Pirro de Epiro fue un general griego que en el siglo tercero antes de Cristo invadió la península italiana sin perder una sola batalla. A cambio, los romanos le infligieron tales bajas y le impusieron tales costos que después de la batalla de Asculum dijo: “otra victoria como ésta y quedaremos completamente arruinados”. Eventualmente, hubo de abandonar Italia sin haber logrado ninguno de sus objetivos. Desde entonces, las batallas ganadas a cambio de inmensos costos y con efectos finales contraproducentes, se conocen como “victorias pírricas”. En eso me pongo a pensar cuando observo el aplauso de parte de nuestra minoría pudiente, en relación a la “victoria” de la coalición gobernante sobre el clamor ciudadano y el consejo de la comunidad internacional, por la elección de la nueva magistratura de la CC.
La semana pasada circuló en redes una alocución que en esencia decía que “todo el escándalo” por la elección de la nueva magistratura de la CC se debía a que una malperdedora “izquierda” guatemalteca estaba “perdiendo poder”. Otra interpretación conservadora del mismo fenómeno le restaba importancia a tanta alharaca de diplomáticos, intelectuales y periodistas, señalando que el asunto no es más que otra natural incidencia de un supuesto comportamiento “pendular” del poder ideológico en Guatemala. Ni es cierto lo primero, ni existe lo segundo. En Guatemala, salvo contadas excepciones o efímeras anomalías, el pensamiento conservador siempre ha detentado el poder, con el magro resultado de mantenernos siendo una sociedad atrasada y semifeudal, que hoy “exporta” a uno de cada cinco ciudadanos de esta tierra de promesas rotas, en la que demasiados viven sin esperanza. Hagamos una revisión cronológica del tema, desde el inicio de nuestra vida “independiente”:
(i) La declaración de Independencia no fue más que un astuto movimiento del “clan Aycinena” para adelantarse a unos acontecimientos que podían conducirnos a la institucionalidad republicana. El “Plan Pacífico” de Independencia reclutó al máximo representante de la autoridad colonial, a los intelectuales, periodistas y clérigos más influyentes, para que mediante oportuno “golpe”, se nos orillara a acuerpar una monarquía mesoamericana, la del “emperador” Agustín de Iturbide, antes de que las peligrosas ideas del republicanismo terminaran de contaminar la imaginación del pueblo. Sólo la estulticia del nuevo emperador, que en año y medio perdió el poder, enterrando al “primer imperio mexicano”, nos salvó de seguir siendo feudales de forma, además de serlo de fondo. Convertida Centroamérica en una República Federal por el incontenible devenir de la Historia, el aycinenismo volvió a la carga, corrompiendo de entrada a la nueva República, al orquestar nuestro primer fraude electoral. Para ello, traicionaron a un inteligente conservador de principios, José Cecilio del Valle, y con su dinero y sus influencias, cooptaron a un dizque liberal, productor de añil como ellos, Manuel José Arce, dando por resultado nuestra primera guerra civil, que perdieron. No contentos con eso, desde el exilio fomentaron una segunda guerra civil, que terminó en la “monarquía aldeana” de Rafael Carrera, a la que le exigieron, a cambio, mantener el obsoleto e injusto monopolio del comercio exterior en manos del Clan. La cortedad de miras del aycinenismo, que se aferró al añil y al elitismo comercial, los quebró a ellos y a una nación que partieron en siete pedazos, dando lugar, eventualmente, a nuestra Revolución “liberal”, la de 1871. Vaya victoria pírrica la de nuestra primera generación de conservadores...
