“Mario les dio tierras y entonces los publicanos les prestaron dinero. Mientras más compraban los soldados, más vendían los ciudadanos. Pronto en todo el territorio conquistado y en la propia Roma había una prosperidad generalizada antes sólo vista en la gran Cartago... pero... llevado por los vientos de la furia, su desbordado amor al poder y su insaciable apetito por naufragar en los arrecifes de una vejez salvaje y brutal... condujo a sus conciudadanos a la destrucción de la República... no hay nada nuevo bajo el sol...” - Plutarco (46-119 ddC), biógrafo griego, en “Vidas Paralelas”; hablando del general romano populista Cayo Mario (157-86 adC), lejano pariente e inspiración del futuro Julio César, siete veces Cónsul de Roma. Muerto, según algunos detractores, “de miedo” frente a la inminente venganza de su implacable némesis, Lucio Cornelio Sula, tras haber mandado a matar a todos los enemigos civiles que logró alcanzar. Sula, también general, ultra-conservador y vencedor final de la primera gran guerra civil de Roma, también mató aquellos de sus enemigos que no lograron huir y gobernó dictatorialmente, hasta retirarse a su villa, un año antes de su propia muerte, causada prematuramente por su vida licenciosa (78 adC).
Según algunos historiadores, si los españoles se hubiesen retrasado veinte años, habrían encontrado a los habitantes de Guatemala hablando náhuatl. El aguerrido y expansionista pueblo mexica, desde la lejana Tenochtitlan, poseía abundante inteligencia sobre estas ricas tierras y los tercos pleitos entre sus vecinos. Ambicionaban imponer condición tributaria a pueblos que según los pochtecas (comerciantes y espías mexicanos) cultivaban ricas plantaciones cacaoteras en el Soconusco y en Suchitepéquez y extraían obsidiana y jade de las minas de El Chayal, además de producir otra miríada de exóticos productos tropicales. Pero precedido por la viruela, la tos ferina y el sarampión, Hernán Cortés se apersonó en México en 1519, nó en 1540 y la Historia de Mesoamérica cambió para siempre. Fue la desigual lucha entre las armas del Renacimiento europeo y la tecnología del neolítico tardío. En 1524, habiendo conquistado el corazón del imperio mexica, Cortés envió a su molesto e impredecible lugarteniente, Pedro de Alvarado, auxiliado por un ejército de conocedores tlaxcaltecas que le dieron nombre mexicano a casi todos nuestros toponímicos, a consumar la ambición azteca en nombre del cristianísimo Emperador Carlos V. Los pragmáticos tlaxcaltecas, siguiendo el ejemplo de doña Leonor de Alvarado y Xicoténcatl (hija del Adelantado con la hija de un cacique tlaxcalteca), “se asimilaron” a sus compañeros de conquista, y tras una repetición de la fórmula del acero, la pólvora y los caballos, aliados a los “malinchistas” locales y a las epidemias, pasaron a engrosar, discretamente, con nombres, ropajes y usanzas castizas, una nueva casta de conquistadores y colonizadores “cristianos”. Con su auxilio y pese a la tardía rebelión cackchiquel en contra de la traición de sus “aliados” españoles, la “hispanización” del sistema tributario precolombino, como en otras latitudes del continente, pronto condujo al semi-feudal sistema de “las dos repúblicas”, una “india” y la otra, “española”. Este proceso implicó una catástrofe demográfica, producto de las nuevas enfermedades, la violencia y el desgano vital de las élites vencidas, que redujo la población originaria (de unos dos millones de habitantes en lo que hoy es el territorio de Guatemala) a menos de un sexto de lo que fue al momento del primer contacto con los europeos. La soltería de la horda española, apenas atenuada por tardíos y esporádicos arribos de mujeres “traídas” de España, dieron pie a un mestizaje asimétrico y cruel; eso sí, acompañado de bautizos, misas y procesiones, impuestas por la cultura de la Cruz. Fue el traumático parto que dio origen al actual pueblo guatemalteco.
