“Una nación puede sobrevivir a sus idiotas y hasta a sus ambiciosos. Pero no puede sobrevivir a los traidores solapados que medran de la corrupción. Esos traidores que no parecen serlo… que le hablan en tono familiar a sus víctimas… que apelan a la ruindad que anida, escondida, en el corazón del hombre. Ellos pudren el alma de la nación, trabajan en secreto y en nocturnidad para socavar los pilares de la sociedad; infectan el cuerpo político hasta que éste ya no pueda resistir. Debiéramos temerle menos a los asesinos que a estos desgraciados... ” – Marco Tulio Cicerón, Roma, circa 42 adC.
Como un profeta hablándole a un pueblo extraviado, el recién estrenado Presidente Giammattei, mediante declaraciones, discursos y documentos impresos, ha transmitido un mensaje inicial que es esperanzador para una ciudadanía desencantada. Se enfocará, dice, en atender graves demandas sociales, en propiciar la prosperidad económica y en atacar a ese cáncer que nos está destruyendo, la corrupción. Quiero creer que el nuevo Presidente es sincero y eso quiere decir que pese a los llamados a la concordia y a la unidad nacional, que son “de rigor”, se avecina un inevitable enfrentamiento, pues sin ir más lejos, su investidura fue formalizada por una junta directiva del poder Legislativo que es el vivo retrato de nuestra corrupción. Me dicen amigos optimistas que la presencia de personajes cuestionables en torno al nuevo presidente es parte inevitable de su ascenso al poder, pero que ya en él, el nuevo mandatario, poco a poco, se los sacudirá y después, sacudirá los cimientos del sistema. Ojalá. Nuestro sistema político fue “diseñado”, hace más de tres décadas, para que el poder político se pudiera “comprar, pero caro”, pues los poderes fácticos de entonces pensaron que aquello era “un seguro” en contra de “la amenaza comunista”. Lo que en realidad pasó fue que exmilitares y exguerrilleros, ambos corruptos, saqueando de mil maneras las arcas del estado, entraron en competencia con empresarios, también corruptos, para comprar el poder. Consolidaron un sistema político, paradójicamente, sin verdaderos partidos políticos; sin auténtico diálogo interno, sin ideologías, apoyado en un mercadeo cínico de candidaturas de contenidos vacíos, esencia misma de los “liderazgos de alquiler”. Así, en los últimos tres períodos, por ejemplo, tuvimos un gobierno corrupto “de izquierda” (la UNE); después, un gobierno corrupto “de derecha” (los “patriotistas”); y finalmente, un seudo-gobierno de “ladrones de vueltos” (FCN), que acorralado por el escrutinio ciudadano, pero invocando cínicamente una supuesta defensa de nuestra soberanía, se empeñó en defender a ultranza a una cleptocracia que aunque está herida desde el 2,015, no lo está, aún, de muerte. Hoy, con el ingrediente adicional de los dineros del narcotráfico, nuestro proceso político se origina y ha quedado en manos de clanes mafiosos que desde el nivel municipal y tras pasar por el provinciano, culminan “filtrando” las opciones que se le ofrecen a un electorado acondicionado, por otra parte, a aborrecer la discusión y la participación política real. Por eso la proliferación de personajes abominables en nuestra oferta electoral y la frecuente impotencia política de quienes no son corruptos. Por eso la mayoría de las alcaldías y muy buena parte de las diputaciones, están en manos de la cleptocracia y por eso, también, esa abundancia de jueces comprados o amenazados, que hacen mofa de “la independencia” de nuestro sistema judicial…
Pero Guatemala tiene suerte. La inteligencia recabada por los agentes de la nueva Roma (la CIA y ahora, la DEA), antes desperdiciada, se puso en un momento afortunado, al servicio del combate en contra de la corrupción en toda la América Latina. Un fugaz consenso bipartidista en Washington concluyó en que para crear (o al menos conservar), las fuentes de empleo que desincentiven la migración al Norte, había que desenmascarar a estos mercaderes de la podredumbre política local. Y fue así que en Guatemala de pronto la cleptocracia tuvo que “sufrir” a la CICIG. Así cayó Pérez y la Baldetti, y así se empezó a poner al descubierto nuestra hedionda realidad gubernamental. El sistema se tambaleó, pero la cleptocracia, astutamente, se reagrupó y pese al descalabro de varias de sus “maquinarias electoreras”, logró asustar “con el petate del muerto” (otra “conspiración comunista”) a la mayoría de nuestra poderosa minoría conservadora. Y usando, con pericia, el andamiaje republicano, en contra de la voluntad de la mayoría ciudadana, echaron a Iván; y finalmente, echaron a toda la CICIG. Con el interesado auxilio del díscolo presidente norteamericano actual, ese que está acostumbrado a contradecir a su propio Departamento de Estado, frenaron el proceso de ataque a la corrupción y le llamaron hipócritamente “defensa de la soberanía”, a cambio de vendernos como “tercer país seguro” y otras concesiones vergonzantes del bufón aquel que decía que no era “ni corrupto ni ladrón”. Echaron marcha atrás en la limpieza de la policía nacional, descabezaron y boicotearon al Ministerio Público, impidieron las reformas legales necesarias y le negaron presupuestos a la administración de justicia. Claro: pedirle a la cleptocracia que se reformara a sí misma era, cuando menos, una gran ingenuidad. Pero he aquí que tras un errático, sucio y tramposo proceso eleccionario, quedamos, casi de carambola, con un presidente cuya legalidad no es cuestionada y que dice aborrecer la corrupción. Y ahora es una voz “de derecha”, con un planteamiento conservador pero inteligente, quien llama a luchar contra la corrupción. No debiera haber, esta vez, insalvable sospecha en contra de sus llamados, si son genuinos, a combatir a los corruptos. Siete de cada diez ciudadanos, al menos, anhelan tal combate. La hora de la verdad se avecina…
“Jimmy” y “Jafeth” se escabulleron entre la obscuridad y el tumulto para materializar su impunidad negociada, mediante una irregular investidura como diputados del cada vez más cuestionado Parlacén. Lograron, por ahora y salvo que la inmunidad asumida no sea legalmente exigible, evitar un par de “huevazos” que les lanzó el pueblo, pero quedarán indeleblemente marcados en la memoria de la Nación. No hay mejor consejo que se pueda dar al nuevo presidente que observar el triste, vergonzoso e innecesario final de su predecesor, ese cuyos “colaboradores” –según el propio Presidente Giammattei- hasta “arrancaron” equipos y aparatos de las paredes al abandonar las oficinas que temporalmente les facilitó el Estado guatemalteco. Pero, ojo, Presidente; aunque su discurso está en sintonía con los auténticos anhelos de la mayoría de la población, está usted rodeado de personajes que no comulgan con esos propósitos. Así que si está siendo sincero en sus declaraciones, no eche en saco roto las admoniciones que hizo, hace más de dos mil años, el gran Cicerón…
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 21 de Enero de 2020"
Comments