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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

La gran controversia política por venir…

“El verdadero antídoto contra Donald Trump es un (ciudadano estadounidense de origen) asiático al que le gusta la MATH (“Make America Think Harder” – Hagamos que América Piense Más)” – frase que le gusta repetir a Andrew Yang, precandidato en las elecciones primarias del Partido Demócrata, recién calificado para participar en el próximo debate de aspirantes de ese partido político, que se celebrará en New Hampshire el 7 de febrero.


Las naciones prósperas y pacíficas se caracterizan por gozar de una mayoría de ciudadanos, que teniendo acceso a una situación económica razonablemente aceptable y sintiéndose adecuadamente representados, están de acuerdo en conservar sus instituciones republicanas sin mayor coacción gubernamental. En algunos casos, los menos, esta situación se logró por una espontánea evolución socioeconómica en la que sin haber una quimérica igualdad, tampoco hay abismales disparidades en ingreso y patrimonio, sino una gruesa y floreciente clase media, originada históricamente en poblaciones étnica y culturalmente muy homogéneas. Pero los casos de estudio más relevantes para las naciones subdesarrolladas como la nuestra (sí, dije “subdesarrolladas”) son aquellos en los que esa pacífica y generalizada prosperidad de la mayoría se logró a pesar de haber tenido orígenes históricos de acendrada disparidad. Si en nuestro mundo académico los historiadores entendieran más de economía, o los economistas supieran más de historia, esos casos serían del dominio público, pero lamentablemente, ésto no ha sido así. Hay poca conciencia, por ejemplo, de que el espectacular desarrollo industrial de los EEUU a partir de su guerra civil (1,861-1,865) se logró, en gran medida, gracias a los “Homestead Acts” que dotaban con caballería y pico de tierra a cualquier ciudadano que estuviera dispuesto a trabajarla por más de cinco años. Un millón seiscientas mil familias pobres (más o menos la quinta parte de la población total norteamericana de la época) recibieron esa dotación patrimonial, ocupando un 10% del inmenso territorio continental de los EEUU (tierras despobladas, que hay que aclarar, la nueva república le había arrebatado previamente a México, a partir de 1,848). Fue de esa manera que la nación norteña logró que las espontáneas condiciones de progreso de su noreste se extendieran a todo su territorio. Fue así que “se conquistó el Oeste” y de paso, se creó el más masivo mercado de consumo desde que la República Imperial Romana hizo algo similar en el Siglo I. Ciudadanos desposeídos abandonaban sus condiciones de miseria en las urbes (o atravesaban el Atlántico desde una hambrienta Europa) para convertirse en los granjeros-ciudadanos que convirtieron a la originalmente atrasada tierra de Lincoln en la primera potencia industrial del mundo, a fines del siglo XIX.


