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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

El largo antecedente de la próxima elección

“Bueno fuera ser conservador si lo que estuviéramos conservando se pareciera a una República democrática moderna y no a una clica de ladrones del erario que está frustrando el ansia de progreso de la mayoría. Por eso, no es exacto caracterizar el talante del pueblo guatemalteco como conservador, sino, en todo caso, como moderado...” – Casimiro Mirón, un chapín que dice que “como es chucho apaleado”, ya no “se lo baboseyan” tan fácilmente.


Hace doscientos años, la adormecida Guatemala colonial se vio sacudida por acontecimientos lejanos que tuvieron un inesperado impacto en su territorio. La Independencia de los EEUU, la Revolución Francesa y “el grito de Dolores”, hicieron pensar a nuestras mejores mentes en la posibilidad de abandonar al “antiguo régimen”, el decadente imperio español, una monarquía de carácter semi-feudal; para establecer una República, gobernada por leyes emanadas del pueblo, en la que todos los ciudadanos fueran iguales “en dignidad y derechos”. Eso implicaba la pérdida de algunos privilegios, sobre todo el del monopolio del comercio exterior, para la minoría local directamente beneficiada por el régimen colonial. Por eso, las élites de entonces maniobraron astutamente para lograr una conservadora Independencia sin República, anexándonos, a las primeras de cambio, al primer Imperio Mexicano. Incapaces de contener la rueda de la Historia, sin embargo, vieron surgir, muy a su pesar, nuestra primera Constitución, la de la Federación Centroamericana, la de nuestra original Patria Grande. En nefasta reacción, aquel grupúsculo de privilegiados (el “Clan Aycinena”) recurrió, primero, al fraude electoral y después, por interpósita mano, a la Guerra Civil. El resultado fue una Centroamérica fragmentada en siete pedazos y en la así territorialmente disminuida Guatemala, la tristemente célebre “noche de los treinta años”, con Rafael Carrera de cabeza visible: tres décadas de monarquía aldeana con otro nombre, sin Constitución. Era una sociedad, fundamentalmente, de sólo dos clases, un puñado de ricos y la inmensa mayoría, desposeída; sobre la que apenas asomaba una muy incipiente y golpeada clase media, en precaria formación. Para rematar, por resistirse al cambio, el régimen quebró con el derrumbe del mercado del añil, que era entonces nuestro principal producto de exportación y el país se hundió. Empequeñecidos, divididos y arruinados, perdimos, pues, la oportunidad de construir una República de todos los ciudadanos en aquel malogrado intento inicial.


Medio siglo después de 1821, el inclaudicable espíritu de progreso del pueblo guatemalteco se manifestó una vez más. Intentamos otra vez construir un país moderno, esta vez, sujeto a una Constitución. La llamada Revolución Liberal prometió traer la modernidad de los trenes y los telégrafos, de los puertos y del entonces novedoso cultivo del café; bajo un régimen, como el de los países que entonces estaban “despegando”, de propiedad privada. Fue así que se creó el Registro General de la Propiedad. Pero al repartir las entonces relativamente abundantes tierras sin dueño del territorio nacional, los gobernantes de turno desperdiciaron la oportunidad de convertirnos en una sociedad de numerosos pequeños propietarios, de amplia clase media; y en vez de ello, afianzaron el bipolar capitalismo de plantación. Mientras en Europa, el Japón y los EEUU se creaban amplias sociedades de consumidores, en Guatemala, los gobernantes y un puñado de allegados, rompiendo sus propias leyes, “se sirvieron con la cuchara grande”: grandes latifundios y legislación laboral que les garantizaba una mano de obra barata, en condiciones cuasi-serviles. Fue así que preservamos, con nuevos actores, los rasgos semi-feudales que como sociedad, heredamos del período colonial... Y a las iniciales grandes plantaciones de café, siguieron las del banano, que supuestamente “traían el progreso a tuto”. Con esa excusa y quien sabe qué dineros bajo la mesa, el gobierno dictatorial de Estrada Cabrera “le regaló” a un puñado de extranjeros ¡dos quintas partes! de la mejor tierra cultivable del país. Y efectivamente, quedamos unidos por línea férrea desde la frontera de México hasta la de El Salvador y desde el puerto de San José, en el Pacífico, hasta el de Puerto Barrios, en el Atlántico; pasando aquellas líneas, entre otros puntos intermedios, por la ciudad de Guatemala.


Pero la “compañía frutera”, constituida con las tierras que graciosamente le concedió el Estado guatemalteco, se volvió una gran transnacional; y eventualmente, más poderosa que el gobierno mismo. Además de ser la principal terrateniente del país, era dueña de los ferrocarriles y del telégrafo, en un país sin carreteras. De los puertos y de la mayoría de los barcos que arribaban. Transportaba nuestros productos (de exportación e importación) y también, nuestro correo; y manejaba nuestras conexiones inalámbricas al exterior. Y en buena parte por todo eso, en 1944, vino la Revolución. Una Revolución que con la Constitución de 1945, nos trajo democracia, seguro social y libertad de expresión. Que dio los primeros pasos para empezar a crear la aún insuficiente clase media que observamos hoy. No es de extrañar, por consiguiente, que cuando unos años después, el gobierno de Arbenz le expropió poco menos de mil kilómetros cuadrados de tierra ociosa (de los dos mil doscientos que poseía), la poderosa “compañía frutera”, con el auxilio de propios y extraños, en 1954, lo derrocó...


