“… las masas … anhelan seguridad, tranquilidad y paz y opinan que las quimeras de los liberales son repugnantes ... El mejor curso de gobierno es la autocracia absoluta, respaldada por un ejército leal, por una burocracia obediente y decentemente eficiente, por una eficaz maquinaria policiaca y por hombres de iglesia dignos de fiar…” – Síntesis (según Arthur May) del pensamiento de Klemens von Metternich, canciller austriaco, líder del retorno al absolutismo monárquico europeo, tras la derrota de Napoleón en 1,815.
“Un conservador no es más que un liberal que fue asaltado la noche anterior” – bromeaba frecuentemente durante su gestión Frank Rizzo, ex jefe de policía (1968-1971) y ex alcalde (1972-1980) de Philadelphia. Su estatua de más de tres metros, pintarrajeada por vándalos durante las protestas por la muerte de George Floyd de la semana pasada, fue retirada de su pedestal en la Plaza Thomas Paine, frente al palacio municipal de esa ciudad “del amor fraternal”, el pasado miércoles 3 de junio. El alcalde actual, Jim Kenney (caucásico, demócrata, electo en 2016), la mandó a retirar respondiendo a las airadas protestas de manifestantes que la consideraban “un monumento al racismo” y acogiéndose a la sugerencia del propio escultor de la estatua, Zenos Frudakis, quien fue comisionado para construir el monumento en 1988. “… representaba el fanatismo, el odio y la opresión para demasiada gente, por demasiado tiempo” -declaró el alcalde a la prensa para justificar su decisión de demoler el monumento.
La historia de portada de la revista “The Atlantic” (“adelanto” de la edición de Julio/Agosto), relata que dos jóvenes alemanes, hijos de prominentes familias comunistas, ambos educados por el PCUS en una escuela especial de Moscú durante la Segunda Guerra Mundial para regresar a ser miembros de un gobierno comunista en Alemania cuando cayera el gobierno de Hitler, fueron repatriados a Berlin en 1945. Integrados, según lo planificado, a la privilegiada nomenklatura germana, pronto ambos se dieron cuenta de que lejos de estar haciendo avanzar sus ideales de crear una sociedad más igualitaria y menos imperfecta, no eran más que instrumentos -cómplices muy bien recompensados, por cierto- de una burda y oprobiosa ocupación rusa de su patria. No obstante, sus reacciones fueron completamente opuestas: Wolfgang Leonhard, arriesgando su vida, escapó a Occidente en 1949, terminando sus días como profesor de una universidad estadounidense, obsesionado por “el conflicto entre la libertad y la tiranía”. Su compañero de cuarto y de escuela, Markus Wolf, se quedó en la “RDA” y llegó a ser “el No.2” de la STASI, la temida policía secreta de la Alemania oriental. “Ambos hombres podían ver el abismo entre la propaganda y la realidad. Uno continuó siendo un entusiasta colaboracionista, mientras que el otro no podía soportar la traición a sus ideales. ¿Por qué?”- se pregunta la Revista.
