A principios del siglo XV, la dinastía Ming comisionó una flota marítima legendaria con la que China extendió su influencia política, comercial y militar hasta el Golfo Pérsico y las costas africanas. La flota llegó a tener más de 60 buques oficiales, operada por más de 27 mil hombres y con el buque insignia entonces más grande del mundo, de nueve mástiles y más de ciento y pico metros de eslora. Acompañada usualmente por otro centenar de naves privadas parásitas, esta flota realizó siete viajes al mando del eunuco Almirante Zheng He, entre 1405 y 1433. Tras la muerte del Emperador Yongle, sin embargo, sus sucesores cedieron a las presiones derivadas de la percibida necesidad de concentrar recursos en el combate a la invasión mongólica y el traslado de la capital a Beijing, además de confirmar la miope política autárquica y aislacionista del Celeste Imperio; abandonando súbitamente y por siglos esta incipiente y prometedora iniciativa marinera, que la habría “abierto” al mundo. China pagaría muy caro esta ominosa decisión: pequeñas carabelas europeas llenaron ese vacío de poder de inmediato y en el siglo XIX, llegando por mar, sus sucesoras avasallaron a la nación asiática con la “guerra del opio”; imponiéndole, a la postre, los “tratados desiguales”, que fueron la antesala de su Guerra Civil y de la posterior Revolución Maoísta.
Muchos de los críticos de la adopción del Bitcoin como moneda de curso legal en El Salvador, hablan mal aconsejados por una ignorancia sobre el tema que les impide reconocer un fenómeno histórico que está ocurriendo frente a sus narices. Se concentran en la volatilidad de su precio (aunque de no poder pagar un hamburgués, un BTC ha pasado a valer más, en cosa de doce años, que un kilo de oro) y en insistir falsamente en que su uso será “obligatorio” en El Salvador. Predicen, airados, su inminente desaparición del escenario mundial. Desconocen que la terca supervivencia de este activo financiero (que surgió en 2009) en un ambiente francamente hostil, se deriva de sus muy apetecidas características como “resguardo de valor”, superiores a su equivalente tradicional, el oro. El Bitcoin es infinitamente divisible; fácil, segura y baratamente transportable a través de diversas jurisdicciones y geografías; discretamente ocultable, pero inmediatamente reconocible, transable con cualquier divisa importante del mundo; y predeciblemente escaso, merced a su matemáticamente decreciente emisión. La emisión de nuevos Bitcoins es la manera en el que ese impersonal sistema “le paga” a los cientos de miles de “mineros” su trabajo de “conciliar” (descentralizadamente y por coincidencia de juicios) cada diez minutos, los saldos contables de un nuevo “bloque”, en la cadena de bloques que representa al Bitcoin, un gigantesco registro público que reside en cientos de miles de computadoras, propiedad de participantes voluntarios y anónimos, distribuidos por toda la geografía mundial y conectados por “la red”. En ese mundo de participantes que actúan “sin permiso” de autoridad alguna, quienes se ganan el privilegio de “minar” son quienes en una repetitiva competencia abierta, dan “prueba de trabajo” al sistema; resolviendo problemas algorítmicos cuya complejidad crece con el número de competidores y para lo cual se requiere de “software” y “hardware” cada vez más rápido y sofisticado, que los hace consumidores conspicuos de energía eléctrica.
Hasta hace poco, se estimaba que la mayoría de los “mineros” del mundo estaba en China, donde cientos de miles de pequeños, medianos y grandes empresarios, tolerados por las autoridades de aquel régimen autocrático por una mezcla de interés de no estar al margen de este fenómeno y por lucrar corruptamente con su permisividad, hacían posible la contradicción de que el corazón de un experimento libertario global, residiera, física y mayoritariamente, en una nación “comunista”. Pero pudo más el deseo autocrático de controlar la aparición de nuevas fuentes de recursos monetarios en manos de individuos proclives a la disidencia, que la posibilidad de jugar un rol más relevante en este nuevo mundo financiero. Desde hace varias semanas, el gobierno chino inició su enésima campaña represiva en contra del BTC y ahora, especialmente contra los “mineros”; que están abandonando China, vendiendo sus equipos o conduciendo sus actividades en una cada vez más elusiva clandestinidad. El sistema de minería de Bitcoin mostró, una vez más, una sorprendente adaptabilidad. Sin que se interrumpiera una sola vez la conciliación cíclica, cada diez minutos, la minería perseguida en China se desplazó geográficamente, a todas partes del mundo, pero en especial, a geografías que aprovechan la energía eléctrica “ociosa”, en horas cuando ésta es más barata, como el estado de Texas y las provincias centrales del Canadá. Al reducirse el número de mineros, la competencia menguó y el costo de “minar” bajó. Y a esas condiciones propicias son a las que pretende sacarle provecho el Presidente Bukele, propiciando la minería en suelo salvadoreño, utilizando “la energía térmica del volcán”...
