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Hacia el siguiente Centenario

“¿Permitiremos que se repitan los males cuyas consecuencias deploramos todavía?.” – Benito Juárez (1806-1872); nacido zapoteca, ignorante del idioma español hasta la adolescencia y al morir, erudito e hispano-elocuente Presidente mexicano.



Recibí un par de reclamos por no “celebrar” la semana pasada el 15 de septiembre (yo sostengo que el Bicentenario hay que celebrarlo hasta el 1 de julio del 2023). “¿Por qué esa obsesión con el pasado y sus males?” – me increparon. “Hay que ser propositivos” – añadieron – “a la gente lo que le interesa es ‘ver las cosas de cara al futuro’ y no seguir oyendo de lo que hicieron o no hicieron los tales Aycinena. ¿O sos enemigo de Guatemala?”. Sólo faltó que me dijeran, como solía decirme aquel pariente – de ingrata recordación - en mi ya lejana adolescencia, cuando en nuestras discusiones se quedaba sin argumentos: “se ve que no sabés lo que es amar a Dios en tierra de indios, patojo mula”. De manera, amable lector, que aunque siga creyendo, con Santayana, que “los pueblos que no aprenden de su Historia están condenados a repetirla”, en esta ocasión trataré de ser, fundamentalmente, “propositivo”...


Empecemos por reconocer que sólo un puñado de sociedades ha logrado alcanzar la ciudadanía plena y una aceptable prosperidad para sus mayorías, desde hace apenas un par de siglos y pico. Entre éstas sociedades, además, hay dos grupos: el de las que iniciaron su proceso hacia esa condición partiendo de una relativa homogeneidad étnica y cultural, como en el norte de los EEUU o en el norte de la Europa Central; y el de aquellas que para lograrlo, tuvieron que remontar una condición de abismal y conflictiva desigualdad inicial. Siendo los pueblos hispano americanos fruto del violento choque entre dos culturas muy disímiles hace medio milenio, y por consiguiente, aún hoy sumamente desiguales, nos interesa entender, sobretodo, “cómo le hizo” el segundo grupo, para arribar a una situación social y políticamente más tolerable. Mi lectura del registro histórico, poco convencional porque estamos habituados a historiadores que no entienden de economía y a economistas que no saben de historia, es que en ambos grupos se adoptó la dupla de economía de mercado con instituciones republicanas democráticas. Pero en el primer grupo, y eso confunde, esta transformación fue relativamente gradual e incruenta, aunque siempre acompañada de reformas políticas que condujeron al abandono de estructuras sociales arcaicas; mientras que en el segundo, la transformación con frecuencia implicó medidas que, a falta de otro término, calificaré de “quirúrgicas”, sobre el cuerpo social. Uno de los casos más dramáticos del segundo grupo fue el de el Sur de los EEUU, donde un “cirujano” de apellido Lincoln, tras dramática conflagración para imponer sus remedios, puso en marcha medidas traumáticas, pero conducentes a la creación y fortalecimiento de una mucho más amplia y vigorosa clase media, el verdadero secreto de su inocultable éxito trascendental...


En la antigua América Española, por otra parte, el proceso independentista se inició con la invasión Napoleónica de la Península en 1808. Dicha invasión estuvo precedida de una intensa discusión ideológica, derivada del impacto que la Independencia de los EEUU y la Revolución Francesa tuvo en los corazones y las mentes de una dirigencia de “ilustrados”; una pequeña clase media educada, que adoptó mayoritariamente un ideario republicano y liberal y que dotó al proceso de su idealismo inicial, buscando “la república de todos los ciudadanos”. Pese a ello, a medio proceso hubo en Europa una agresiva regresión conservadora, emblematizada en el caso español con la derogatoria de la Constitución de Cádiz en 1814, lo cual provocó que, a excepción del “trienio liberal” (1820-1823), la influencia consevadora fuera la que llegara aquí con mayor fuerza desde el viejo Continente, al inicio de nuestra vida independiente. Consiguientemente, de 1815 a 1848, las élites acaudaladas hispano americanas, envalentonadas con los sucesos europeos, dieron paso a una reacción conservadora post-independentista que terminó enfrentando mortalmente a nuestros intelectuales ilustrados con los acaudalados conservadores; triunfando a la postre, aunque sólo pírricamente, estos últimos. Y con ellos, las fórmulas socio-económicas arcaicas...


