El trágico fracaso del paradigma conservador guatemalteco
- ciudadanotoriello
- hace 11 minutos
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“Locura es pretender un resultado distinto y seguir haciendo lo mismo.” – dicho atribuido al genio de la física, Alberto Einstein.
Hace unos días escuché una conferencia en la que relataron que a principio de siglo una prestigiosa institución internacional vino a Guatemala a hacer un estudio sobre el nivel de pobreza. Tras múltiples encuestas y utilizando parámetros técnicos internacionales concluyó que el 56% de los guatemaltecos vivía en pobreza o peor, en pobreza extrema. Hace unos meses, la institución volvió y tras hacer los estudios de campo pertinentes, descubrió que tras casi un cuarto de siglo, el indicador ¡seguía siendo el 56%! A principios de siglo, eso quería decir que Guatemala tenía unos siete millones de pobres. Ahora, ¡son diez! La pregunta obligada es: ¿qué estamos haciendo para sacar a la mayoría de nuestros conciudadanos de la pobreza?
Libre de polvo y paja, la “estrategia” para dizque sacarnos del subdesarrollo durante el último cuarto de siglo ha sido el siguiente axioma, prevaleciente entre las clases realmente dirigentes de Guatemala, la mayoría de la minoría; axioma que constituye lo que yo llamo el paradigma conservador guatemalteco: “El desarrollo ocurrirá espontáneamente si se crean condiciones para que se atraiga la inversión, mediante el irrestricto respeto a la propiedad privada, la baja tributación y la ausencia de interferencias del Estado”.
Obviamente, la estrategia no ha funcionado. No sólo porque no toma en cuenta que su modelo teórico ignora que la mayor parte de los mercados reales son “imperfectos” y que por eso en las naciones desarrolladas se les regula (en el afán de compensar “las inelasticidades” de la oferta y la demanda), sino porque además ignora que la Historia enseña que el desarrollo, entendido como la construcción y el fortalecimiento de una gran clase media, es un proceso político deliberado, no espontáneo, centrado en al menos dos de tres grandes sub-procesos:
(i) La construcción de una red de satisfactores sociales básicos que dé acceso razonable a salud, educación, seguridad y esperanza de futuro, a la mayoría de la población (como hizo Bismark, un conservador inteligente, en Alemania, S.XIX);
(ii) Una dotación patrimonial fundacional, que convierta en pequeños propietarios a una gruesa proporción de los anteriormente desposeídos (como hizo Lincoln, en los EEUU, en 1862, con los “Homestead Acts”); y
(iii) La identificación y desarrollo de al menos un “motor económico” que puedasustentar materialmente a por lo menos uno de los otros dos sub-procesos (como hizo Japón, durante “la Restauración Meiji”, al darle apoyo estatal al surgimiento y desarrollo de su industria naviera y siderúrgica).
Esta “receta” para el desarrollo no sólo fue empleada en lo que hoy llamamos “el primer mundo”, precisamente para volverse el primer mundo, desde el S.XIX; sino que su espectacular eficacia fue de nuevo comprobada al fin de la Segunda Guerra Mundial (SGM), cuando al frente del Ejército de Ocupación de los EEUU en el Pacífico, el Gral. Douglas McArthur la impuso en países entonces más atrasados que Guatemala, como Corea del Sur y Taiwán, que hoy ya nos dejaron muy atrás y son parte del mundo desarrollado. Los sub-procesos de desarrollo socio-económico aludidos fueron en el primer mundo fruto de un gran proceso político democrático, en el que participaron desde los conservadores inteligentes hasta los social-demócratas, además de sus proponentes originales, los auténticos liberales. Ese proceso político, al producir resultados tangibles para las mayorías, terminó marginando del poder real -hasta hace muy poco- a los extremos, tanto en la derecha como en la izquierda, conduciendo a una generalizada prosperidad pacífica. Así que frente a la contundencia del registro histórico cabe entonces preguntarse por qué las élites guatemaltecas se resisten tan visceralmente a cualquier cuestionamiento de su ineficaz paradigma conservador subyacente. La respuesta es doble:
(i) Aversión a un muy temido costo fiscal y regulatorio, que no aquilata los beneficios de la subsecuente expansión explosiva de la sociedad de consumo; y la
(ii) Anticipada pérdida de poder en la conducción -llevada a cabo aquí mediante una serie bicentenaria de rufianes subalternos- del rumbo del país. Miedo visceral aque dicha pérdida de poder real conduzca a una posible radicalización del proceso(el “síndrome de la Rusia Zarista”, temor reaccionario que condujo precisamente al resultado que la oligarquía rusa quería evitar, la revolución bolchevique).
Con excepción de la década de 1829 a 1839, durante la cual Mariano Gálvez, en el Estado de Guatemala y Francisco Morazán, a nivel federal, impusieron las fórmulas republicanas a pesar de la reacción conservadora; y de la década de 1944 a 1954, cuando la Revolución de Octubre intentó democratizar verdaderamente a Guatemala (apenas 20 años en 200 y pico de “vida independiente”), el 90% de los últimos dos siglos, hemos vivido bajo la égida retardataria del pensamiento ultra-conservador. Para lograrlo, nuestras élites -sabiéndose muy impopulares-recurrieron a políticos mercenarios, que a cambio de enriquecerse ilegalmente a la sombra del poder, impusieron de facto, las agendas de la élite. Así, nuestra historia política, es una historia de avance y regresión profunda, como lo revela el registro histórico:
(i) PRIMERO: de 1821 a 1871. De la Independencia -que buscaba la república constitucional- a la monarquía aldeana de facto;
(ii) SEGUNDO: de 1871 a 1944. De la Reforma “Liberal” -que buscaba un régimen de propiedad privada- al cruel Capitalismo de Plantación; y
(iii) TERCERO: de 1944 a 2023. De la Revolución Social -que buscaba la auténtica democratización del país- a la democracia de fachada actual.
