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¿Y después de este impasse, qué?

  • 2 nov 2023
  • 8 Min. de lectura

“Sic semper tyrannis”, en español, “así (acaban) siempre los tiranos” – fue la frase que gritó John Wilkes Booth (1838-1865), un resentido actor de teatro sureño, tras herir mortalmente a Abraham Lincoln (1809-1865) de un tiro en la cabeza. Le disparó a quemarropa, por la espalda, en un palco del Teatro Ford, en la capital norteamericana, un 14 de abril de 1865 y luego brincó al escenario a exclamar la teatral frase. El asesino estaba parafraseando la caracterización que había hecho William Shakespeare de Marco Junio Bruto, uno de los victimarios de su benefactor Julio César, en una obra sobre el general romano; el mismo que a su vez fue apuñalado en las gradas del Senado de la ciudad imperial, por una cábala de patricios, un fatídico 15 de marzo del año 44 dC.


El 6 de noviembre de 1860, Abraham Lincoln, un abogado autodidacta de orígenes humildes, “el leñador de Illinois”, fue electo Presidente (el 16º) de los EEUU, al frente de un bisoño Partido Republicano, que entonces se identificaba con las aspiraciones de los menos afortunados de la sociedad y que elegía así a su primer Presidente. Al enterarse la oligarquía de los estados sureños del resultado de las elecciones, no quiso esperar los cambios que veía venir y dio inicio al proceso de abandonar la Unión antes de que Lincoln tomara posesión en Marzo del año siguiente. Pese a los gestos conciliadores del Presidente electo, ya para febrero de 1861 seis estados sureños habían creado ilegalmente la Confederación de Estados de América, con su propia Constitución y su Presidente provisional, Jefferson Davis. En el fondo de la discordia estaba la manera en la que iban a repartirse las tierras arrebatadas a México tras la guerra de 1846-48, que los republicanos querían distribuir, sin costo, entre los desposeídos de la sociedad y que la oligarquía sureña quería que se subastara, en grandes extensiones, al mejor postor, para ser explotada con mano de obra esclava. El conflicto era entre dos visiones políticas incompatibles que habían enfrentado al Norte con el Sur, desde que George Washington y Thomas Jefferson, por un lado; y Benjamín Franklin y John Adams, por el otro, habían pospuesto el tema de abolir la esclavitud -por incompatibilidad con la Constitución y con la Declaración de Independencia- con tal de preservar la Unión. Los sureños decían que abolir la esclavitud quebraría las finanzas del país y que además atentaba contra la “autodeterminación” de los Estados y ¡contra la propiedad privada! Lincoln, que defendía “la libertad de contratación” y “la igualdad de oportunidades”, declaró públicamente que no promovería la abolición de la esclavitud en los estados donde ya existía, con tal de preservar la Unión, otra vez. Pero “los confederados” ya estaban más allá de los discursos y el 12 de abril de 1861 dispararon los primeros cañonazos contra el Fuerte Sumter, en Charleston, Carolina del Sur, para consolidar por la fuerza su secesión. Tenían de su lado a la gente más rica del país, y su producción de algodón era la principal fuente de divisas para los bancos y de ingresos fiscales para el gobierno, por lo que las apuestas “de los entendidos” al principio del conflicto, eran que el Norte no iba a poder obligar al Sur a someterse a sus designios. Orillado a defender la Constitución, un apesadumbrado Presidente Lincoln tuvo que retornar el fuego; y casi cuatro años y seiscientos mil soldados muertos después, hizo prevalecer la Unión...


Aprovechando la ausencia de los tentáculos de la oligarquía sureña en el Congreso, que antes las habían saboteado, la administración Lincoln llevó a cabo cuatro reformas estructurales, que en adición a la definitiva abolición de la esclavitud, cambiarían para siempre la naturaleza de su nación: (i) inició el proceso de “conquista del Oeste” (y la creación de una nueva e inmensa clase media), concediendo a cualquier ciudadano mayor de edad que estuviera dispuesto a vivir y trabajar directamente su tierra, 160 acres (casi dos caballerías), en propiedad privada; (ii) creó un “dinero nacional”, el entonces controversial pero hoy todopoderoso dólar, independiente de los bancos privados y respaldado fiduciariamente casi sólo con un sistema tributario universal, en todo el territorio federal -los “greenbacks”, así llamados por estar impresos al frente con tinta negra y en el reverso, con tinta verde; (iii) utilizó los nuevos impuestos federales (incluyendo el primer ISR) para, además de fondear el esfuerzo bélico, crear infraestructura de comunicaciones y apoyar la educación y la salud pública, en busca de la “igualdad de oportunidades”; y (iv) puso en marcha incentivos para desarrollar los ferrocarriles intercontinentales, lo que a su vez se constituyó en un enorme estímulo para el crecimiento de la industria en su país. Tras su asesinato, su sucesor (Andrew Johnson), un político sureño que Lincoln había incluido en su segundo binomio para mostrar clemencia a los vencidos, trató de anular su legado y echar para atrás la marcha del reloj. Sólo lo logró local y parcialmente, en los estados sureños, que preservaron leyes discriminatorias, obsoletas e injustas, durante un siglo más. Una generación después de la Guerra Civil, no obstante, la otrora subdesarrollada Unión norteña había emergido como una nueva y avasalladora potencia industrial, que ganaría dos guerras mundiales por venir. Era ya, mayoritariamente, una nación de pequeños propietarios, la tierra “de las oportunidades para todos”; y aunque aún faltaban varias grandes reformas más (como la jornada laboral normal de 8 horas – un “atentado contra la libertad de empresa, que iba a quebrar a la industria”), los EEUU se habían convertido ya en la expansiva república de las grandes clases medias...


