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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

Autocracia tropical

“PERDON IMPOSIBLE PUNTO CÚMPLASE SENTENCIA PUNTO POR ORDEN DEL SEÑOR PRESIDENTE PUNTO.” – Mensaje telegráfico mediante el cual supuestamente se denegó la solicitud de indulto presidencial sobre la sentencia a morir fusilados de Juan Aparicio y Sinforoso Aguilar, por su participación en la “Revolución de Occidente”, de 1897; movimiento que pretendía impedir la inconstitucional re-elección del Presidente “Reinita”. Según los chismes de la época, José María Reyna Barrios sí había concedido el indulto, pero Manuel Estrada Cabrera, ex Secretario de Gobernación y Justicia (y aún jefe de facto de la Policía secreta) y en ese momento “primer designado a la Presidencia” (equivalente a Vicepresidente), por resentimientos que guardaba contra don Juan de la época en que su madre había estado al servicio de la familia Aparicio -como cocinera ocasional- tergiversó las intrucciones presidenciales. Le echó la culpa al telegrafista, indicando que el mensaje originalmente redactado decía: “PERDON PUNTO IMPOSIBLE CÚMPLASE SENTENCIA PUNTO POR ORDEN DEL SEÑOR PRESIDENTE PUNTO”. Es decir, “el telegrafista había colocado mal el punto”. Lo cierto es que los sentenciados fueron fusilados el 13 de Septiembre de 1897 en el atrio de la antigua iglesia de San Nicolás, en Quetzaltenango. En venganza, Edgar Augusto Zollinger, un inglés, empleado de confianza de Aparicio y quien había aspirado a convertirse en su yerno, asesinó a José María Reina Barrios el 8 de febrero de 1898, de un certero disparo en la boca desde cortísima distancia. El magnicidio se ejecutó aprovechando una secreta cita romántica del Presidente con una corista francesa de gira por el país y le sirvió en bandeja de plata la Presidencia de la República a don Manuel; a quien se le acusó de propiciar el encuentro entre el asesino -a quien se le reveló el lugar y la hora de la secreta cita- y el Presidente Reina. Zollinger fue convenientemente acribillado esa misma noche por la policía sin que se le tomaran declaraciones y Estrada Cabrera, tras intimidar al Gabinete, tomó decididamente el poder y nó lo soltó por largos veintidós años.


El proceso de “ampliación de nuestra frontera agrícola” a través de la “denuncia” de terrenos baldíos, después “vendidos en pública subasta” por el Estado, no se aprovechó, como en otras épocas y latitudes, para crear una amplia clase media en Guatemala. No digamos como en los EEUU de Lincoln, sino hasta aquí en Centroamérica, en Costa Rica, por ejemplo, la privatización de tierras “incultas” estatales sirvió para ampliar el círculo de propietarios (con excepción, allí también, del caso de “la frutera”). El proceso guatemalteco, no obstante, estuvo caracterizado por la corrupción y el favoritismo hacia los allegados al poder, como lo ejemplifica “la buena suerte” de los Pivaral en tiempos de Carrera, o la de los Aparicio, los Herrera y los Samayoa en tiempos de Barrios, o la de acaudalados alemanes, primero, y de empresarios ferrocarrileros norteamericanos, después, durante todo el régimen “liberal”. Dándole un cariz feudal al proceso, a la dotación de latifundios a un puñado de favorecidos, se añadieron disposiciones que aseguraran un conveniente “aprovisionamiento de mano de obra”, que cristalizaron, tras más drásticos antecedentes, en el decreto ubiquista de 1934 conocido como la “Ley contra la Vagancia”. Ésta obligaba a “los peones” a llevar siempre consigo la “libreta de jornalero”, en la que se anotaban los días trabajados (mínimo 100 al año) debidamente validados con la firma del propietario o el administrador de la finca para la cual laboraban estacionalmente, so pena de ser forzados a trabajar gratuitamente en el mantenimiento de los caminos. Como en el medioevo, siervos de facto quedaban así ligados a la tierra de sus señores. Políticamente, no obstante, se le rendía una hipócrita pleitesía a las formas republicanas de gobierno; pero mediante el empleo de métodos de terror gubernamental, los tres poderes del Estado estaban sujetos a la implacable sanción de la voluntad presidencial. Los sueños republicanos de Juárez, Mariano Gálvez o Morazán, habían terminado en esta draconiana y cruel autocracia. Eran nuestros falsos liberales, liberales sólo del diente al labio. No en balde le increpaba el bardo Ismael Cerna a Justo Rufino Barrios: “¿y te apellidas ‘liberal’?, ¡bandido!”