Nuestra actual democracia de fachada es nefastamente retardataria porque:
(i) Inhibe la discusión política auténtica (“campaña anticipada”, censura -y hasta persecusión- de voces disidentes, ahogo financiero, etc.);
(ii) Crea una falsa representatividad en el Organismo Legislativo (se vota por listas de “listos” anónimos) que no permiten la expresión de las corrientes de opinión que realmente existen en nuestra sociedad en proporciones que reflejen su peso político real; ergo, malas “reglas de juego”; y finalmente,
(iii) Veta, de facto, a las opciones políticas “incómodas”, las que desafían al pacto de corruptos y/o al paradigma conservador.
En las últimas dos décadas, esta situación su pudo mantener sin mayores perturbaciones sociales, porque la masiva emigración a los EEUU -y su concomitante efecto financiero, las remesas- sirvió de “válvula de escape”. Esa válvula de escape, no obstante, está llegando a sus límites, se encuentra “bajo acecho”. Afortunadamente, de manera concurrente e inesperada, las elecciones del 2023 abrieron una “ventana de oportunidad” cuando una opción política que no responde a la lógica del paradigma conservador prevaleciente “se coló a la segunda vuelta”; permitiendo que el organismo Ejecutivo escapara al control del “pacto de corruptos” (pdc). El régimen anciano que nos ha gobernado, tambaleó. Pero tras recuperarse, se apresta a recobrar todo el poder. Guatemala se encuentra, consiguientemente, en una encrucijada: o se consolida el viraje hacia una sociedad más moderna y democrática, o las agendas retardatarias recobran todo el poder...
Una apreciación superficial del momento político podría llevar a concluir que la coyuntura internacional es propicia para la regresión que anhela un pdc que ve en la administración Trump un ejemplo a emular. Atrincherada en el Organismo Judicial y con el errático y ambivalente apoyo de algunos sectores en el Organismo Legislativo, el régimen anciano luce envalentonado. Pero su optimismo choca con la realidad de que la actual derecha norteamericana ya no quiere financiar el desarrollo ajeno y asocia la migración y el trasiego de drogas al fracaso de las élites locales en proveer oportunidades. Que tiene demasiados problemas externos e internos, como para propiciar un foco de inestabilidad institucional en Centro América. Por eso, el Tío Sam, lejos de apoyar a los golpistas locales, ha continuado con su apoyo tradicional a “la estabilidad institucional”, representada ahora, en Guatemala, por Bernardo Arévalo. Más concretamente, ese apoyo bi-partisano al actual ejecutivo chapín, conduce a la inhibición de simpatías por aventuras golpistas en nuestra institución armada, que no sólo percibe el veto del Pentágono, sino que responde a una oficialidad que es parte y reflejo de nuestra asediada clase media. Y para terminar, la proliferación de fuentes de información y opinión que ha hecho posible la internet, les ha quitado -a los ultraconservadores- su anterior control de la opinión pública local...
No es necesario “inventar el agua tibia”. La erradicación de la corrupción sistémica, requiere derrotar a un régimen que ha tolerado dicha corrupción para “compensar” la lealtad de políticos mercenarios al paradigma conservador prevaleciente. Esa derrota sólo se consolidará mediante la puesta en marcha de una política fiscal menos reprimida, enfocada en pagar la deuda social. Una que use la hoy amplia “tarjeta de crédito” de Guatemala, al servicio del auténtico desarrollo, creando y/o fortaleciendo:
▪ Un sistema educativo de calidad;
▪ Un seguro social universal;
▪ Un transporte cotidiano eficiente y accesible a las mayorías;
▪ Condiciones para dotar de vivienda decente a quienes trabajan; y
▪ El desarrollo de la infraestructura de comunicaciones básica.
Desde ese punto de partida, la sociedad guatemalteca podrá desarrollar novedosos mecanismos para hacer posible una dotación patrimonial ciudadana moderna (material para otro artículo), que utilizando un emergente mercado de capitales, nos convierta en una sociedad de pequeños propietarios. Todo doblemente posible, si se continúa dejando de sabotear el despegue de nuestro Corredor Interoceánico, como nuevo motor económico en una economía que dejará de ser una simple productora de postres...
El régimen anciano, acorralado, pretende impedir este escenario. Probablemente unifique a todas las fuerzas retardatarias del país, mientras intenta dividir y atomizar a la oposición democrática. Esa es la razón de que ya se anticipen más de ¡tres docenas! de “partidos”para las elecciones del 2027. La reacción madura, ciudadano, es contrarrestar esa reacción del régimen anciano acorralado, con esfuerzos para unificar una propuesta democrática amplia para los siguientes comicios. Cómo lograr ese propósito, debiera ser parte de las reflexiones cívicas de los próximos meses...
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