(ii) La aristocracia del añil venida a menos casó a sus hijas con los nuevos detentadores del poder local, los “montañeses” de Carrera, que a cambio de su “sangre impura”, le dieron a los viejos criollos oportunidad de supervivencia. Estos nuevos aprendices de “señores” gradualmente se incorporaron al comercio exterior de la mano de incipientes rivales del Clan: las casas comerciales de Herrera, Samayoa y Larraondo. Ya hechos “finqueros”, los antiguos revoltosos reclamaron las modernidades exigidas por el pensamiento liberal: propiedad privada, separación de Iglesia y Estado, educación laica, universal y gratuita. Esa fue la revolución de 1871. ¡Ahh! Pero el camaleónico pensamiento conservador supo otra vez adaptarse a los nuevos tiempos, y la propagación de la propiedad privada no se aprovechó para crear una república de pequeños propietarios (a la Abraham Lincoln), sino con el consejo conservador, para afianzar y perpetuar nuestra estructura social bipolar. Un corrupto proceso de privatización del entonces semivacío agro guatemalteco resultó en grandes latifundios y en la preservación de mecanismos que aseguraran una mano de obra virtualmente servil. La matriz del gran capital nacional arrancó allí, instalando un capitalismo de plantación. Los allegados al poder político de entonces (apellidos como los Pivaral, los Herrera, los Aparicio y los Samayoa, principalmente) estructuraron la “propiedad privada fundacional” de Guatemala, “reciclándola” de nuevo vía los alemanes cafetaleros y después, vía los norteamericanos fruteros y ferrocarrileros. La desigual prosperidad de esa nueva élite mestiza, en apariencia “europeizada” y “agringada”, frente a la persistente mayoría desposeída y desesperanzada, eventualmente conduciría, como en México, a la Revolución. Sólo que aquí, nuestros gobiernos “liberales” tomaron nota de lo ocurrido en México en 1910 y lograron demorar el proceso hasta 1944.
(iii) La revolución del 44 hizo sonar las alarmas conservadoras en 1952 con la promulgación del Decreto 900, la Ley de Reforma Agraria, que pretendía romper de raíz las estructuras de nuestro perfil social semi-feudal, dándole acceso a la tierra a la mayoría campesina desposeída. La influencia marxista, canalizada a través del minúsculo PGT, propició que la alarma deviniera pánico (con la caja de resonancia que le daba el Macartismo norteamericano de la época y los cuestionables intereses pecuniarios de la UFCO). Por ello, en vez de que un proceso de reforma liberal -dentro de los cauces de un republicanismo democrático- lo encausara en la dirección que otros procesos similares estaban tomando en el Pacífico dominado por el General MacArthur (Corea del Sur y Taiwán), aquí el fenómeno condujo, por la vía del rompimiento violento del hilo constitucional, a la creación de la “república anticomunista”. Archiconservadora y reaccionaria, la evolución de ésta, a su vez, le dio justificación a nuestros fanáticos neo-marxistas. Treinta y pico años de nueva guerra civil, esta vez denominada “conflicto armado interno”, encontraron “resolución” en el pacto de 1986, con una república diseñada para que -como seguro antirevolucionario- la política no se discuta y el poder se compre. Impedir que el poder se compre tan burdamente (y se pague después esquilmando al erario nacional), es lo que vino la CICIG, sin pretender eso originalmente, a demostrar que era posible. Y lo que la saliente magistratura, en su rol de “contrapoder”, estaba viabilizando. Y lo que los conservadores, ahora, están defenestrando...
No da el espacio de una columna periodística para explicar ésto con muchos adornos. Pero el tema es que lo que los conservadores chapines han hecho “en santa alianza” con la cleptocracia local, no les comprará mucho tiempo. Proclamar “la soberanía” para nombrar a personalidades harto cuestionables a nuestra más alta Corte y así minar “el freno” a los excesos de un sistema que permanece impávido a la tragedia cotidiana de las mayorías, es sólo otra victoria pírrica. Su alianza, de entrada, ya presenta fisuras, como la evidenciada por las declaraciones del Vicepresidente en torno al proceso. Vendrá, también, un creciente aislamiento diplomático y un empresariado dividido. La prensa y la inteligencia nacional mantendrán el tema en el candelero. Los ladrones en puestos de poder no podrán dormir tranquilos, pues saben que con los vientos que soplan, más tarde o más temprano, pueden “parar en el bote”. Estas acciones políticas regresivas, hechas posibles por representantes que realmente no nos representan, producto de un sistema falsamente democrático, siguen incubando una creciente resistencia ciudadana. Y esta no proviene sólo de nuestros despistados neomarxistas, ciudadano. Siete de cada diez guatemaltecos no quiere vernos convertidos en una Nicaragua, pero tampoco, en una Honduras. Es un simple, natural y difundido deseo de modernidad elemental. La enfermiza obsesión conservadora que está dispuesta a tolerar a los corruptos a cambio de supuestamente vedarle acceso a “los chairos” a cualquier rol contralor, es una obcecación fatal y sin futuro. Por eso se avecina una inexorable reforma del sistema. Será por las buenas -ojalá- o por las malas. No hay como disfrazarlo, lo ve el mundo; salvo, por supuesto, ese obstinado pensamiento conservador que tanto daño le ha hecho, históricamente, a la Patria...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 16 de Marzo de 2021"
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