El deseo de controlar las monedas del mundo es un asunto viejo. Durante el Renacimiento, celosos reyes y emperadores europeos veían con envidia como la familia Medici o posteriormente, un Jackob Fugger, por ejemplo, “creaban”, de un plumazo, “dinero fresco”; con el sencillo expediente de acreditar saldos contables, contra algún “derecho” (o “garantía”, dirían los banqueros de hoy) que les pareciera aceptable, sin tener el cien por ciento del metálico en su posesión. El gradual cercenamiento del poder de emisión “privada” de dinero, siguiendo el pionero ejemplo del gobierno inglés en Londres en el siglo XIX, condujo a la imposición del sistema “de banca central” (emisión monetaria controlada monopólicamente por los gobiernos) en prácticamente todo el mundo. Pero los gobiernos no han sido los mejores guardianes del interés público para dotar a los ciudadanos de dinero “sano”. Han sido más proclives a la emisión de dinero “sin respaldo” que lo que fueron los antiguos banqueros privados emisores. Los EEUU, por ejemplo, aunque forjaron la arquitectura principal del actual sistema financiero internacional tras la segunda Guerra Mundial (mediante el acuerdo de Bretton Woods), lideraron también el abandono del “patrón oro”, en 1972. Con ello, Richard Nixon desvinculó la emisión del dólar de la tenencia de un activo de resguardo de valor que limitara objetivamente la emisión de moneda; ahora, completamente, “fiduciaria”, anclada en “la fé” que le tenga el público a dicha moneda. Y ya con esa libertad, hoy los EEUU financian su creciente déficit fiscal con emisión “inorgánica”, lo que ha llevado su deuda pública a una cifra superior al 130% de su PIB. Si no tuvieran “la maquinita” de hacer dólares y fueran del tamaño de El Salvador, nadie les prestaría más dólares...
Pero no están solos, los EEUU, en esa condición. El Japón, por ejemplo, ha dado lugar a una “nueva teoría monetaria”, que esencialmente dice que -en economías lo suficientemente grandes y diversificadas- si la deuda pública es pagada por emisión inorgánica en la misma moneda en que fue contraída, las viejas prevenciones acerca del déficit gubernamental ya no se aplican, si tal emisión no incide en presión grave sobre los precios al consumidor. En otras palabras, una economía fuerte no resentirá que para pagar intereses sobre la deuda se contraiga más deuda (el concepto del activo financiero permanentemente productivo, “ever Green”, siempre verde), en tanto la cantidad del circulante no sea de tal magnitud que ponga presión grave sobre los precios al consumidor. Que tan “grave” es la presión se establece observando el comportamiento del índice de precios al consumidor y el crecimiento o al menos, la estabilidad, del PIB. Eso mismo pareciera caracterizar a las políticas fiscales y económicas de los EEUU en esta postpandemia. Los rebeldes del mundo Bitcoin, sin embargo, señalan que al margen de lo que ellos consideran la manipulación del “índice de precios al consumidor” norteamericano, todos los activos de capital relevantes (el costo de la vivienda, de las propiedades productivas, de la educación superior y del consumo suntuario), están actualmente sometidos a una despiadada inflación (mas del 9% anual, arguyen) y por ello, es necesario un nuevo resguardo de valor. El gobierno de EEUU, con un enorme gasto militar preventivo, presión política para hacerle frente a las cada vez mayores expectativas de su electorado y un servicio de deuda que se aproxima a ser el rubro más importante del Presupuesto Nacional, parece “encadenado”, sin salida, “al sistema japonés”. Algunos encuentran allí la explicación a la discreta pero creciente tolerancia al Bitcoin y a su pública y controversial adopción por muchos actores relevantes del sistema económico norteamericano. Si el BTC está destinado a ser el nuevo oro, más vale – se dice que piensa el poder tras el trono- que sean ciudadanos de los EEUU quienes tengan las mayores reservas del mundo de ese nuevo activo digital, y que la “minería” no resida mayoritariamente en un territorio hostil; mientras los chinos acumulan pagarés norteamericanos denominados en dólares, que en un hipotético conflicto bélico, podrían ser desconocidos por el Tío Sam...
Resulte a la postre como fuere, el hecho es que el pequeño El Salvador, quizá sin plena consciencia, se ha insertado audazmente en este ajedrez internacional. Aquellos observadores seducidos por análisis simplones acerca de que el uso del Bitcoin traerá un aumento del crimen organizado a tierras cuscatlecas -mientras aquí hipócritamente ignoramos el creciente dominio de la cleptocracia- harían bien en revisar el reciente informe de Michael Morell, un ex Director de la CIA (https://www.thecipherbrief.com/report-an-analysis-of-bitcoins-use-in-illicit-finance) quien asevera que el crimen prefiere el cash, la banca offshore y el uso de otras criptomonedas con seguridad aumentada; pues el Bitcoin deja imborrable huella en un registro público de utilidad forense, lo que facilita la investigación policiaca especializada en perseguir ese tipo de crímenes (tomar nota de reciente caso de extorsión a una gran empresa norteamericana, pagada en BTC, que fue resuelto, recuperándose el monto robado). Así que como si fuéramos vecinos de Macao o de algún otro emporio del comercio libre, hay que adaptarse a una realidad que nosotros no podemos cambiar. Entre escándalo y escándalo local, debemos tomarnos el tiempo para observar. Y de la evolución de los acontecimientos -¿y qué pasa en Cuba, chico?- deberemos sacar conclusiones, ciudadano, tanto en lo económico, como en lo político...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 13 de Julio de 2021"
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