El registro histórico establece con claridad que sólo la economía de mercado produce prosperidad para las mayorías. Esto es algo que hasta los jerarcas de los Partidos Comunistas Chino y Soviético terminaron reconociendo de hecho en la segunda mitad del siglo pasado. Lo que resulta menos evidente es que la economía de mercado sólo “florece” en sociedades en las que además de que los ciudadanos gocen de igualdad legal “en dignidad y derechos”, sus hijos, al nacer, tengan una razonable aproximación a la igualdad “de oportunidades”. Cuando el capitalismo se ha ensayado en sociedades marcadamente desiguales, en las que la mayoría está sumida en una desesperanzadora pobreza y sólo una pequeña minoría tiene acceso a la educación de calidad y al capital, lo que resulta es un “capitalismo de Plantación”, como el que empezaba a surgir en el sur de los Estados Unidos, antes de su Guerra Civil: una sociedad semifeudal, de muchos con vida de siervos y un puñado con vida de señores. En ese tipo de capitalismo, las predicciones de Marx empiezan a lucir “acertadas”: la gente percibe que los ricos se hacen “cada vez más ricos”, y que los pobres, aparentemente, “se hacen más pobres”... La tentación totalitaria aparece y si esa opción despótica triunfa políticamente, el pueblo descubrirá tardíamente que se ha empobrecido aún más y sojuzgado, verá perderse, al menos, una generación… Pero si la opción despótica no triunfa, tampoco hay mayor alivio: la sociedad permanece, de todas maneras, conflictiva e inestable, aferrada a la esperanza de que con el paso de varias generaciones, por fin, eventualmente, a cuentagotas, la mayoría de la gente quizá logre vivir mejor…la Historia guatemalteca de las últimas siete décadas…
Por lo anterior, es imperativo reconocer que las economías capitalistas hoy “desarrolladas”, contaron en algún momento de su Historia con una “dotación patrimonial fundacional”. Ya en la Roma antigua, patricios y senadores, hechos generales, dotaban patrimonialmente, con tierras conquistadas, a los soldados “de la plebe”, en cuanto podían, como “premio a sus servicios”. Eso sembró de prósperos granjeros a todas las provincias del Imperio y logró constituir la primera “gran clase media” de la Historia, creando con ello, la primera sociedad de consumo, la primera economía de mercado, antes de que existiera siquiera el término “capitalismo”. Esto fue observado por estadistas de la época contemporánea que estudiaron la Historia Clásica, y condujo, por ejemplo, a los polémicos “Homestead Acts” de los Estados Unidos, el primero de los cuales firmó Abraham Lincoln en 1,862, tras vencer, trabajosamente, una fuerte oposición. Lincoln pudo lograr que el Congreso “de la Unión” aprobara estas leyes sólo cuando la oposición de los políticos sureños (que querían que la tierra se subastara en grandes extensiones que sólo podrían comprar ricos capitalistas, los que a su vez, las desarrollarían con mano de obra esclava) se volvió nula, por la Guerra Civil. En total, esta legislación “agrarista” estadounidense “repartió” más de 110 millones de hectáreas, equivalentes a aproximadamente un 10% de todo el territorio de la nación norteamericana, a más de un millón seiscientos mil nuevos propietarios (poco más de una caballería por cada “cabeza de familia”), en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Esto proveyó de un crucial estímulo socioeconómico a la primera gran “república de propietarios” de la época contemporánea. Les costó una guerra civil, pero tres décadas más tarde, eran la primera potencia industrial del mundo. En Guatemala, muy al contrario, nuestros falsos liberales del siglo XIX apostaron por la subasta de grandes propiedades “al mejor postor”: como resultado, inversionistas extranjeros y ricos comerciantes criollos crearon una agricultura tripartita pujante (consumo interno, minifundista y “plantaciones” de banano y café, de exportación), con “trenes y telégrafo”, pero socialmente bipolar…
En su discurso inaugural, al asumir la Presidencia de la República en marzo de 1,951, Jacobo Arbenz Guzmán definió así, entre otros, los objetivos fundamentales de su gobierno: “…convertir a Guatemala de país atrasado y de economía predominantemente semifeudal en un país moderno y capitalista…” Esto conduciría a una “Reforma Agraria” que pretendía la “redistribución” de “tierras ociosas” de fincas mayores a 90 hectáreas, “si no estaban cultivadas en al menos dos terceras partes”. Un accidentado y controvertido proceso jurídico-político se tradujo en expropiaciones de aproximadamente 600 mil hectáreas. Se “afectaron” unas 1,700 fincas (las más grandes del país), cuyas tierras “ociosas” se “distribuyeron” (en usufructo vitalicio o en propiedad comunal, nó en propiedad individual), entre unas cien mil familias campesinas, que en aquel momento representaban a aproximadamente un sexto de la población total del país. Lamentablemente, el proceso se puso en manos de activistas del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), de filiación comunista, en un ambiente de franca y creciente “lucha de clases” y el gobierno se vio, además, en ruta de colisión con los poderosos hermanos Dulles (uno Secretario de Estado y el otro, cabeza de la CIA). Así que pese a las esperanzadoras palabras de Arbenz en su discurso inaugural, “el Decreto 900” no nos encaminó en dirección a una República de Propietarios. Más por su forma de aplicación, que por su contenido, la Reforma Agraria arbencista generó un hasta entonces inédito y abierto enfrentamiento interno, que escindió amarga y duraderamente a la sociedad guatemalteca. Arbenz había acertado en el diagnóstico, pero había equivocado la receta… Vino luego más tragedia: con descarada intervención extranjera, fue derrocado, la Reforma Agraria revertida y la terca y larga discordia entre quienes quieren conservar el sistema “como está” y quienes quieren “refundar” la República con recetas jacobinas, quedó firmemente instalada en Guatemala…
Hoy, con diecisiete millones de habitantes en acelerada urbanización y transitando de una economía agraria a una de industria ligera y de servicios, una Reforma Agraria de tipo “arbencista” en nuestra Patria es aritméticamente imposible, técnicamente regresiva y políticamente inviable. Sin embargo, si queremos “dar el salto” hacia un capitalismo moderno, democrático e incluyente y dejar de exportar “mojados”, hay que suplir de manera inteligente y novedosa, la dotación patrimonial fundacional que esta República nunca le dio a sus ciudadanos de a pie. Sólo así saldremos, de veras, de nuestro impasse histórico. Pero eso es materia de una próxima columna…
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