Súbita relevancia del Bitcoin frente a la crisis provocada por un rey tonto
- Ciudadano Toriello
- 22 abr
- 5 Min. de lectura
“Una gran civilización no cae conquistada desde el exterior sino hasta que se ha destruido a sí misma desde su interior.” – Ariel Durant (1898-1981), escritora estadounidense de origen ucraniano, co-autora, junto a su esposo Will, del clásico ‘La Historia de la Civilización’, escrito en once volúmenes, entre 1935 y 1975.
He relatado varias veces que la debacle de la deslumbrante Atenas, cuna de la democracia y de lo que hoy llamamos “la civilización occidental” no fue una clara derrota frente a Esparta, su perenne némesis autocrático. La “era de Oro de Pericles” -la del arte, la filosofía y el rápido progreso material- sucumbió, primero, a sus acres críticos internos, que empezaron a desconfiar de la hasta entonces muy exitosa y próspera democracia directa, cuando ésta embarcó a Atenas en una gesta imperial expansiva que conllevó, entre otras cosas, crecientes gastos militares... y más impuestos. Los ricos atenienses empezaron una campaña de descrédito contra el dizque torpe “gobierno de las multitudes”, que con su ampuloso patrocinio, terminó cambiando el discurso y el talante público y al final, enlistando a todos los descontentos internos, incluyendo hasta al propio Sócrates. Y es que las democracias no están exentas de errores, excesos y hasta crímenes, que a veces la hacen lucir atroz, aunque las alternativas sean aún peores. En el caso de Atenas, la otrora invencible “liga de Delos”, marítima, comerciante, sofisticada, muchas veces abusiva, y sí, hasta libertina, fue doblegada internamente, primero, por los amigos del gobierno oligárquico; ese que favorece (i) el liderazgo del “hombre fuerte”, (ii) la intolerancia hacia quienes se aparten de la “ortodoxia oficial” y (iii) la disciplina impuesta, militarmente, a la muchedumbre. En el caso de Atenas, eso llevó al gobierno a una sucesión de tiranos, que en última instancia, en un necio intento por apaciguar a sus rivales externos, derrumbó las murallas que hacían de Atenas y de su puerto del Pireo, una plaza casi inexpugnable. Hasta entonces pudo Esparta, realmente, vencer militarmente a Atenas. Y tras ello, debilitada por las largas guerras civiles toda la “Magna Grecia”, su brillante civilización fue suplantada por sus rudos vecinos, medio griegos y medio bárbaros, los macedonios. Conquistadores que no obstante haber “copiado” las formas exteriores de la vida helénica, no duraron más de tres generaciones, tras el gobierno de aquel -no nos engañemos- déspota a quien aún hoy llamamos, ilusamente, “el Magno”...
El asunto viene a cuento porque la primera república democrática moderna, hija de las reflexiones de la Ilustración, articuladora de la democracia representativa, creadora del gobierno constitucional, la del contrato social explícito, gobernada por leyes e instituciones, no por hombres, ha elevado al pináculo del poder ejecutivo en la aún hoy mayor potencia del mundo, a un ignorante de la Economía y de la Historia; a uno que haciendo caso omiso de sus limitaciones, tiene ínfulas de rey. Uno que ha contado con el heterogéneo apoyo de calculadores, egoístas y miopes magnates, de incongruentes fanáticos religiosos y de una masa de rezagados y resentidos desplazados, víctimas de su eclosión demográfica, de sus miedos irracionales y de su ignorancia. Además de otros grupúsculos de cínicos oportunistas, torpemente empeñados en “sacar raja” de una “cruzada” tan vengativa como desestabilizadora, así como diez kilómetros cúbicos de ilusos terraplanistas. Y ahora, tras una serie de “decretos presidenciales” a cual más idiota, una floreciente economía moderna se encuentra en súbita crisis; mientras sus estructuras de gobierno son inmisericordemente e indiscriminadamente cercenadas, sus instituciones académicas amedrentadas, sus instituciones jurídicas irrespetadas o abiertamente coaccionadas y su establecimiento científico en proceso de lenta destrucción. La otrora moderna república imperial reticente, abandonando 250 años de persuasiva construcción de alianzas con regímenes afines, además, ahora se empeña en destruir la confianza que le tenían sus antiguos amigos y en amenazar a tirios y troyanos. En ese contexto, las políticas arancelarias del señor Trump no sólo han logrado derrumbar un mercado accionario que se mostraba alcista hasta su toma del poder. Lo errático de sus políticas no se quedó en erosionar los patrimonios que dependen de las expectativas futuras, sino que está logrando lo que hasta hace poco lucía impensable: la devaluación de facto y la pérdida de confianza en el dólar. Los mercados de bonos, consecuentemente, también se han derrumbado, en medio de un abandono incipiente, pero inocultable, de la herencia del acuerdo de Bretton Woods: el uso cuasi-universal de la divisa norteamericana, como moneda de reserva de última instancia. Y con ello, algo que no podían lograr por sí solos los miembros del BRICS: un futuro sin moneda fiduciaria dominante...
