“NO ESTÁ LA MAGDALENA PA’ TAFETANES EN LA MADRUGADA DE LA FIESTA”. REFRÁN POPULAR GUATEMALTECO, REFERIDO A QUE NO CONVIENE “TRATAR DE ADORNAR A LA VIRGEN” JUSTO MOMENTOS ANTES DE SACARLA EN PROCESIÓN; COMO PRETENDE EL ACTUAL TRIBUNAL SUPREMO ELECTORAL -TSE- CON SU DIZQUE “MODERNIZACIÓN” DE NUESTRO SISTEMA DE ELECCIÓN, APENAS MESES ANTES DE QUE SE INICIEN LAS VOTACIONES DEL 2023, EN CIRCUNSTANCIAS CLARAMENTE SOSPECHOSAS.
En 1829 Mariano de Aycinena fue derrocado como emergente Jefe del Estado de Guatemala, con la victoriosa entrada a esta capital centroamericana del “Ejército Aliado Defensor de la Ley” al mando del prócer liberal hondureño Francisco Morazán. Mariano y su sobrino (el “tercer marqués” y futuro y ridículo “obispo de Trajanópolis”, Juan José) encabezaban al entonces muy poderoso “Clan Aycinena”, el que infructuosamente había intentado, con su “Plan Pacífico” (1821), hacer valer una Independencia sin República, uniéndonos al efímero “primer imperio mexicano” de Agustín de Iturbide. Humillados y desacreditados por el forzado retiro (en 1823) del mercenario iturbidista Vicente Filísola y su tropa mexicana (lo que, de paso, nos costó la pérdida de Chiapas), los aycinenistas optaron por un “perfil bajo” en lo que las fuerzas de la Historia nos legaban nuestra primera Constitución, la de la República Federal de Centro América (1824). Pero luego volvieron a la carga y ya bajo el sistema republicano, le robaron la primera Presidencia al sabio hondureño José Cecilio del Valle, mediante nuestro primer fraude electoral (1825), consumado presuntamente por los abundantes dineros que hicieron circular entre nuestros primeros diputados al Congreso Federal. Fue en ese ambiente envenenado que se dio la primera guerra civil centroamericana, que culminó con la entrada de Morazán a Guatemala en 1829. Desde su posterior exilio, no obstante, los aycinenistas promovieron su retorno al poder, azuzando los sentimientos religiosos del pueblo, al señalar a los liberales de constituir un gobierno “hereje” (que “casaba y descasaba”, que impedía “el magisterio de la santa y apostólica” y que despojaba a una Iglesia muy terrateniente de sus “bienes de manos muertas”). Disimulando hipócritamente sus fines meramente pecuniarios (la restauración del monopólico “Consulado de Comercio” y la preservación de sus fórmulas socio-económicas semi-feudales), los voceros del aycinenismo supuestamente defendían nuestros “valores cristianos tradicionales” y así iniciaron la segunda guerra civil del istmo. Con el abusivo uso del púlpito y los generosos subsidios de las élites exiliadas, los montañeses “del indio Carrera” terminaron derrotando a Morazán en 1840, aunque los “cachurecos” no descansaron sino hasta verlo fusilado, en San José de Costa Rica, un aciago 15 de Septiembre de 1842. Siendo Carrera la cabeza visible de un gobierno de facto, sin Constitución, los aycinenistas volvieron a hacer gobierno en la torpemente empequeñecida Guatemala, para todo aquello que realmente les importaba; siendo sus “operadores políticos” principales Manuel Francisco Pavón y Aycinena, primero, y Pedro de Aycinena y Piñol, después. La incómoda alianza entre los encopetados aycinenistas y los rudos montañeses de Carrera fue desde su inicio un pacto político de conveniencia, en el que los unos utilizaban a los otros para sus fines, a cambio de tolerar cosas que detestaban. Al final de “la noche de los treinta años”, no obstante, y no sin antes entregar Belice a sus traicioneros clientes extranjeros (1859), el terco conservadurismo a ultranza que los había mantenido aherrojados al mercado del añil, había hecho quebrar a la élite, que vio, inerme, como los hijos de los montañeses, enriquecidos a la sombra del poder, se casaban con sus hijas y se distanciaban de su influencia. El pacto se rompió definitivamente cuando esta nueva generación tomó el partido de los disidentes e hizo posible la “revolución liberal”. La forma de pensar de las élites conservadoras, sin embargo, eventualmente volvería a tomar el control “tras bambalinas”, forjando una resistente “cultura política” que aún hoy se mantiene tercamente vigente, a pesar del paso de los años. Fue cuando los conservadores chapines descubrieron la conveniencia de apodarse “liberales”, como hasta hoy. Pero ésa, por razones de espacio, será una historia para otro día...