La historia continúa analizando las cosas que se dicen a sí mismos quienes continúan apoyando a una causa, a un partido, o a un líder, a pesar de crecientes evidencias de que al hacerlo están traicionando sus principios y/o sus ideales. Se pregunta la autora cómo el senador republicano de Carolina del Sur, Lindsey Graham, cercano amigo del recientemente fallecido (y desdeñado por Trump) John McCain, por ejemplo, se explica a sí mismo sus anteriores posturas públicas, ahora que se ha convertido en apologista del Presidente. Posturas suyas del dominio público están en franca contradicción con las adoptadas en los últimos años por el actual presidente norteamericano, como el abandono de largas lealtades (hacia Europa y hacia los kurdos, por citar sólo dos) o su aparente “afinidad natural” con autócratas como Putin, Xi Jinping o Kim Jong-Un, a quienes Graham siempre censuró. El artículo pasa a preguntarse qué se están diciendo a sí mismos aquellos republicanos que dicen profesar los ideales del Partido de Abraham Lincoln (que liberó a los afroamericanos de la esclavitud y “empoderó” al ciudadano desposeído como nunca antes), para seguir dándole apoyo público al actual mandatario norteamericano, cuyas actitudes contrastan, por ejemplo, con la sana desconfianza que exhibía Teddy Roosevelt hacia los abusos del gran capital, o con las posturas de Ronald Reagan hacia la inmigración y el comercio libre. Dice Anne Applebaum, la autora del reportaje, que las razones del “colaboracionismo” acrítico de todos los tiempos y latitudes incluyen el miedo al rechazo de “la tribu”, sentirse parte “del equipo ganador”, la conveniencia personal (económica y social) y un complejo y torturado proceso sicológico que disfraza con alambicadas explicaciones de conformismo mental, algo que algunos llaman simplemente …cobardía.
Para desgracia de los colaboracionistas, sin embargo, toda impostura acaba. El solitario voto disidente del senador Mitt Romney durante el reciente “Impeachment”, fue quizá el primer indicio de que una disidencia abierta empezará a surgir desde las entrañas mismas del partido Republicano. Las más recientes críticas de respetados generales en torno a la pretensión de Trump de invocar un oscuro expediente legal (el decreto “de insurrección” de 1807), para “sacar al Ejército a las calles”, resulta aún más ominoso. Pese a las tácticas de “asustar con el petate del muerto” (la “conspiración China”, la invasión silenciosa de esos inmigrantes ilegales que vienen “a quitarte el empleo y a robar”), cada vez es más probable que en Noviembre de este año el electorado norteamericano -pese a su núcleo de anglosajones protestantes asustados por la creciente presencia hispana- castigue a los Republicanos colaboracionistas quitándoles el control del Senado, aumentando la mayoría Demócrata en la Cámara baja y cambiando al inquilino de la Casa Blanca. El momento del rompimiento siempre tarda, creando una tensión creciente que trata de mantener la ficción de que “todo sigue igual”; pero finalmente, un incidente aquí y otro por allá, puede desencadenar una súbita avalancha de deserciones … y entonces, aunque tarde, los colaboracionistas corren a cambiarse de bando…
El inveterado pensamiento conservador guatemalteco no ve las cosas así. Aquí la mayoría de nuestra pudiente minoría, ve una insidiosa “conspiración comunista internacional”, inspirada en las tesis del italiano Gramsci (1891-1937) o en enjundiosos análisis sobre la evolución maligna del “foro de Sao Paulo”. En esa visión del mundo, la malvada ONU -que “quiere convertir a tu hijo en travesti”- está “detrás” de un maquiavélico “gran plan” y por eso, debiéramos retornar a un mundo ”sin sociedad de naciones” -aunque sea peligrosamente proclive al conflicto bélico- como el que existía previo a la segunda guerra mundial… “de la mano de Trump”. Para muchos de ellos, es una cuestión existencial, Trump -que igual se retrata con una biblia que con una estrella porno- tiene que quedar. Pero no es sólo aquel conservador que lee poco aunque opine mucho, quien piensa así. Fui sorprendido hace unos días con un casi inverosímil elogio del que se ha referido a Guatemala públicamente como “un hoyo de mierda”, de parte de un venerable gurú de la academia guatemalteca, de esa academia conservadora que se pinta “liberal”: lo comparó a Hércules (¡!), en desventajosa confrontación con la mítica Hidra…
El mundo anda revuelto, entre tragedias, discordias y esperanzas. Esperemos que en la oscuridad de esta noche histórica, aquel experimento moderno de la república democrática iniciado en 1776, el próximo noviembre se regenere a sí mismo y vuelva a constituirse en “aquel faro, en la cima de la colina”…
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 9 de Junio de 2020"
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