Mientras tanto, a nivel mundial, los conservadores tuvieron que abandonar sus fervientes adhesiones al absolutismo monárquico, pues la Primera Guerra Mundial representó el irreversible hundimiento del Imperio Austriaco, del naciente Imperio Alemán, de la Rusia Zarista y del decadente Imperio Otomano, vencidos por las emergentes democracias liberales y en particular, por el poder industrial del nuevo galán de la cuadra, los EEUU. No obstante, los conservadores radicales sustituirían a rey por Autócrata y con pequeñas variantes en su receta de “orden, nacionalismo e intolerancia de la disidencia”, constituirían el fermento de los fascistas de Mussolini en Italia, los falangistas de Franco en España y los nazis de Hitler en Alemania, en adición a los francos imperialistas japoneses en el otro extremo del mundo. En Rusia, por otra parte, Lenín, primero y Stalin, después, imponían la sangrienta “dictadura del Proletariado”, creando, sobre los cadáveres de millones, al tercer gran actor del elenco tripartito que se enfrentaría durante la Segunda Guerra Mundial: (i) demócratas liberales, (ii) conservadores autocráticos radicales y (iii) socialistas radicales. En el campo liberal, se había venido dando un movimiento hacia la humanización y regulación de la economía de mercado (jornada laboral de las 8 horas, salario mínimo, seguridad social, etc.) y hacia la moderación del neocolonialismo; movimiento que no se consolidaría, sin embargo, sino hasta el fin de la segunda gran guerra, por insistencia de unos EEUU que se empeñaban en gestar y promover un capitalismo políticamente viable.


Jorge Ubico Castañeda era producto del “brazo armado del partido Liberal”, el ahora institucionalizado Ejército de Guatemala. Hijo de Arturo Ubico Urruela, presidente del Congreso y magistrado de la CSJ durante el gobierno de Estrada Cabrera, fue favorecido a lo largo de su carrera por la cercanía de su familia con el autócrata, a quien posteriormente emularía. Cuando en 1930, al inicio de la Gran Depresión y con la bendición del Embajador norteamericano (a pesar de su temprana, aunque después descartada, simpatía con los alemanes) se presentó como “candidato único” a la Presidencia, era ya una re-edición de la pragmática alianza entre los conservadores y el poder guatemalteco, ahora de tipo “porfirista”, anticipándose al “caos socializante” que se veía en México. De manera similar a lo que los conservadores del siglo anterior habían hecho con los montañeses armados de Carrera, los conservadores “realistas” ahora propiciaban una nueva alianza entre los militares “liberales” y una “aristocracia” menos homogénea, definida a partir de entonces más por el dinero que por su “blancura criolla”. Es decir, contradictoriamente, eran “liberales” de profundas convicciones conservadoras, creyentes en la ineludible necesidad de “la mano dura”, o sea, de una disimulada autocracia; pero conscientes de la proximidad geográfica de los EEUU, formalmente respetuosos de las fórmulas republicanas. Por eso Guatemala se alineó, de hecho, con “los aliados” (a pesar de muchas secretas simpatías con alemanes, y con fascistas y falangistas) durante la conflagración mundial y sus dirigentes no pudieron impedir que sus juventudes estuvieran expuestas a la propaganda “aliada” anti-dictatorial, elogiando las virtudes de una democracia que era evidente, no se vivía en la Guatemala de Ubico. Las películas de Hollywood, como la de Bogart en ‘Casablanca’, elogiaban el heroísmo de la resistencia democrática en contra de los autócratas. La juventud guatemalteca escuchó y asintió. Los días de Ubico y del ubiquismo, estaban contados...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 3 de Noviembre de 2020"


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