“Es un error suponer que el futuro de la democracia en México haya sido puesto en peligro por la larga presencia de un solo hombre en la Presidencia...He esperado pacientemente por el día en el que el pueblo de la República Mexicana estuviese preparado para elegir y cambiar su gobierno en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas y sin daño al crédito y al progreso de la Nación. Creo que ese día ha llegado... No importa lo que digan mis amigos y mis correligionarios, me retiraré cuando el presente período termine y no volveré a servir. Tendré ochenta años entonces... ...Veré con beneplácito el surgimiento de un partido de oposición en México; si aparece, lo consideraré una bendición, no una amenaza... y me olvidaré de mí en la exitosa inauguración de un gobierno plenamente democrático en el país...” – Declaraciones dadas por Porfirio Díaz en el Castillo de Chapultepec al periodista estadounidense James Creelman y publicadas por la entonces influyente “Pearson’s Magazine”, en su volumen de Marzo de 1908. Aunque la intención de Díaz era dirigirse sólo a la opinión pública internacional, “la entrevista Creelman” fue traducida al español por el diario mexicano “El Imparcial” y su publicación catapultó la campaña política de Francisco Madero, un hacendado del norteño estado de Coahuila, como aspirante a la Presidencia del vecino país en las elecciones de 1910. Pero el líder máximo del “Porfiriato”, a pesar de que ya había estado 35 años en el centro del poder desde que hipócritamente presumió de su original propósito de impedir “las re-elecciones”, no estaba realmente dispuesto a ceder la Presidencia. Por consiguiente, Madero cayó, arbitrariamente, en la cárcel, para que don Porfirio se re-eligiera, fraudulentamente, una vez más. Fue el inicio de la sangrienta Revolución Mexicana, que le costaría a esa generación de nuestros vecinos, un millón de muertos...
Así como un siglo antes los actos políticos de Hidalgo y Morelos habían exacerbado los temores del aycinenismo guatemalteco, conduciendo a un endurecimiento de las posiciones conservadoras en la época de la Independencia centroamericana, los eventos de la Revolución Mexicana de 1910, condujeron a la radicalización dictatorial de los regímenes “liberales” de Centroamérica y el Caribe. En el caso de Guatemala, Porfirio Díaz había servido de inspiración y ejemplo a nuestros políticos dizque “liberales”, empezando con Justo Rufino Barrios y terminando con Manuel Estrada Cabrera. Este último había usurpado el poder guatemalteco como fruto del magnicidio de José María Reyna Barrios en 1898, año en el que los EEUU le habían arrebatado Cuba, Puerto Rico, Guam y Las Filipinas a la decadente potencia española, mientras que en el entorno internacional se evidenciaba que entonces valía más “el derecho de la fuerza, que la fuerza del derecho”. En 1903 el Presidente Theodore Roosevelt, por ejemplo, alentó (con la presencia del acorazado “USS Nashville” en la costa panameña) a un grupo de oficiales golpistas a declarar la “independencia” de la provincia colombiana de Panamá, para superar las condiciones que el Senado de Colombia le puso a sus pretensiones de terminar de construir ahí el canal interoceánico que los franceses habían dejado a medias y que se inauguró en 1914 bajo soberanía norteamericana en la “zona del canal”. En 1905, en el otro extremo del mundo y tras sufrir una inesperada paliza bélica en el Pacífico a manos de un Japón que ya había empezado a crear su propia clase media, el Zar de Rusia tuvo que enfrentar una revolución democrática, que terminó reprimiendo sangrientamente. En México, después de que la primera fase de la revolución condujo a la elección democrática de Madero (1911), uno de los remanentes del Porfiriato, el general Victoriano Huerta, con la complicidad del Embajador de los EEUU, Henry Lane Wilson, lo derrocó y lo asesinó (1913), precipitando la segunda y mucho más sangrienta fase de esa revolución. Huerta, a su vez, fue derrocado en 1914 y Venustiano Carranza tomó formalmente el poder (1916) en medio de la discordia de varias facciones revolucionarias, que tras promulgar una nueva Constitución (1917), finalmente terminaron también deponiéndolo a la fuerza y asesinándolo (1920). En el violento proceso, uno a uno caerían asesinados los principales protagonistas revolucionarios: Emiliano Zapata (1919), Pancho Villa (1923) y finalmente, el sonorense Álvaro Obregón (1928).
En Europa, mientras tanto, la confrontación entre los conservadores monarquistas que habían dominado la escena desde el Congreso de Viena de 1815 y los liberales , terminó desencadenando la primera Guerra Mundial (1914-1918). Con la autocracia prusiana y los decadentes austriacos liderando el lado conservador y las democracias liberales, nucleadas en torno a Francia e Inglaterra, oponiéndoseles, el conflicto precipitó también la Revolución Bolchevique (1917) en Rusia. La conflagración dejó un saldo de veinte millones de muertos, 23 millones de heridos y la devastadora pandemia conocida como “la gripe española” (otros cien millones de muertos en todo el mundo). En ese contexto, Estrada Cabrera se vanagloriaba de haber creado en Guatemala un remanso de “orden y progreso”; sustentado, eso sí, en una vasta red de “orejas” que rápidamente reportaban si alguien “hablaba mal” del señor Presidente. Delaciones, censura, exilio, detenciones arbitrarias y asesinatos, caracterizaron a un régimen “cabrerista” que utilizaba la fórmula porfirista de “pan” (concesiones monopólicas, nombramientos, prebendas y “negocios” turbios) para sus adherentes y “palo” para los opositores. La “aristocracia” guatemalteca, ya para entonces bastante mestizada con los “montañeses” de Carrera y los “liberales cafetaleros” de Barrios, a pesar de sus persistentes ínfulas criollistas, había aprendido a co-gobernar pragmáticamente, maniobrando astutamente con sus incómodos aliados políticos de ocasión. Pero tras los terremotos de 1917-1918, en medio de los devastadores efectos de la pandemia de “la gripe española”, la opresión dictatorial cabrerista se volvió intolerable hasta para las élites, que terminaron orquestando un amplio movimiento de sedición al amparo del centenario de la Independencia Centroamericana y con la excusa de la reunificación. Fue así que los “unionistas” acabaron con la dictadura cabrerista de los 22 años, colocando al agro-empresario Carlos Herrera Luna en la primera magistratura de la nación (1920).
No duraría mucho ese acercamiento a una más auténtica democracia republicana, sin embargo, pues en 1921 un cuartelazo encabezado por el militar cabrerista José María Orellana, lo depuso. A su muerte (1926) lo siguió Lazaro Chacón, quien al sufrir un derrame cerebral (1929), dejó al país sumido en la inestabilidad política. En Europa, los conservadores derrotados se recomponían de diversas maneras y de forma notoria, resurgía una agresiva autocracia alemana; al tiempo que en Rusia Lenín imponía una sangrienta “dictadura del proletariado”. Se gestaba el escenario que conduciría a una “segunda guerra mundial”. En Guatemala, el pensamiento conservador, cada vez más resignado a la militarización de la política, observaba aquello y se aliaba pragmáticamente al “Partido Liberal” (ahora, además, para dizque distanciarse del cabrerismo, “progresista”), pero volvía a la convicción de que más allá de los formulismos republicanos, se necesitaba “mano dura” para que pudiésemos tener “orden y progreso”. Ésta, la “mano dura”, llegaría de nuevo, tras el inicio de la Gran Depresión (1929-1931), con Jorge Ubico Castañeda...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 27 de Octubre de 2020"
Comments