Guatemala y la elusiva naturaleza del dinero internacional
- ciudadanotoriello
- hace 2 horas
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“El destino no es cuestión de suerte, es cuestión de voluntad; no es algo que debemos esperar que nos suceda, sino algo que tenemos que luchar por hacer realidad.” – William Jennings Bryan, controversial político norteamericano (1860-1925).
Recientemente mencioné en este espacio que hasta el gobierno de Calígula, el de aquel cruel, degenerado y tiránico emperador romano de quien se dice hasta intentó elevar a su caballo Incitatus a la primera magistratura de su Nación -nombrándolo Cónsul, para humillar a los senadores- hizo cosas buenas. Efectivamente, aquel inicialmente popular hijo del héroe militar Germanicus, dentro de sus excesos pasionales y las homicidas persecusiones de sus enemigos -reales o percibidos- condujo una racional reforma monetaria y un programa de obras públicas que habrían de beneficiar a generaciones de romanos, como sucedió con los acueductos Aqua Claudia y Anio Novus. Pero ni aquellos aciertos ni lo mucho que aprendió de su pervertido y criminal tío, el anterior emperador Tiberio, pudieron evitar que apenas a cuatro años de haber sido proclamado Imperator, tras horrendas crueldades y crímenes, fuera asesinado – a los 28 años y con el inocultable aplauso público- por algunos de sus incontables y aterrorizados enemigos. Y menciono esto porque algunos de mis lectores me han increpado que haya aplaudido la decisión de Donald Trump de iniciar el proceso de crear una reserva estratégica de Bitcoin en el Departamento del Tesoro de los EEUU, cuando por otra parte, he criticado casi todas las otras acciones y decisiones del actual ocupante de la Casa Blanca. Mi elogio de tal decisión -formar una reserva estratégica de Bitcoin- resulta aún más incomprensible para algunos, porque es obvio que Mr. Trump y su familia se han beneficiado cuestionablemente con la inmoral utilización de los mercados de criptomonedas, ya sea estafando incautos con sus burdos “tokens” o proveyendo de un “discreto” vehículo para la captación de “contribuciones” a la causa trompista. Esta forma de “contribuir” -indirectamente y fuera de cámaras- al bolsillo del poderoso personaje pone en entredicho la transparencia y cuentadancia de transacciones pecuniarias que pudieran afectar la imparcialidad y buen juicio del gobernante norteamericano y por eso, son ilegales. Pero qué puede esperarse de un político que dice que “sólo un idiota” rechaza un regalo como el Boeing 747 -cuyo valor se estima en unos US$400 millones- que el emir de Qatar, un conocido benefactor de Hamás, le quiere “obsequiar”; aunque la Constitución norteamericana -Artículo I, Sec. 9, cláusula 8- lo prohiba taxativamente, sin previa autorización expresa del Congreso de aquella Nación...
Pero como dice el refrán popular guatemalteco: “no hay que confundir el sebo con la manteca”. Una de las preocupaciones centrales de muchos pensadores y “analistas” occidentales es el aparentemente inevitable crecimiento de “la deuda pública” de los EEUU, que ha estado por encima del 100% de su PNB (producto nacional bruto) desde el 2019. Ésta es fruto de (i) sus déficits fiscales (los políticos norteños, como casi todos los políticos, no quieren ver reducidos muchos de sus gastos gubernamentales, pero tampoco quieren que suban los impuestos) y (ii) su persistente déficit comercial (los EEUU importan más de lo que exportan desde hace décadas); ambos fenómenos íntimamente vinculados. Esta “deuda pública”, que algunos consideran virtualmente “impagable”, es vista por los detractores internacionales de la república imperial norteña como ese “exorbitante privilegio” -que otras naciones quisieran para sí pero que nunca han logrado- que le permite a los norteamericanos pagar sus excesos con simple emisión monetaria, sin sufrir el castigo de que se devalúe su moneda y se genere hiperinflación; y es vista por muchos líderes norteamericanos como “una bomba de tiempo” que amenaza acabar con el predominio del dólar y la primacía norteamericana en la economía y la geopolítica global. Tanto los resentimientos de unos como los temores de los otros tienen sustento racional a largo plazo, pero usualmente reflejan desconocimiento acerca de cómo funciona el sistema financiero internacional que se derivó de los acuerdos de Bretton Woods de 1944 y por ello se equivocan al vaticinar la inminencia de la crisis. En aquél famoso cónclave internacional, liderado por un EEUU recién emergido de la victoria de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, se adoptó un sistema mediante el cual los imbalances de comercio exterior entre países, se “saldarían” en monedas vinculadas por “paridades fijas” al oro (en el caso de los EEUU se estableció US$35.00 por una onza de oro). Era el llamado “patrón oro”. Sin entrar a detalles para los que en un artículo como éste no suficiente hay espacio, el dólar norteamericano se convirtió, de facto, en la moneda liquidadora, por la sencilla razón de que era más fácil -y más barato- “trasladar dólares” a través de las fronteras (mediante simples instrucciones telegrafiadas) que físicamente trasladar lingotes de oro; y porque los dólares -a diferencia de todas las demás monedas- ya “circulaba” por todo el mundo.