No da el espacio de un artículo periodístico como éste para explicar con detalle por qué el mundo necesita de las monedas fiduciarias; pero baste señalar que contrario a lo que pregonan los monetaristas radicales, un dinero funcional, además de ser resguardo de valor en el tiempo y en el espacio, debe ser también una unidad de cuenta relativamente estable, en su ámbito de influencia. Por eso es que pese a las grandilocuentes diatribas de los ya mencionados monetaristas radicales, el mundo no usa el oro como moneda cotidiana. El oro tiene oscilaciones bruscas de valor en el mercado, y sería una locura impracticable que el comercio universal siguiera tasándose en digamos, onzas de oro, de errático valor alcista. No obstante, la posible eclosión del dólar como moneda de reserva de última instancia, inevitablemente requerirá que el dólar -y cualquier otra moneda fiduciaria que aspire a suplantarlo- se tase crecientemente contra un activo financiero de última instancia y de aceptación universal. En el mundo de hoy, sólo hay dos tales activos: el oro metálico, y su equivalente digital, el Bitcoin. Dado su mayor facilidad de resguardo, de transporte, de validación de autenticidad y de escasez garantizada, el Bitcoin es -conceptualmente- superior al metal amarillo. Por eso, el Bitcoin está destinado a convertirse en la reserva de valor de última instancia por excelencia, en el futuro activo de liquidación internacional preferido entre monedas fiduciarias.
Hasta el gobierno de Calígula, pese a sus horrores, hizo cosas buenas: construyó dos acueductos que apaciguaron la creciente sed de Roma, el “Aqua Claudia” y el “Anio Novus”. De la misma manera, la administración Trump, ha tenido un gran acierto al iniciar el proceso para crear una “reserva estratégica” de Bitcoin. Pese a que -fiel a la errática conducta trompista- este acierto fue acompañado de abusivas emisiones de “tokens” criptográficos diseñados para estafar incautos, que desprestigian a los activos digitales entre los menos informados (además de crear víctimas inocentes), el reconocimiento de la utilidad del Bitcoin para mejorar el patrimonio neto de los EEUU, es una medida que auxiliará al país norteño a capear la tormenta financiera creada por Mr. Trump y su eventual recuperación futura, cuando esta pesadilla trompista termine. La súbita aparición del Bitcoin en el escenario mundial a partir del 2008, es un acontecimiento espontáneo que permitirá crear el sistema financiero internacional que sucederá al Acuerdo de Bretton Woods de 1944. He recomendado públicamente a nuestras autoridades a reconocer este asunto y a tomar medidas sensatas para beneficio del país. Guatemala ignorará este fenómeno sólo en detrimento de sus propios intereses. Así que dado el panorama internacional que nos tocará vivir en el futuro previsible, sería deseable que nuestra Junta Monetaria y/o nuestro Ministerio de Finanzas, tomaran nota...
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