Pese a que el cabildeo de fray Bartolomé de Las Casas condujo a la supresión de la encomienda y a las “Leyes Nuevas” (Barcelona, 1542), durante tres siglos la estructura socioeconómica sólo evolucionó aquí de sus formas más horrendas hacia la asimétrica bi-polaridad socio-económica que constituyó nuestra principal herencia colonial. Bajo la influencia de la Ilustración y de las Revoluciones Americana y Francesa, las élites hispano americanas aprovecharon la invasión napoleónica de la Península Ibérica para cortar el cordón umbilical con la Metrópoli, a principios del siglo XIX. Fue la primera oportunidad para crear en estas tierras una auténtica República de todos los ciudadanos. La tierra era relativamente abundante y en su mayoría, sin dueño. Pero la élite criolla veía en aquello el horroroso prospecto de un derrumbe de su sistema de vida y en el antiguo Reino de Guatemala, se llegó hasta la guerra civil contra los intelectuales liberales para impedirlo, aunque haya sido a costa de destruir la original República Federal de Centroamérica. Una segunda oportunidad llegó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el zapoteca oaxaqueño Benito Juárez comprendió que el secreto del desarrollo estaba en la propagación de la propiedad privada. Juárez murió antes de profundizar su Reforma Liberal en México, que pronto fue adulterada por el capitalismo de plantación que migró al sur tras ser derrotado por Abraham Lincoln en los EEUU, encarnando en Porfirio Díaz. Nuestra propia Reforma Liberal, auspiciada inicialmente por Juárez con la entrega de 300 rifles de repetición a Miguel García Granados, pronto derivó en una versión más tropical del mismo porfirismo, encarnado aquí en Justo Rufino Barrios. Otra vez se desperdició la oportunidad de crear una República de todos los ciudadanos y en vez de eso, le apostamos a las plantaciones de café, con su dualidad de patrones y “mozos”, y a la República Bananera, emblematizada por la UFCO, con sus dueños extranjeros y sus obreros rurales. Una tercera oportunidad se desperdició aquí a la mitad del siglo pasado. Teniendo entonces la República alrededor de tres millones de habitantes, Jacobo Arbenz impulsó el Decreto 900, Ley de la Reforma Agraria, cuya aplicación estuvo plagada de excesos y abusos, pero que dotó de tierra (en alguna forma de “propiedad colectiva”) a un sexto de las familias guatemaltecas. En vez de corregir sus excesos dentro del cauce institucional republicano, para conducirlo hacia un proceso de “reforma agraria capitalista” como el que Douglas MacArthur llevó a cabo en Taiwán y Corea, poniendo las bases de un subsecuente “milagro económico”, los conservadores guatemaltecos, en alianza con la UFCO y disponiendo del auxilio de la CIA, abortaron y revirtieron el experimento. Desde entonces, los espectros de Mario y de Sula, han caracterizado a la vida política guatemalteca...
Hoy Guatemala tiene seis veces más población que cuando se aplicó el Decreto 900, que le dió a los beneficiarios de esa Reforma Agraria aproximadamente seis hectáreas y pico por familia (versus de diez a veinte veces más que recibieron los beneficiarios de los “Homestead Acts” de Abraham Lincoln en los EEUU, a partir de 1862). No habría alcanzado toda la tierra cultivable de Guatemala en aquellos años para haber hecho extensivo dicho reparto, en esas dimensiones, a la mayoría de la población. Por eso sostengo que una dotación patrimonial ciudadana equivalente a otras hechas en otras épocas y latitudes por la vía del reparto agrario, es hoy en Guatemala aritméticamente imposible, técnicamente regresiva y políticamente inviable. Ello no elimina las consecuencias de nunca haber hecho tal dotación fundacional en las repúblicas de la América Española, sin embargo. Por eso seguimos siendo tan atrasados social y económicamente y políticamente tan inestables, en todo este Continente de la desigualdad. Nuestro desafío fundamental es concebir maneras inteligentes de suplir esa dotación patrimonial fundacional que nunca fue, por vías novedosas, constitucionales y pacíficas. Y esas formas vendrán.
Mientras tanto, aquí los agoreros del atraso y beneficiarios de la inmovilidad todavía sueñan con que un “superhéroe” con pelo de elote y una gorra con las siglas del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación los vendrá a salvar de la ira popular en el minuto noventa y medio. Pero usted sabe, ciudadano, que no es así. Más temprano que tarde, estos remanentes de un pasado ingrato serán barridos por la Historia. Hoy toca mantener vivas las instituciones republicanas, asediadas por el abuso y la corrupción. Por eso hay que seguir diciendo NÓ AL GOLPE. Diputados y Magistrados: respeten a nuestra más alta Corte. Respeten la Constitución...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 8 de Septiembre de 2020"
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