Una vez más, la República nos había quedado a deber. Con sabor a promesa rota, la engañosa prosperidad del banano nunca “se derramó” lo suficiente para hacernos una sociedad de amplia clase media. “La frutera” terminó desmembrada por una Corte de los EEUU, por sus prácticas monopólicas y la huella física de su paso por Guatemala, casi se esfumó. Todavía lograron vender “sus” tierras y le extrajeron a Guatemala hasta la última gota de los frutos de su supuesta “inversión”. Quedaron unos fierros viejos, hoy ya canibalizados, y poco beneficio tangible y duradero para esta nación. Pero, eso sí, una honda división entre sus hijos, lo que a la postre nos llevó al Conflicto Armado Interno, con su amarga cauda de sangre, sudor y lágrimas. Fue en aquel contexto que surgieron quienes pensaban que el camino para la mayoría desposeída era una ruta de violencia revolucionaria, basada en el marxismo-leninismo, y se alzaron en armas contra el Estado. Siguieron años en los que la mayoría de los guatemaltecos quedaron atrapados “entre dos fuegos”, amenazados por dos bandos con los que pocos se querían identificar. Hasta que la Historia nos rebasó: la mayoría se dio cuenta de que había remedios que resultaban peores que la enfermedad que pretendían curar. Con el telón de fondo de la Perestroika y el Glasnost, el muro de Berlín se derrumbó. La Unión Soviética se auto-disolvió y en Guatemala, la paz, supuestamente “firme y duradera”, se firmó. Con la Constitución de 1986 y el país sin “guerra interna” desde 1996, muchos creyeron que la verdadera democracia y una generalizada prosperidad estaban, finalmente, a la vuelta de la esquina...


Pero el destino nos tenía preparada otra decepción. Contrario al proceso natural, la bella mariposa dela democracia experimentó una “metamorfosis inversa” y tras 25 años de regresión, el sistema político guatemalteco es hoy, de vuelta, un espantoso gusano. De militares, guerrilleros y empresarios tradicionales, en guerra civil solapada, pasamos en “el post-conflicto”, a dos minorías radicales, en ambos extremos del espectro político, que se gritan unos a otros “chairos” y “fachos” y buscan alimentar la polarización de una mayoría fundamentalmente moderada, pero deliberadamente castrada de poder real. El proceso democrático, ese en el que se debaten las ideas y se contrastan propuestas programáticas, ha sido suplantado por insulsas pero millonarias campañas de mercadeo político en las que -como quien vende un detergente- recurrentemente nos imponen en la más alta magistratura, gastando montañas de dinero mal habido, “al menos pior”. La representación nacional en el Congreso, extraída en buena parte de listados anónimos, de “partidos” que en su mayoría no son, realmente, partidos, no refleja las verdaderas corrientes de opinión del electorado y consiguientemente, el pueblo no se siente -ni está, de veras- presente ahí. Las Cortes que nombran estos dos organismos estatales enfermos, resulta en un sistema judicial que apaña el cada vez más descarado robo del erario y el que a los ojos del pueblo, carece de legitimidad. Mientras tanto, los hospitales están sin medicinas, las escuelas sin pupitres, los alumnos sin libros, las escasas carreteras semi-destruidas y los drenajes, el aprovisionamiento de agua, el tratamiento de nuestros desechos y los caminos vecinales, en gran medida, abandonados. Nuestro entorno, contaminado y deteriorándose. Y la mayoría de la gente, con suerte, apegada a un trabajo precario, esperando no ser víctima, en el momento menos pensado, de nuestra generalizada inseguridad... Para rematar el cuadro, la cleptocracia gobernante se niega a reformar las “reglas del juego” que la mantienen en el poder; y con el eficaz sistema de “tasajear” a la oposición, se apresta desde ahora, una vez más, a imponernos, contra viento y marea, al minoritario y de antemano comprometido candidato (o, mejor dicho, candidata) que sus abundantes dineros puedan colar “a la segunda vuelta”, en la próxima elección...


Así es, amable lector; nuestro corrupto y falsamente democrático régimen pretende utilizar su tramposa fórmula otra vez: pretende darnos a escoger, en última instancia, entre Zandra y Sury, para que nos quedemos con aquella que represente “de los males, el menos”, en el entendido de que con ambas, la corruptela seguirá impune. Y si algo fallara, tienen listos “vehículos de repuesto” y hasta “bateadores emergentes”... Para hacerlo, cuentan con tres armas: (i) la de promover la aguda división de la oposición moderada; (ii) la de sacar “por mala ley o a la fuerza” a cualquier opositor con posibilidades de arruinarles el pastel; y (iii) el disponer de descomunales fondos mal habidos, con los que pretenden “comprar” a los políticos en ejercicio y sobornar al electorado... Pero esta vez no habrá dinero que les alcance: el voto es secreto y la insatisfacción se está volviendo indignación. Guatemala merece un mejor destino y su pueblo sabe que más temprano que tarde, lo alcanzará, “por la razón o la fuerza”. Eso debe conducir a dos reflexiones: la primera, ¡ojo, ciudadano! que toda la oposición moderada debe unirse, buscando maduramente las fórmulas necesarias; y la segunda, ¡ojo, pacto de corruptos! que si se siguen cerrando todas las vías institucionales a la mayoritaria oposición, lo que se estará logrando, ni más ni menos, es orillar al pueblo a una nueva Revolución...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 5 de Abril de 2022"

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