El asunto viene a cuento al reflexionar sobre la Guatemala que surgió de la entente entre grandes empresarios, “los oficiales que ganaron la guerra” y algunos exguerrilleros, a partir de 1986. Un pacto implícito en el que a la discusión política pública se le puso “sordina”, en el que los “partidos políticos” se convirtieron en simples y caricaturescos “vehículos electorales” y en el que el poder del Estado quedó a merced de “quien tuviera más pisto” para hacer el “marketing” más efectivo. Aunque la resultante “democracia de fachada”, de “campañas” insulsas y sin ideas, nunca permitió que el pueblo realmente se dotara del gobierno que merece, el pacto, respetado en sus formas por los grandes titiriteros, por lo menos ha servido para garantizar una razonablemente pacífica transmisión periódica del poder. Eso a pesar de que los grandes empresarios, que en 1986 creyeron que por ser ellos “los del pisto” iban a ser siempre los grandes electores, vieron, impotentes, cómo los dineros de la corrupción y el narcotráfico les crearon inesperados pero efectivos competidores en ese juego. Las normas básicas, resguardadas por autoridades electorales creíbles, se habían respetado hasta ahora. Hoy, ese pacto (el llamado por el pueblo “de corruptos”), también se está rompiendo. Baste observar la admonitoria advertencia que la local “Fundación Pro-Zarismo”, en boca de Napo Mientes-Ruin, le hizo recientemente a los Magistrados de nuestro crecientemente desacreditado Tribunal Supremo Electoral (TSE): “cuidadito con no dejar correr a la Zury”. Eso porque Timo Chenko amenaza con dejar de observar las insuficientes pero hasta ahora respetadas reglas del juego, con las Cortes “tomadas”, la prensa independiente bajo asedio, las arcas del Estado “muy abiertas” y un TSE entrando “a terreno movedizo”. Es temprano para determinar cuál será el desenlace, pero no cabe duda de que la coyuntura es inusual. La entrega, no por medio de abogados, sino con una claramente simbólica delegación del CACIF, de acciones de Inconstitucionalidad en contra de aspectos de la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), revela el nivel de nerviosismo de la actual cúpula empresarial guatemalteca. El favor gubernamental, al pasar de Sury a Zandra “contra viento y marea”, podría resultar en la ruptura definitiva del pacto. De pronto, los ultra-conservadores se preocupan por la libertad de elegir, por el respeto a la libertad de expresión y por la vigencia del Estado de Derecho. El gobierno, por otra parte, sobre-estima su fortaleza, en momentos en los que a nivel internacional, el poder autocrático se erosiona: la “marea roja” republicana que no fue, la rebelión de la ciudadanía mexicana en contra de los planes de AMLO de manipular el conteo del voto y el evidente viraje latinoamericano en dirección contraria al paradigma ultraconservador. Eso ha debilitado a todos los divididos actores tradicionales, a los que creen que el camino al poder es sólo una “cuestión de pisto”, a los que creen que se puede “subcontratar” al liderazgo político; todo lo cual le da a las incipientes fuerzas auténticamente democráticas, una oportunidad inesperada...