A diferencia de lo que había caracterizado a la sección sureña de la joven nación, donde el “capitalismo de plantación” había preservado -o acentuado- la disparidad socioeconómica, tras la guerra civil, se abrió paso un capitalismo crecientemente democrático e incluyente en toda la Unión. La poco difundida gran hazaña de Lincoln (que se desdibuja porque los historiadores se han enfocado más en su otra gran hazaña, la abolición de la esclavitud) hasta “se exportó”: después de la segunda guerra mundial y de la mano del General Douglas MacArthur, a Japón, Corea del Sur y Taiwán, donde los resultados también fueron espectaculares, en términos de desarrollo socio-económico. En la antigua América Española, por otra parte, nunca tuvimos a un Abraham Lincoln, a pesar de todas nuestras revoluciones e iluminados estadistas. En dos siglos de vida independiente, no hemos logrado aún escapar plenamente de la sociedad bipolar que heredamos de la época colonial y consiguientemente, seguimos siendo sociedades inestables y atribuladas, siempre pendientes de la posible aparición de un Fidel o de un Chávez, que aproveche la apenas apaciguada insatisfacción de las mayorías, para hacernos caer en el oscurantismo marxista. En Guatemala, habiendo perdido la oportunidad en el momento de la independencia (cuando las tierras baldías eran abundantes) y durante la revolución liberal (cuando, paradójicamente, le dimos refugio al “capitalismo de plantación” derrotado por Lincoln) y finalmente con Árbenz (cuya “reforma agraria” –abruptamente revertida- no creaba propietarios individuales sino “propiedades colectivas”) nos enfrentamos a una realidad actual en la que la dotación patrimonial por la vía del reparto agrario es aritméticamente imposible, técnicamente regresiva y políticamente inviable. Eso nos obliga a “pensar fuera de la caja” y acudir a la dotación patrimonial por la vía de capital accionario en proyectos republicanos, como serían los derivados de los activos republicanos necesarios para la construcción de una red de líneas férreas, servicios públicos como el teléfono, el agua o la electricidad y carreteras, o en el desarrollo minero (con el 49% de las acciones en manos de los ciudadanos individuales). Las corrientes de opinión que subyacen en el sistema político guatemalteco, sin embargo, aún enfrentan a una visión muy conservadora (temerosa de un desborde del celo reformista y creyente en el eventual “derrame” de prosperidad, “si no hacemos olas”), contra una terca y desfasada visión neo-marxista, que se niega a reconocer las lecciones históricas. En su pleito, ambas corrientes se estancan en una discusión sin futuro y nos roban la imaginación. No logramos que haya un auténtico debate público sobre cómo escapar de nuestra república bipolar. Estamos enredados en esa trampa; como dijo Ubico, al partir a su último exilio: atrapados “entre cachurecos y comunistas”…


Pero ahora este debate político sobre la permanente habilitación de un gran mercado de consumo resurgirá, nuevamente, en el Norte. Un nuevo y creciente desempleo estructural empieza a evidenciarse en los EEUU (la mitad de los empleos norteamericanos la constituyen los oficinistas, los vendedores de mostrador, los choferes de camión, los trabajadores de restaurantes y los obreros fabriles; todos ellos amenazados por una creciente automatización) y subyace bajo la creciente insatisfacción ciudadana, en una sociedad poco acostumbrada a gran disparidad. Con un Presidente norteamericano actual que contradice con su lenguaje y sus acciones el talante del gran republicano Lincoln; que no cree realmente en principios tradicionalmente republicanos como el libre comercio y la separación de los poderes del Estado; su posibilidad de mantenerse al frente de la nación norteña descansa más que otra cosa, en la pobreza de las alternativas visibles: un desgastado y poco inspirador Joe Biden o un neo-socialista, como Bernie Sanders, entre otras deslucidas opciones. Por eso el aún desconocido fenómeno que representa Andrew Yang (súbitamente ya es el cuarto en las encuestas demócratas) promete enriquecer las perspectivas de una renovación del sistema, en el corazón mismo del capitalismo mundial. Andrew Yang le anda diciendo a quien quiera oír que “la cuarta revolución industrial” (la primera fue la del vapor; la segunda y tercera, las de la electricidad y del petróleo; y la cuarta, que sólo está empezando, la de la inteligencia artificial –“IA”), está creando un desempleo estructural que amenaza destruir el poder de compra de la inmensa clase media norteamericana. “No son los inmigrantes, como dice Trump”- señala Andrew Yang- “sino la IA la que está destruyendo los empleos”. “La única solución para que la sociedad transite sin sobresaltos traumáticos a un nuevo equilibrio socioeconómico -añade- es una versión concreta del ingreso universal básico”. Es decir, el fortalecimiento de la “demanda agregada” por métodos distintos a los planteados originalmente por John M. Keynes. En dos platos, Yang propone dotar a todos los ciudadanos norteamericanos, por el sólo hecho de ser ciudadanos de esa gran nación, con un “bono de la libertad” de MIL DÓLARES MENSUALES, pagadero mediante un nuevo impuesto que le impondrá a Amazon, Google, Facebook y parentela. Hasta aquí oigo el grito de “foul!” de todos los conservadores del mundo. Pero eso no hará desaparecer su propuesta. Es más: prepárese, amigo lector, porque de ahora en adelante, oiremos de todo ésto mucho, mucho más…


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 28 de Enero de 2020"

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