Fue en ese contexto que ocurrió la confrontación entre el capitalismo incluyente del Norte de los EEUU con el capitalismo de plantación del Sur norteamericano: los capitalistas sureños, entonces los más ricos de aquel país, tenían “trabado” al Senado y al “Colegio Electoral” de la Federación norteamericana con su sistemática oposición. Querían que las tierras arrebatadas a México en 1848 al amparo de su “destino manifiesto”, se desarrollaran vendiendo el Estado grandes lotes “al mejor postor” (a “grandes inversionistas”), a quienes se les permitiera, también, el acceso a mano de obra esclava. Lincoln, muy al contrario, quería que “las tierras baldías” del nuevo Oeste se asignaran sin costo significativo a miles de pequeños propietarios-ciudadanos, trabajándolas por sí mismos (sin esclavos), conforme al ideario fundacional de la República. Electo Presidente el leñador de Illinois, la disputa terminó en Guerra Civil, con una mortandad sin precedentes. Aún después de vencidos militarmente, los resentidos sureños mandaron a asesinar a Lincoln y a través de su sucesor, intentaron revertir, o por lo menos demorar y atenuar, su legado, en sus terruños. Pero el éxito de las fórmulas de Lincoln en el Norte y en el nuevo Oeste, a través de un capitalismo moderno y políticamente viable (lo que a su vez dio pábulo a un impresionante desarrollo industrial), terminó de avasallar al Sur. Legiones de desposeídos vueltos pequeños propietarios “conquistaron el Oeste”, dando lugar “al sueño americano”, el de “la tierra de las oportunidades”, el de grandes mercados fincados en una gran clase media. Douglas McArthur, al final de la segunda Guerra Mundial, volvió a aplicar “las fórmulas” de Lincoln, esta vez en Corea del Sur y en Taiwán. Y los resultados están hoy a la vista.


En la América Latina nunca logramos replicar un fenómeno equivalente, pese a varios intentos fallidos. Por eso seguimos siendo sociedades marcadamente desiguales y políticamente inestables. Perdimos, además, claras oportunidades históricas para lograrlo por la vía del reparto agrario capitalista; en Guatemala, en 1821, en 1871 y en 1952. Un auténtico “despegue” republicano ya no puede hacerse por la vía del reparto agrario, pues éste ya hoy resulta (i) aritméticamente imposible; (ii) técnicamente regresivo; y (iii) políticamente inviable. Consiguientemente, hay que recurrir a nuevas fórmulas, a lo que yo llamo “la dotación patrimonial ciudadana”, de activos republicanos no-agrarios. Una acción liberal “quirúrgica”, que tendría en Guatemala un carácter fundacional. Un ejemplo de este tipo de medida, sería que la privatización de GUATEL (y la de la empresa eléctrica y la de la carretera de Palín-Escuintla, etc.) se hubiese hecho distribuyendo el 49% de las acciones a todos los ciudadanos y sólo colocando el otro 51% en los mercados de capital. Habría que hacer así, por cierto, de ahora en adelante, con cualquier enajenación de activos de la República, para no beneficiar sólo a los extranjeros y/o a los miembros “del club”.


Pero para lograr esto tenemos que forzar al sistema político a ampliar su oferta real. El sistema está concebido para limitar las opciones a escoger entre los que no quieren que las cosas cambien y los que insisten en un forzado y paralizante sistema de reparto de lo ajeno. Los neo-marxistas proponen fórmulas que inevitablemente conducen al despotismo, causando un justificado y extendido temor que preserva a sus oponentes; pero los neo-conservadores tampoco resuelven la extendida insatisfacción social y hacen tentadora, para algunos, la oferta radical. Y así nos mantenemos en ese peligroso impasse, dándole viabilidad al status quo mediante la tolerancia de la corrupción. El meollo del asunto, a mi juicio, es que ya no tenemos tiempo para esperar que la clase media se forje mediante el lento “derrame” de prosperidad, como quieren los conservadores; sino mediante difíciles “medidas quirúrgicas” como las que en el siglo XIX ensayaron naciones tan disímiles como Japón, Alemania y los EEUU; o más recientemente, las de los “tigres” del Pacífico asiático. La alternativa es que un día despertemos y nos encontremos con que nos hemos convertido en una nueva versión política de El Perú...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 21 de Septiembre de 2021"

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