No tiene nada de malo ser conservador, si lo que se quiere conservar es un Estado de Derecho, una economía próspera e incluyente y una república que incluya en su benéfica institucionalidad a la mayoría de sus ciudadanos. Lo que no me cabe en la cabeza condonar es que haya quienes quieran “conservar” un régimen que pisotea la Ley, que con su corrupción destruye la posibilidad de que la sociedad prospere y que persigue y encarcela a los disidentes y a gente proba, mientras exculpa y arropa a quienes destruyen, con sus descarados latrocinios, la posibilidad de un futuro mejor. Guatemala tiene un hipócrita sistema político en el que los grandes titiriteros nos han impuesto presidentes impopulares a través de “partidos políticos” sin democracia interna, sin elecciones primarias, que en el pasado nos obligaron a “escoger”, de entre sus candidatos “pre-seleccionados”, al “menos peor”. Que también nos ha obligado a escoger a “representantes” que no nos representan, de listados de diputados fundamentalmente anónimos, para que a través de esos diputados se puedan mantener “las reglas de juego” a favor de las minorías poderosas, y para que nombren a venales jueces y magistrados de las “altas cortes”, que garanticen que la “justicia” esté siempre a disposición del “mejor postor”. Las élites guatemaltecas guardan obvios paralelismos socio-culturales con la oligarquía sureña de tiempos de Lincoln, pues la matriz socio-económica fundamental del país parte del corrupto y desigual reparto de las tierras sin dueño del territorio durante la falsa “revolución liberal” de finales del siglo XIX y la adopción de legislación laboral que les garantizaba, nó esclavos, pero sí, abundante y semi-forzada “mano de obra barata”. Estos nuevos terratenientes y un puñado de industriales monopolistas incubados originalmente también bajo protección del Estado “liberal”, pronto adoptaron el eficaz sistema político que habían utilizado sus antecesores, los cuasi-feudales aristócratas criollos emblematizados por el Clan Aycinena: delegar en bandas de rufianes el trabajo sucio de mantener sus privilegios desde el gobierno, a cambio de permitir que estas bandas de rufianes se enriquecieran, corruptamente, a la sombra del poder. Y ese es el sistema que mutatis mutandi, ha prevalecido hasta hoy...


El 25 de junio de este 2023, sin embargo, el pueblo de Guatemala, como en otras dos ocasiones históricas previas (entre 1829 y 1839 y entre 1944 y 1954), rompió esta inercia histórica, en esta ocasión “colando” a “la segunda vuelta” a un inesperado candidato anti-corrupción. Ratificó su deseo de cambio, al avasallar el pasado 20 de agosto, a la candidata del régimen -pese a todas las trampas oficiales hechas mediante un descomunal abuso de los recursos estatales- con una contundente victoria electoral de 3 a 2. Y selló su voluntad al salir a las plazas, las calles y los caminos, en los últimos meses, a expresar en términos inequívocos su determinación de defender su soberana voluntad expresada en las urnas. El régimen reaccionó a cada uno de estos episodios, intentando impedir la participación del candidato del pueblo en la segunda vuelta, primero; intentando, infructuosamente, vencerlo “a la brava” en las urnas, después; y fraguando un alambicado “golpe de Estado blando”, finalmente. Sus corifeos reclaman airadamente el costo social de “los bloqueos”, sin detenerse a pensar que si el gobierno de Francia, por ejemplo, hubiese tratado de robarse las elecciones, el asunto no se habría quedado en simples bloqueos, sino que “habría ardido París”. Actualmente persisten en sus intentos de impedir el ascenso al poder del Dr. Arévalo, utilizando “güizachadas” para desconocer a su partido político y alimentando la patraña de un supuesto fraude en la contienda presidencial (y desconociendo, por cierto, los verdaderos indicios de fraude en algunas municipalidades rurales alejadas y más notoriamente, en la ciudad de Guatemala). Para ello cuentan con la cooptación de casi toda la institucionalidad republicana y con la aquiescencia de “la mayoría de la minoría”, pero con casi nada más. Factores que tradicionalmente contribuyeron a mantener al régimen en el poder, están ahora en su contra: una opinión pública que ha roto las cadenas que antes le imponían unos pocos medios de comunicación controlados; una inteligencia norte-americana que lejos de auxiliarlos, ahora contribuye a combatir la descarada corrupción que les resulta consustancial; y la “indiferencia activa” del Ejército, que pese a los no tan velados llamados a su intervención, ha quedado, sabiamente, al margen de la controversia política...


