Al terminar la primera Guerra Mundial, del alivio colectivo se pasó al exceso, tanto por causas sicológicas como socio-políticas. Los excesos, a su vez, condujeron a una gran “burbuja” especulativa que terminó con el “crash” de Wall Street en 1,929 y tras ello, sobrevino la Gran Depresión. El desempleo masivo, esa recurrente maldición moderna, se extendió a todas las latitudes. Los socialistas de todo el mundo gritaron que Marx tenía razón, que el capitalismo estaba herido de muerte, que el futuro lo representaba la pujante Unión Soviética. Pero pese a la censura rusa, noticias sobre la naturaleza real de la dictadura de Stalin se filtraban al resto del planeta, causando repulsión y horror. En un clima de estrechez económica, desesperanza y grandes temores colectivos, surgieron líderes que ofrecían orden, progreso y seguridad para sus naciones (…y más aún: para sus razas). Mientras las democracias occidentales buscaban como reinventar un capitalismo reformado, los nuevos agitadores encontraron culpables de la debacle (los judíos, los banqueros, los comunistas…) y postularon la necesidad de ser intransigentes con los “traidores” y promover un “capitalismo dirigido” por un “líder máximo” (el Generalísimo, en España; il Duce, en Italia; el Führer, en Alemania; y el Emperador “del sol naciente”, en el Japón). Querían sociedades organizadas verticalmente, militarizadas, patrioteras e intolerantes de cualquier disidencia, las que al inmiscuirse con sus vecinos, condujeron a la guerra. De las tres propuestas puestas sobre la mesa, después de los tiros, las bombas y millones de muertos, sólo quedaron dos: el socialismo marxista y el capitalismo democrático, este último, según Marx, camino a su estertor final. Se pensó entonces, que por los horrores y crímenes que generó su totalitarismo final, el fascismo había quedado enterrado para siempre. Tan desprestigiado, que aún hoy, muchos consideran el término “fascista”, una especie de insulto…
La Historia, sin embargo, no se comportó según las predicciones de Marx. Lejos de colapsar por falta de demanda, el Occidente Industrial produjo una prosperidad nunca antes vista, mediante la creación y el desarrollo de una robusta y creciente clase media, cuyas ansias consumistas fueron sobradamente atendidas por una cada vez mayor diversidad de productos y servicios antes inconcebibles, reflejo de una inusitada y casi increíble creatividad “post-moderna”. El Socialismo real, por otra parte, tras destruir sistemáticamente los incentivos que provocan la prosperidad, se vio consistentemente rezagado en la carrera hacia la supremacía buscada, en particular cuando la riqueza occidental le permitió a los Estados Unidos crear, a nivel satelital, un eficaz “paraguas nuclear” que hizo factible su abandono unilateral de la estrategia de “la Mutua Destrucción Asegurada”. En 1,989, de manera inconcebible para los ideólogos marxistas, masas enardecidas derrumbaron el muro de Berlín. A la subsecuente e inevitable desintegración de la Unión Soviética le siguió una reacción en cadena: uno tras otro, los Estados Socialistas, huérfanos de guardián, padrino y patrocinador, fueron abandonando el rumbo señalado por las que resultaron promesas rotas del marxismo-leninismo. En el “tercer mundo”, el paradigma socialista se vio irremisiblemente deslucido, aunque siguiera tercamente defendido por pequeños grupos de recalcitrantes o por regímenes díscolos como Corea del Norte y Cuba. El veredicto histórico era claro: el sistema que había logrado producir prosperidad para las mayorías era el sistema capitalista democrático, en el que el sub-sistema político moderaba los excesos del sub-sistema económico, y en el que el sub-sistema económico, mediante presiones sobre los precios y los ingresos del electorado, moderaba los excesos del sub-sistema político. Cuando las circunstancias lo permitían, hasta los pueblos pobres, “votando con los pies”, refrendaban con sus emigraciones masivas “al norte industrial” esta conclusión global. Había llegado, según Francis Fukuyama, “el fin de la Historia”…
Pero he aquí que no; la Historia no ha terminado aún. China y Rusia transitan a pasos agigantados de un socialismo fracasado, a un nuevo “capitalismo dirigido”, esta vez, por Xi Jinping y Vladimiro Putin. Desde un punto de vista funcional, sus regímenes autoritarios, represivos y militarizados, están deviniendo un neo-fascismo “de izquierda” (por sus nostalgias y sus discursos y en contraste con un neo-fascismo “de derecha”, como el que hubo en el Chile de Pinochet, por ejemplo). Ojalá que con las nuevas clases medias que está generando su recién descubierta prosperidad capitalista, esos experimentos sociopolíticos evolucionen hacia sociedades pacíficas y democráticas, habrá que estar atentos… Mientras tanto, los temores que despierta la creciente inmigración al norte industrial de varios pueblos “tercermundistas”, están propiciando también un fresco neo-fascismo “de derecha” (con renovadas connotaciones racistas incluidas) en el mismo corazón del Occidente industrial. Y como Guatemala no es una isla, aquí también se perciben “re-brotes” del pensamiento fascista, tanto “de izquierda” como “de derecha”. No es difícil reconocerlos: tienden a preferir su “orden” a la democracia; fácilmente encienden en su versión de “patrio ardimiento” y buscan la confrontación sobre la discusión racional; son intolerantes con la disidencia y tienen gran afición por los símbolos, los desfiles y los uniformes…
Pero no se desespere, ciudadano. Es cierto: además de comunistas y cachurecos, también tenemos unos cuantos neo-fascistas, en la izquierda y en la derecha. Y aún no hemos entrado a hablar de los libertarios y de los eco-histéricos… Pero la mayoría pensante, esa que no ha encontrado representación ni expresión verdadera en la partidocracia hoy moribunda, es demócrata, es moderada, exhibe tolerancia, quiere auténtico desarrollo y quiere paz. Sabe que lo que en Guatemala ha habido hasta hoy no es una auténtica democracia liberal, sino un remedo vulgar que está podrido por dentro, que debe limpiarse a fondo. Esa mayoría pensante ha sido sistemáticamente excluida del debate, pero es la que realmente impidió que quedara de Presidente Baldizón. Es la que cuando se manifiesta en la Plaza, después limpia, en vez de pintarrajear paredes. Es, en última instancia, el núcleo de la estructura informal de liderazgo de nuestra nación. Es la esperanza de la Patria… Y en las próximas elecciones, las primeras auténticamente abiertas en varias décadas, al mundo entero se lo vamos a demostrar…
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