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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

¿Cachurecos sin remedio?

“¡Más vale ser cabeza de ratón que cola de león!” – dicen que le espetaron los conservadores guatemaltecos a Pedro Molina, en una discusión de la Asamblea Constituyente de 1,824. Molina argumentaba que si los conservadores no transigían en algo, los liberales de todas maneras acabarían por llevarse la capital al centro de la joven República, pues tras la secesión de Chiapas, esta ciudad había quedado en su extremo occidental y que además, la intransigencia generalizada podría llevar al nuevo país a romperse en pedazos. Las palabras de ambas partes resultaron proféticas: el 21 de marzo de 1,847, “el indio Carrera”, apoyado por las más encopetadas familias guatemaltecas, “fundó” la República de Guatemala y la ciudad asentada “en el Valle de las Vacas” siguió siendo la capital… de un territorio que era la sexta parte de lo que un día fue; pero “gracias” a ello, “no somos cola de león”…


En 1,815, tras la derrota de Napoleón en Waterloo, el Congreso de Viena inauguró la época dorada de la restauración monárquica en Europa, bajo el liderazgo del canciller austriaco, el Príncipe Klemens von Metternich. Los excesos de Bonaparte, quien tras haber sido el “soldado del Pueblo” y “defensor de la Revolución” se había coronado “emperador” en la Catedral de Nuestra Señora de París, le habían quitado autoridad moral a las corrientes modernizantes y habían envalentonado a los conservadores. Europa, tras el breve interludio republicano que trajo la Revolución Francesa, volvía a ser tierra de reyes y emperadores, de orden y estabilidad, bajo la tutela del Imperio Austríaco, la Rusia de los Zares y de manera un tanto ambivalente, la Casa Real inglesa. En 1,848, un par de radicales desconocidos, Karl Marx y Federico Engels, publicaron el “Manifiesto Comunista” que en ese momento pasó desapercibido; pero por otras razones, ese mismo año cayó Metternich en Viena y las revueltas republicanas surgieron de nuevo momentáneamente. No obstante, estas disidencias fueron eficazmente reprimidas y en cambio se puso de moda la intransigencia de Otto von Bismark, el “canciller de hierro”, desde tierras germanas. La visión conservadora volvió por sus fueros en el viejo Continente, suprimiendo libertades (de expresión, de conciencia y de comercio) y no sucumbiría como poder dominante sino hasta la Primera Guerra Mundial, durante el sangriento enfrentamiento que duró de 1,914 a 1,918. Cuando tras la muerte de millones, terminó esa “guerra para terminar con todas las guerras”, ya no había Rusia Zarista, ni imperio Austriaco, ni imperio Otomano y la Casa Real inglesa se circunscribía a una función decorativa en un imperio en retirada, “aliado de las democracias”. Con los Estados Unidos en ascenso y tanto Francia como Inglaterra “reformadas”, la fórmula de democracia y mercado finalmente se impuso como la receta ganadora para conducir a las naciones al “progreso”, dejando atrás las intransigencias conservadoras en el Viejo Mundo. Los valores liberales de la Ilustración habían finalmente vencido…¿o nó? Por supuesto que aún nó; quedaba mucho mundo todavía en efervescencia…


Cabe reflexionar que la América Española obtuvo su independencia de España en el momento en el que Europa entraba a la “era de Metternich”. La razón, quizá, de la fuerte beligerancia conservadora, a pesar del obvio impulso republicano, en los inicios de nuestra vida independiente. Quizá por ello los conservadores mexicanos, por ejemplo, tuvieron la osadía de “invitar” a “Maximiliano I” a encabezar el “segundo Imperio” mexicano, con el oportunista apoyo militar del ensoberbecido “Napoleón III”, quien había organizado una invasión a México en 1,861. En el caso mexicano, tras la exitosa expulsión del invasor francés y el fusilamiento del “emperador” en Querétaro el 19 de Junio de 1,867, por órdenes del héroe liberal zapoteca Benito Juárez, los conservadores entraron en un irremisible descrédito del que nunca se han recuperado plenamente en el país vecino (“conservador, has sido traidor”). Mientras tanto, en Guatemala, habíamos hecho de Rafael Carrera un “Presidente Vitalicio”, con todo y sucesor… Por eso, el juego político en México terminaría enfrentando a los falsos y anquilosados, pero al menos nominalmente, “liberales”, de Porfirio Díaz, con las aspiraciones agraristas de los revolucionarios de 1,910; mientras que aquí en Guatemala el juego político sigue siendo, aún hoy, en el fondo, entre conservadores y socialistas… ¿dónde están los liberales auténticos de Guatemala?


En la Guatemala post-CICIG las viejas y corruptas maquinarias electoreras o han desaparecido (caso PP y Líder), o están en un posible proceso de extinción (UNE, FCN). Existe un vacío político en el que ya empiezan a surgir nuevas expresiones que reflejan tanto diferentes vertientes del pensamiento conservador (Viva, Vamos) como del socialista (Semilla, MLP). Sería momento propicio para que surja una expresión política auténticamente liberal y llenemos un vacío que está presente desde la vigencia de la actual Constitución de 1,985; pero esto aún no se ve claro y podría orillarnos a mantener ese impasse histórico “entre los que no quieren que las cosas cambien y los que creen que la solución es repartir el pisto ajeno”. En el último zipizape electoral ha triunfado momentáneamente el pensamiento conservador, otra vez. En última instancia, este pensamiento es más que una visión política coherente; es una actitud sicológica de aversión al riesgo, sustentada en temores sobre peligros reales e imaginados. Esos temores ya nos costaron en el pasado la Secesión de Chiapas y la desintegración de la República Federal, entre otras tragedias sociales. Hoy, esos temores irracionales alientan a algunos conservadores a hacer una incómoda alianza con la cleptocracia que nos ha gobernado durante el último cuarto de siglo. Pero algunos conservadores están perdiendo el miedo y parecieran dispuestos a repudiar al sistema del gobierno de ladrones… Por eso mismo, el triunfo de Giammattei podría representar una oportunidad única: con sus peores temores contenidos, los poderes reales de la sociedad guatemalteca quizá se atrevan a ensayar soluciones novedosas para nuestros dos principales problemas: la corrupción generalizada de nuestras estructuras dirigenciales y la abismal desigualdad socioeconómica entre los hijos de la República. Claro que esto implica que podamos vernos sin subterfugios en el espejo, y que nuestros temores no nos orillen a decir que cualquiera que toque los temas incómodos “es un chairo traidor que sólo habla mal de su Patria”. Aprovecharemos la oportunidad ¿o nos dejará otra vez el tren?...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriodico el 24 de septiembre 2019"

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