenso de Rafael Carrera, en el que el enriquecimiento -lícito e ilícito- de “los montañeses”, aunque incómodo y a veces hasta humillante, los volvió efectivos “guardianes del sistema” y consiguientemente, inevitables aliados de ocasión. Desde 1985 y más claramente, desde 1996 para acá, los tres grupos (grandes empresarios, ex militares y ex guerrilleros) han logrado poner al menos un gobierno en el que han sido, “tras bambalinas”, el poder dominante; el monopolio de poder de “la aristocracia”, efectivamente, se rompió...
Aún con sus limitaciones, en su momento, aquella hipócrita “democracia de fachada” fue vista con alivio por un pueblo que había estado demasiado tiempo “entre dos fuegos” y que mayoritariamente también temía la aplicación de “remedios que resultaran peor que la enfermedad”. Unas “reglas de juego” desde el principio tramposas, que garantizaban sólo listas de diputados y candidatos “pre-aprobados”, no fueron vistas entonces con mayor preocupación, porque al principio los seleccionados por el régimen, incluyendo -en segunda instancia- a jueces y magistrados, no eran tan burdamente transaccionales como los son hoy. El sistema fue, además, apadrinado a regañadientes por una “comunidad internacional” que se dio por satisfecha en tanto se guardasen las formas de una institucionalidad democrática, en la expectativa de que las formas terminarían por hacer evolucionar al fondo. Pero lo que pasó fue otra cosa. En primer lugar, aunque los grandes grupos corporativos crecieron espectacularmente con esa “democracia” y empezaron a proyectarse más allá del territorio nacional, el Estado guatemalteco se debilitó cada vez más y resultó incapaz de generar condiciones para un aceptable progreso socio-económico de las mayorías, sumidas en la creciente informalidad y/o el desempleo abierto. La oligopolización de los principales rubros de la economía, la baja tributación, la depresión de facto del salario relativo, el pobre crecimiento del empleo formal y en general, la “alergia” a casi toda forma de compensación social, congeló o agudizó las abismales desigualdades que heredamos de nuestro pasado colonial. El exiguo presupuesto nacional se canibalizó, destruyendo toda expectativa racional de una mejora institucional sostenida. Consiguientemente, los indicadores sociales de Guatemala son apabullantes y explican nuestra propensión a la discordia y la (para algunos en las élites) continuada necesidad de seguir inhibiendo una genuina democratización. Simultáneamente, los grupos originales se fueron desdibujando, mientras una proliferación de mafias amorfas, con creciente influencia del narcotráfico, empezó a suplantarlos en el ejercicio del poder. Y al hacerlo, empezaron a perderle el respeto hasta a las formas republicanas que habían sido parte esencial de esa entente que, al menos, nos había dado una paz relativamente estable. Hoy, en medio de una franca regresión institucional, hay un desborde de la corrupción y los abusos, irrespeto a los supuestos de la entente original y una generalizada pérdida de la legitimidad gubernamental. El sistema está en crisis. El gobierno de turno no encarna, orgánicamente, a ninguno de los factores tradicionales de poder, pero maniobra burdamente para garantizarse, de alguna manera (y mejor si con algún tipo de continuidad directa), una futura, aunque tercamente escurridiza, impunidad...
La única solución de fondo es la auténtica reforma de las “reglas de juego” del sistema político, algo que no harán, por las buenas, los actuales beneficiarios de este “sistema de partidos que no son partidos”. El régimen -como ya lo intuye el electorado- se agotó, no da para más. Pero se defenderá. Utilizará todas las tramposas reglas institucionales heredadas. Ya lo está haciendo, contra viento y marea. Si logra imponerse de nuevo en la próxima elección, la regresión continuará, “hasta que el cuerpo social aguante”. Lo cual es muy peligroso. Cabe recordar que en la Europa de los siglos XIX y XX la Revolución Bolchevique no ocurrió en las sociedades que se reformaron (Francia, Inglaterra, etc.), sino en las que tozudamente quisieron preservar las fórmulas autocráticas y semi-feudales (La Rusia de los Zares, el Imperio Austriaco, etc.). Eso ya lo presiente el electorado y lo entiende la estructura informal de liderazgo, aunque los políticos que produce el sistema, aún insisten en “tapar el sol con un dedo”. Por eso, la opción menos dolorosa es gestar “un tsunami” de votos en pro de la auténtica democracia y que se oponga al régimen, en la próxima elección. Hace falta una coalición de fuerzas que estén a la izquierda y a la derecha de un hipotético “centro”, y que pese a sus diferencias, coincidan en su firme apoyo a las fórmulas auténticamente republicanas. Para ello, hace falta una auténtica convergencia nacional...
Es en ese contexto que el actual gobierno ha decidido tratar de cerrar a elPeriódico. Además de copar la institucionalidad de la República y todo “botín presupuestario” (sin parar mientes en el resguardo de las formas legales, como lo evidencia su arbitraria toma de la dirección de la USAC), ahora pretende acallar las voces del disenso en la prensa independiente. Henchido de dinero mal habido, ya tomó todas las Cortes y tiene el control, a través del TSE, del registro de candidatos para la próxima elección general, la que evidentemente pretende manipular. Pero la crítica periodística sigue siendo “una piedra en su zapato” y en particular un medio, elPeriódico, y un periodista, su valiente presidente, José Rubén Zamora; quien continuamente pone en evidencia frente a la ciudadanía consciente, la verdadera naturaleza del régimen. Aunque la excusa sea una acusación formal fabricada contra Zamora, el objetivo de fondo, además de una intimidación y una personalizada venganza, es claramente hacer desaparecer al medio, un obstáculo más a su control absoluto, a sus quiméricos planes de continuidad. Por eso, además de las espurias acciones legales, cierran sus cuentas bancarias, amedrentan a sus anunciantes, hay un ataque a sus medios de sustento, a su base comercial...
Pero esta ya no es la Guatemala de 1986. Ya no se puede controlar completamente a la opinión pública con sólo amedrentar a tres o cuatro dueños de medios -o a un puñado de grandes anunciantes- mientras se goza del interesado apoyo de la mercenaria señal televisiva nacional y de cien corifeos a sueldo. Hoy existen la internet, los teléfonos celulares y una sociedad acostumbrada a opinar. La Prensa de los Chamorro, en Nicaragua, ha demostrado que, en caso necesario, todo un periódico puede “emigrar” y seguirse publicando por las redes desde el exilio y la clandestinidad. Porque aunque haya quienes hoy –“pretendiendo hacer leña del árbol caído”- se ensañen contra elPeriódico por sus ocasionales equivocaciones y errores, la verdad es que la inmensa mayoría ve esta persecución injusta como una validación más de su tenaz lucha cívica. Esta movida del régimen, en última instancia, le resultará contraproducente. La pradera está seca, el aire caliente, pero algunos insensatos, ebrios de poder, se atreven a prender antorchas...
Así que “manos a la obra”, ciudadano, usted puede contribuir concretamente a la defensa de nuestra asediada democracia. Hágase el propósito de convencer a otros tres ciudadanos de obtener una suscripción. Manténgase atento a los próximos avisos, para propiciar donaciones para la defensa de nuestra democracia, pues el régimen pretende asfixiar a elPeriódico, congelando sus dineros. Recuerde: sin libertad de prensa, no hay libertad. Sí, la cosa está que ARDE. La Patria necesita de sus ciudadanos. Diga usted también: no nos callarán...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 2 de Agosto de 2022"
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