Sí, ciudadano, vienen tiempos de cambio. El 70%, ese que rechaza a ambos extremos, debe dar un paso al frente. Debe buscar activamente cómo satisfacer su demanda insatisfecha. No se trata sólo de cambiar un gobierno, se trata de cambiar al régimen. Se trata de avanzar en dirección a una república de todos los ciudadanos, en la que partidos masivos, de largo aliento, con democracia interna, transformen la naturaleza de nuestro sistema, ése que fue diseñado para imponer la voluntad de “la mayoría de la minoría” sobre todos los demás. Un sistema que realmente busque el bienestar mayoritario, en vez de frenar toda iniciativa que beneficie “a los de abajo” con el cuento de que “eso es socialismo”. Es cierto que los neo-leninistas son un peligro latente, pero no son el peligro inmediato. El principal peligro es el que representan aquellos que insisten en que nada cambie. Los que le dicen que no hay nada que hacer, que son “o ellos, o el comunismo”. Los que se angustian por las amenazas a la “estabilidad macroeconómica” pero observan impávidos nuestras abismales carencias sociales (la desnutrición infantil crónica, nuestras vergonzosas realidades educativas, el calamitoso estado de nuestra infraestructura, la criminalidad común generalizada y la falta de justicia). Guatemala merece un gobierno decente, en el que los gobernantes no roben y en el que los que se atrevan, terminen el el bote. Merece que seriamente atajemos las abismales diferencias que heredamos de la época de la Colonia y que en lo esencial, siguen ahí. Merece que abandonemos la sociedad de sólo dos clases, para parecernos un poco, al menos, a los países desarrollados, de gran clase media. Con un capitalismo moderno e incluyente y por eso, políticamente viable. Y para eso necesitamos un Estado en el que la mayoría pueda contar con una red mínima de satisfactores sociales (salud, educación, transporte público y seguridad). Lo cual implicará revisar a fondo nuestra estructura de ingresos y gastos. Un Estado en el que la mayoría empiece a tener acceso a la pequeña propiedad. Una Guatemala que sea el eslabón logístico del mundo, centro de un desarrollo nuevo, moderno, no-tradicional. Una Guatemala que recobre su liderazgo en Centroamérica...
Pero nadie lo hará por nosotros, ciudadano. La estructura informal de liderazgo de la Nación debe asumir su papel. Deberá utilizar el inevitable andamiaje electoral que el sistema exige, ni modo, con todo y sus luces y sus sombras, con sus notas agudas y sus bemoles. Debe buscar converger hacia una fórmula que rescate a la Auténtica República Democrática ¡ARDE!. Sí, se prepara una sorpresa, ciudadano, esté atento. La mayoría silenciada podrá poner en el poder a un gobierno de transición, que nos conduzca a un futuro próspero y a un sano bi-partidismo, como los que prevalecen en casi todas las sociedades exitosas del mundo. Un gobierno que desde el Ejecutivo, obligue al que se perfila como el futuro “peor Congreso de la Historia”, a hacer lo que el pueblo sabe que se debe hacer. Que propicie, con el auxilio de una sociedad informada y a la que se consultará frecuentemente, las reformas legales y constitucionales que se necesitan, llevando al pueblo a las mismas orillas del Hemiciclo. Que depure y renueve a nuestro podrido sistema de administración de justicia. Para ello, todos los demócratas tendremos que unir esfuerzos. Antiguos rivales tendrán que deponer reclamos y desconfianzas. Atenienses y espartanos deberán hacer a un lado sus diferencias, para defender a su Patria común, de los enemigos de la Democracia. El futuro será nuestro, ciudadano, si no lo dejamos escapar. Recuerde: si no somos Nosotros, ¿quiénes? Si no es ahora, ¿cuándo?
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 15 de Noviembre de 2022"
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