“Sábete, Sancho, que (...) todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal y el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca...” - El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605), del inmortal Miguel de Cervantes.
Toda la América Latina se debate de tiempo en tiempo en esa angustia existencial de tener que escoger entre prolongar regímenes políticos que no han proveído de suficiente paz, prosperidad y esperanza a sus mayorías, o enfrentar los riesgos de un vuelco radical que termine con sus imperfectas libertades. La pervivencia de muchos gobiernos mediocres, abusivos y ladrones, sólo se explica porque las alternativas son aún mucho peores. Es “la enfermedad latinoamericana” y Guatemala es un perfecto ejemplo: se nos dice que es preferible tolerar a estos “políticos” cuya única agenda es hacerse ilegal y grotescamente millonarios, cuanto antes, con el erario público, dejando de lado la solución de nuestros ingentes problemas sociales, que arriesgarnos a que sus competidores nos impongan “una tiranía comunista”. Sólo que el poder persuasivo de ese cuento “ya está fallando”, según lo ilustran los recientes casos de El Perú, Chile y Honduras...
Los ultraconservadores, queriendo “tapar el sol con un dedo”, le dirán que estas preocupaciones “son charadas” de los “chairos”, que en realidad, todo está bien. Que “hay que tener paciencia” para que la “inevitable” prosperidad capitalista “se derrame” crecientemente sobre el pobrerío, pues nuestros pueblos son “razonablemente felices”; y que en el fondo, toda la turbulencia política se debe a la perversa intriga y cuasi-mágicos poderes “del Foro de Sao Paulo”, lo cual “hay que denunciar”. Pero usted y yo sabemos, ciudadano, que esa no es toda la verdad. Es cierto que como lo evidencian Cuba, Venezuela y Nicaragua, las cosas pueden ser mucho peores, para todos, de lo que sufrimos en Guatemala; pero no podemos eludir la realidad de que cada cuatro años le damos a escoger al electorado “entre el cáncer y el sida”. Nuestra inestabilidad política es, dejémonos de cuentos, consecuencia de que hemos permitido que la mayoría viva jodida y sin legítima esperanza, mientras muchos funcionarios “se forran de pisto mal habido”. Y el riesgo está ahí de que como decía el Padre Chemita, un día el pueblo decida “probar” otra cosa, aunque sea, “por joder la pita”. ¿Hasta cuándo podemos asumir que el pueblo guatemalteco va a tolerar seguir siendo los “sub-campeones” internacionales en desnutrición infantil, analfabetismo, mala calidad y exigua cantidad de carreteras, hospitales y escuelas? ¿O de asaltos, extorsiones e inseguridad pública? ¿Hasta cuando creemos que se va a someter mansamente a una segura vida de infortunios o a un exilio laboral forzado por la falta de empleos y oportunidades?
Ojo: nuestro predicamento socio-económico no es casualidad ni se causó ayer. Cargamos con la terrible herencia colonial de “las dos repúblicas”, que no hemos logrado superar. Con su extrema aversión al cambio, las élites conservadoras han sido históricamente responsables de preservar esa sociedad dual. Al independizarnos, efectivamente, se aseguraron de que tuviésemos una “independencia sin república”, que resultó en una monarquía aldeana con otro nombre. Cuando esta fórmula se agotó, se aseguraron de adulterar nuestra falsa “revolución liberal”, llevándonos al “capitalismo de plantación”, esa sociedad semi-feudal de finqueros latifundistas y mozos desposeídos, subordinados a la “república bananera”. Finalmente, tras la Revolución del 44, fracasamos en crear una sociedad de pequeños propietarios y terminamos enredados en un polarizado enfrentamiento ideológico que aún no termina. Hoy, vivimos en una tramposa y falsa “democracia” en la que el auténtico debate se ahoga y la verdadera competencia política está proscrita. Mediocres ladrones de cuello blanco, integrados en mafias que posan como “partidos políticos”, le hacen la vida imposible a quienes no se someten a las trampas del sistema, para terminar dándole a escoger al pueblo, entre millonarias pero insulsas campañas publicitarias, sólo “de los males, el menos”...
Pero pese a todo, otros tiempos se avecinan. No es así nomás que se puede detener la rueda de la Historia. Los mafiosos todavía no lo dan por cierto, pero ya lo intuyen, no duermen bien. Pese a las apariencias y a sus desplantes, las fisuras y las debilidades estructurales de la cleptocracia están bajo creciente asedio. A la cleptocracia no la quiere el pueblo, ni la prensa, ni la comunidad internacional. Sólo cuatro gatos, eso sí, vociferantes y falsamente “nacionalistas”. Por eso, discretamente, los cleptócratas ya planean sus futuros exilios, mientras conspiran artera e infructuosamente para demorar la llegada de “la hora de la verdad”. Más temprano que tarde constatarán que siete de cada diez electores no apoyan ni a los que no quieren que las cosas cambien, ni a los que dizque nos van a “salvar” con el violento reparto de lo ajeno. Mediante un liberalismo quirúrgico, la hora de la República de todos los ciudadanos, la de un capitalismo incluyente y de una democracia auténtica, se aproxima. Así es que pese a los planes de forzarnos a escoger, por una parte, entre la Telma de CODECA (o gracias a un servil TSE, quizá “la eterna Sandra”) y por la otra, la esposa del Rey del Tenis, “la conspiración del bien” avanza. Se construye una “carpa grande”, ciudadano, para derrotar a este irredento y perverso sistema. Los ciudadanos de bien impedirán que la cleptocracia nos siga sojuzgando, sin por ello rendir a los radicales nuestras preciadas libertades. Esté atento y como parte de nuestra estructura informal de liderazgo, no desmaye cuando le toque poner su grano de arena para que la sociedad guatemalteca tenga este año... un ¡feliz 2022!
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 4 de Enero de 2022"
Comments