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  • Foto del escritorCiudadano Toriello

Los musófilos…


Tuve el agrado de sostener una franca amistad con quien en vida fuera el egregio Manuel Francisco (“el Muso”- por Mussolini) Ayau Cordón. En su tercera edad, tuvo gran “don de gentes”: inteligente, persuasivo, diría que hasta conciliador… Solíamos bromear que estábamos de acuerdo “en el 95%” de nuestros temas, pero que “ese otro 5%” nos hacía, en ocasiones, amigablemente irreconciliables. No tuve tanta suerte con sus numerosos seguidores, algunos de los cuales, con un estilo apasionadamente confrontativo, exhibían lo que a mi juicio parecía una especie de “cultismo” en torno al gurú y a sus enseñanzas. Difíciles para el auténtico diálogo, pero siempre dispuestos a polemizar, empecé a referirme a algunos de ellos, en confrontaciones amistosas y para “picarlos”, como los musófilos. Curioso: podía conversar fácilmente con el Muso, pero me costaba más con algunos de sus más fervientes acólitos…

El Muso Ayau tiene un bien ganado lugar en la Historia de Guatemala. Incansable luchador, empezó defendiendo razonadamente las bondades de vivir en libertad, cuando los marxólogos locales andaban todavía tirando tiros y poniendo bombas en las esquinas y cuando hablar públicamente bien del Capitalismo podía ser “dañino para la salud”. No era tampoco bien visto, sino más bien discreta pero efectivamente saboteado, por los “guardianes del dinero” (agrupados en el CACIF) y en particular por los industriales, que de los sesentas a los ochentas, anduvieron embelesados con “la sustitución de importaciones”, con su banco capitalizado “a puro tubo” y en general, colgados de la “protección arancelaria”, recomendada por la CEPAL para todo el Mercado Común Centroamericano. Su liderazgo fue tempranamente reconocido fuera de Guatemala, no obstante, a través de la “Sociedad Mont Pelerin” que fundó el discípulo del austriaco Ludwig von Misses, otro austriaco, autor de “Camino de Servidumbre”, el renombrado Friedrich von Hayek. Persistió en su empeño y con el paso de los años, a pesar de la férrea oposición de “la tricentenaria” (la del 5% del Presupuesto Nacional), fundó y consolidó una universidad privada guatemalteca, “la Marro”, concebida como un bastión para la defensa de la libertad, emparentada ideológicamente con Milton Friedman y con los “Chicago Boys”, aquellos que llegaron a Chile a darle un celebrado recetario económico a Pinochet. Habiendo sido en los sesentas “una voz que clamaba en el desierto”, muchos empresarios lo empezaron a ver como el “antídoto” para el extremismo marxista que auspiciaba la USAC y así, con renovado apoyo local, el legado del Muso terminó siendo una indiscutible influencia en la manera de pensar de toda una generación de empresarios y académicos de esta parte del planeta. Los cubanos en el exilio, los de Miami, incluso le pidieron que con el apoyo de los académicos a quien él inspiró, les hiciera un Proyecto de Constitución Cubana, “para cuando cayera Castro”, para entonces hacer de la Isla “el nuevo Taiwán del Caribe”. Ese proyecto “cubano-americano” fue la semilla del futuro movimiento guatemalteco “Pro-Reforma”, del que una vez me llegó a proponer que fuera vocero…

Pero no era cuento lo del “cinco por ciento”, ni ha dejado de serlo ahora. El Muso y sus seguidores han promovido agresivamente a la “escuela austriaca” del liberalismo, una versión tan “purista” de ese credo económico, que para evitar confusiones con versiones más mundanas del liberalismo clásico, es sostenido por quienes se consideran “libertarios”, más que liberales, muy visibles en los foros académicos, aunque no hayan realmente gobernado en parte alguna del mundo. Sostengo que es un credo económico que no nos sirve, como no les sirvió a los mexicanos cuando en forma similar lo ponían en práctica “los científicos” del Porfiriato, cosa que se evidenció hasta que recibieron la réplica popular de la Revolución Mexicana de 1,910, a través de los rústicos pero persuasivos argumentos de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Porque un liberalismo insolidario, que aboga por “la supervivencia del más fuerte”, en un país parido por el encuentro de la pólvora y el acero con el pedernal y la flecha, es políticamente inviable de manera democrática. Ovida que los países con un capitalismo exitoso practican un “capitalismo reformado”, que le impuso a los empresarios, en contra de su voluntad expresa, la jornada laboral de las ocho horas; que le dio a los obreros el derecho a la “negociación colectiva”, a través de sus sindicatos; y en general, que reguló la fijación de precios cuando en “los mercados imperfectos” de contextos oligopólicos, la “mano invisible” de Adam Smith parecía no funcionar bien: como cuando el colegio de sus hijos le informa a usted que “puede pasar a sus hijos a otra institución educativa, aprovechando las maravillas del mercado libre, si no quiere pagar las nuevas cuotas”… dos meses antes de los exámenes finales…

El capitalismo reformado tuvo su origen, realmente, en el “Homestead Act” que firmó Abraham Lincoln en 1,862 (aprovechando que los latifundistas sureños, tras la Secesión del Sur, perdieron su influencia y con ello la efectividad de su oposición, en el Congreso “de la Unión”); disposición legislativa que repartió caballería y media de tierra a cualquier ciudadano que estuviese dispuesto a vivir en ella y cultivarla directamente por al menos cinco años, creando una sociedad de granjeros, no una de campesinos y finqueros, como hicieron los falsos liberales latinoamericanos al crear sus “registros de la propiedad inmueble” (Justo Rufino Barrios, aquí, imitando al mexicano Porfirio Díaz) que subastaban fincas de 30 caballerías “al mejor postor”, que invariablemente compraban inversionistas extranjeros o ricos comerciantes locales, pero que estaban fuera del alcance de los campesinos. Ese tipo de capitalismo reformado, que no le gusta a los “libertarios”, no permitiría que como ocurre hoy en Guatemala, por ejemplo, un banquero le suba la tasa de interés unilateralmente a un sujeto de crédito porque “se le hinchó” y usted “bien, gracias”. O que las entidades financieras “compren” la derogación de una Ley que pretendía proteger al pequeño consumidor de las prácticas usureras y abusivas de las tarjetas de crédito; o que un grupo de agroindustriales ¡se roben un río!… Pero esos importantes temas no se han discutido en las elecciones previas, cuando funcionaban los “liderazgos de alquiler” para los guardianes del dinero. Eso cambiará en el 2,019, y las ideas y programas de los candidatos, como debe de ser, importarán…

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