El asunto habría funcionado sin mayores problemas si no se hubiesen presentado otros dos fenómenos concurrentes: (1) la oferta de oro metálico no crecía al ritmo de la economía y por consiguiente su precio de mercado sufría una persistente presión alcista; y (2) para que el sistema tuviera liquidez, todos los países que quisieran utilizarlo necesitaban dólares que sólo podrían obtener si los EEUU los proveía mediante sostenidos déficits comerciales. Esto condujo a la crisis del sistema, pues los EEUU no podían dejar de sostener déficits comerciales sin privar al comercio internacional de liquidez; pero el creciente valor de mercado del oro incentivó a varios países a exigir que les entregaran “su oro” (a la paridad oficial) a cambio de devolver dólares, como lo hizo evidente la Francia de Charles De Gaulle, que secretamente sustrajo más de tres mil toneladas de oro de las bóvedas de la Reserva Federal de Nueva York y del Banco de Londres, entre 1963 y 1966. Cuando Francia terminó su “operación secreta” y ya había convertido todos sus dólares a oro, el precio de mercado del metal había subido a más de US$800.00 la onza, una “ganancia cambiaria” (para Francia, y una correspondiente pérdida para los EEUU) de ¡más de 20 veces! su valor nominal... El 15 de agosto de 1971, tras constatar que los EEUU no tenían suficiente metal amarillo para convertir sus dólares en circulación internacional a la paridad establecida, Richard Nixon abandonó “el patrón oro” para el dólar norteamericano...
Desde entonces para acá, no obstante, los dólares “sin respaldo en oro”, se han seguido utilizando como moneda de reserva de última instancia, a nivel global. Su respaldo, dijeron los economistas que asesoraban a Nixon, es la capacidad de compra de la divisa norteamericana, “con la que se puede comprar cualquier cosa en cualquier parte del mundo”. Y eso nos lleva al “dilema de Triffin”: si los EEUU restringen su déficit comercial, presionan a la baja la liquidez de los mercados internacionales, causando efectos recesivos globales; pero si no lo hacen, generan presiones inflacionarias en su mercado interno. La presión inflacionaria interna se atenúa, no obstante, si el mercado internacional conserva los dólares fuera del mercado interno de los EEUU, en forma de “reservas” de diferente naturaleza, como en la realidad ha ocurrido. De esa manera, para envidia del resto del mundo, la potencia norteña ha contado con una virtual “máquina que produce oro”, o sea una divisa internacional muy fuerte, utilizada por todos, que, por otra parte, le permite gastar, sostenidamente, más de lo que gana...
¡Ahh...! pero a Trump “le molestan” los déficits comerciales de los EEUU. En su primitiva, infantil y errada percepción de la realidad, si un país le vende a EEUU más de lo que le compra (y acepta para la compensación del faltante un fajo de simples papelitos verdes), ¡ese país “está jodiendo” a los EEUU! Si en este otro afán de “hacer círculos cuadrados”, el Canchón tuviera éxito -y no lo tendrá- querría decir que el mundo habría encontrado sustituto para el dólar como moneda de reserva comercial y que el “exorbitante privilegio” de “fabricar” (o más apropiadamente, “emitir”) oro le habría sido arrebatado, en su afán de “hacer a América grande otra vez”... Aprehensiones en torno a esta incierta posibilidad han acicateado la utilización del oro metálico y del bitcoin (el oro digital) como activos de resguardo de valor. Y como el mundo, pese a lo que sostienen los monetaristas radicales, no puede utilizar a dichos activos como moneda cotidiana, pues necesita de relativa estabilidad en “la unidad de cuenta”, el dólar (u otra moneda “fiduciaria” que aún no se logra colocar en tal posición), seguirá siendo necesaria para que fluya el comercio internacional. El dinero internacional necesita tanto de una ágil pero relativamente estable “unidad de cuenta”, como activos de resguardo de valor (oro y bitcoin).
Eso nos lleva a que “la deuda impagable” de los EEUU se pueda compensar con la apreciación sostenida de las reservas en activos de resguardo de valor (tanto oro como bitcoin). Y por eso he elogiado la decisión de constituir la Reserva Estratégica de Bitcoin en los EEUU. Por razones que ya no queda espacio aquí para explicar, el Bitcoin tiene características monetarias superiores al oro y actualmente sólo es como una vigésima parte de ese mercado de resguardo de valor, con muchísimo espacio para crecer. Pese a los persistentes augurios de sus detractores, ha vuelto a rebasar la barrera de los US$100 mil por unidad y su pronóstico lógico es aún persistentemente alcista. Cualquier gobierno -de hecho, hasta cualquier empresa, escuchar a Michael Saylor- se beneficiará con mantener una reserva de Bitcoin de inexorable apreciación a largo plazo. Por eso he recomendado públicamente a nuestras autoridades monetarias a tomar pasos en ese sentido, como ya lo ha hecho el controversial gobierno de Donald Trump y como lo hacen los principales fondos de inversión norteños, incluyendo, por interpósita mano, al afamado “Black Rock”. Mis argumentos han sido desoídos. Ojalá Robert Triffin, el “doctor Dinero” que los EEUU envió a Guatemala cuando la Revolución del 44 sentó las bases de nuestro actual sistema monetario y de banca central, para asesorar al legendario economista guatemalteco Manuel Noriega Morales, pudiera resucitar y venir a abrirle los ojos a nuestra actual y dormida Junta Monetaria. Podemos estar seguros de que no lo hará; pero el dedo acusador de la Historia señalará a quienes estando de guardia, se durmieron...