Pero la lucha por defender la democracia no ha terminado. Como no podrán impedir que el Presidente Electo asuma el poder el 14 de enero, pretenden que lo haga maniatado por las Cortes y por un Congreso hostil. También quieren lograr que sus actuales operadores más notorios puedan contar con algo como lo que aquel despistado ex Constituyente anda ahora recomendando: “aquí les dejo este puente de plata, para que salgan a un exilio dorado a gozar impunemente de lo robado al pueblo de Guatemala”. No habrá tales. Estamos ante un punto de inflexión histórico y el pueblo lo tiene que aprovechar. Habrá que procesar legalmente a los corruptos, para que los culpables paren en el bote y devuelvan lo robado. Con el apoyo del nuevo Ejecutivo, tendremos que lograr cambiar la forma en la que se escogen los candidatos presidenciales (con elecciones primarias); tendremos que lograr que las elecciones de diputados sean unipersonales, en cada uno de los nuevos sub-distritos que habrán de crearse; y tendremos que depurar los Tribunales y altas Cortes, empezando con la ilegal Corte Suprema de Injusticia. Esto difícilmente contará “con el entusiasmo” de la nueva camada de diputados. Pero de todas maneras, es lo que el pueblo quiere. Así que se logrará o con “el método Bernardo”, logrando persuadir, “por las buenas”, a los nuevos diputados de que ésto es lo que el pueblo reclama y el momento histórico aconseja; o con “el método Samuel Pérez”, llevando al pueblo a las orillas del Hemiciclo, para que los diputados escuchen directamente qué es lo que el pueblo quiere.


Los próximos cuatro años serán como los primeros años tras la independencia, o como la década de la primera “primavera democrática”. Las grandes inversiones que requiere la construcción del Corredor Interoceánico de Guatemala, por ejemplo, sólo están a la espera de que nuestra Nación cuente con un gobierno decente. En ese clima de transformación socio-económica, grandes reformas (como las que impulsó Lincoln en los EEUU en el siglo XIX) se harán posibles. Por primera vez en muchos años, habrá esfuerzos serios por apuntalar el desarrollo de una amplia clase media en Guatemala. Por hacer posible un capitalismo moderno e incluyente. Por hacer realidad la República de todos los ciudadanos. Por eso, la voluntad ciudadana no puede ser irrespetada en los dos meses y pico que quedan para la toma de posesión del nuevo gobierno. Por eso, el pueblo debe estar alerta y dispuesto a defender su democracia. Para que en palabras del inmortal Abraham Lincoln, no desaparezca de esta tierra nuestra, “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”...

 
 
 

3 Comments


fbirk
Nov 04, 2023

Es siempre un alivio leer y escuchar estas intervenciones. Es el inicio de un nuevo discurso qué deja a un lado los pseudo-intelectuales comentarios ideológicos qué no ayudan. No estoy seguro si la paralela histórica soporta todo el argumento suyo, habría que ir a los detalles del contexto histórico, pero estoy muy seguro que la dinámica republicano-democrática si deja claro que en Guatemala tenemos que hacer los próximos pasos hacía una democratizacion del proceso político. Lo que estamos viendo es una descarada deconstrucción de cualquier normativa democrática qué nos transportaría, si tuviera éxito, hacía un estado pos-feudal al margen del círculo de los estados modernos perpetuando una funcionalidad de una "Banana Republic" hacía un futuro qué será el pasado. L…

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canaltvq
Nov 03, 2023

He estado muy atento a sus intervenciones en diferentes medios de comunicacon y me parecen muy oportunas y bien cimentadas. Lo felicito por mantener a la sociedad atenta a los acciones de los integrantes del "Acuerdo de Mafiosos" que insisten, no tendran exito, en impedir la asuncion de las nuevas autoridades. Sus comentarios nos mantienen alerta y listos para actuar, nada nos arrebatara lo logrado, la ciudadania esta dispuestos a luchar por la democracia.

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Gustavo Silva
Gustavo Silva
Nov 03, 2023

Buenísima columna.

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