“No contaba quiénes votaban, sino el voto de quienes contaban” – frase atribuida a José Stalin.
Desde hace unos quince años, cada diez minutos, 24 horas al día y 365 días al año, computadoras esparcidas por toda la superficie del planeta, que hoy suman cientos de miles, compiten por el privilegio de añadirle -vía Internet- “un bloque” a la “cadena de bloques” de ese fenómeno llamado Bitcoin. Como el espermatozoide que tras desenfrenada carrera logra penetrar el óvulo antes que sus cientos de miles de competidores, típicamente sólo un equipo (un “minero” solo, o más frecuentemente, “un grupo de mineros” coaligados) se hace acreedor al premio; que para este caso, actualmente, es un pago de 3.125 bitcoin (hoy, unos US$200k) por bloque añadido exitosamente. Ese pago se ha venido reduciendo de manera inversamente exponencial a la mitad, cada 210 mil bloques, o sea, más o menos, cada cuatro años. Como paralelamente el Bitcoin (BTC) se ha venido revaluando en el mercado, al punto de que hoy cada uno es equivalente a libra y media de oro puro, este estímulo ha sido suficiente para crear la más poderosa red de poder computacional del mundo y de la Historia (ni la NASA tiene más poder computacional que el Bitcoin de hoy). Y de esa competencia cíclica resulta lo que podríamos describir como un conjunto de “renglones” transaccionales que tras multitudinario escrutinio, se añade cada diez minutos a un gigantesco y siempre creciente registro público inalterable.
Este registro, que reside simultáneamente en cientos de miles de computadoras esparcidas por todo el globo, se puede visualizar como una perennemente creciente “hoja de trabajo” (como una de “Excel”) que añade aproximadamente seis bloques nuevos de múltiples “renglones” cada hora. Cada “renglón” de ese registro público contiene una transacción en la que típicamente una cuenta (desde su dirección “pública” y tras autenticar la intención del pagador con su clave secreta o “firma electrónica”) transfiere bitcoin (o fracciones de bitcoin llamadas “satoshis”) a la dirección pública de otra cuenta. En otras palabras, los renglones de cada bloque son una especie de “cheques” electrónicos con órdenes incondicionales de transferir bitcoin de una cuenta pública a otra. La competencia desenfrenada de las computadoras de los “mineros” (llamados así porque su trabajo es la única forma de generar bitcoin “frescos” -y así, están “minando” ese nuevo “oro digital”) tiene como uno de sus propósitos principales -mediante reglas impersonales basadas en la ciencia criptográfica y aplicadas colectivamente por el sistema- verificar que ambas cuentas (la del pagador y la del receptor) realmente existan, que haya suficientes “fondos” en la cuenta pagadora y que “la firma” del pagador sea auténtica. Eso queda “certificado” públicamente, sin banco intermediario o autoridad alguna, cuando la transacción -verificada colectivamente por los mineros- queda públicamente incorporada a un nuevo “bloque” de esa gigantesca y siempre creciente “hoja de Excel”; ésto tras producir -con un algoritmo criptográfico público- un “número” de 64 dígitos hexadecimales (el “hash”) que sea igual o menor a la meta dinámica que produce el sistema para crear un grado de dificultad creciente entre los mineros que compiten por añadir cada “bloque”. Siendo que el registro público así obtenido (i) “reside” en cientos de miles de computadoras distribuidas por todo el planeta; (ii) que es observado, por interés propio, por millones de ojos en todo el mundo; y siendo, también, que (iii) acumula toda la historia de las transacciones hechas desde que se inició el BTC; lo que llega a incorporarse a esa cadena de bloques se considera lo más cercano a un registro inalterable que haya producido el homo sapiens desde que aprendimos a hablar: imborrable, con incontables copias ampliamente distribuidas en la geografía global y por tanto, resistente a casi cualquier catástrofe focalizada...
Su emisión decreciente (que llegará a un máximo teórico de 21 millones de bitcoin allá por el año 2140), su facilidad y discreción de almacenaje, su fácil “transportabilidad” internacional, su infinita divisibilidad y su seguridad, han hecho del BTC, por la pura interacción de la oferta y la demanda, uno de los más eficaces resguardos de valor de la Historia. Por ello, algunos de los más perspicaces analistas internacionales consideran que el BTC está destinado a convertirse en la divisa global por excelencia de las generaciones futuras. Tan es así, que ya la senadora Cynthia Lummis, republicana del Estado de Wyoming, ha propuesto una iniciativa de Ley para que en calidad de reserva estratégica, el gobierno de los EEUU adquiera aprox. el 5% de toda la emisión presente y futura de esa criptomoneda... Pero al margen de su éxito como divisa internacional fuera del alcance contralor de los Estados nacionales, el hecho de haber creado un sistema de registro público inalterable, ha abierto una plétora de aplicaciones y oportunidades de negocio a través de utilizar esta “tecnología del blockchain”. Un pequeño grupo de emprendedores guatemaltecos, por ejemplo, identificó y decidió aprovechar una de tales oportunidades. Así como en los cheques bancarios hay espacio para hacer anotaciones (como en algunos cheques nacionales sobre una línea para escribir un “memo”) estos emprendedores chapines resolvieron “registrar” el equivalente de un “sello” criptográfico único que sólo se puede obtener al derivarlo matemáticamente del contenido de un documento, sobre algunos de esos “cheques electrónicos” de Bitcoin. De esta manera, un documento (como la foto de un Acta de votaciones), sólo puede producir un resultado, criptográficamente único, usando el algoritmo desarrollado por los chapines y llamado “Simple Proof”, si es exactamente igual al original. Resultado criptográfico que queda “guardado” -como registro inalterable- en el “memo” de un “cheque electrónico” de la cadena de bloques del Bitcoin. En otras palabras, si se le cambia un solo pixel a la foto del documento original, al aplicarle el algoritmo criptográfico, ya no se obtiene el resultado “guardado” en la cadena de bloques. Ninguna falsificación que pretenda suplantar al documento original puede pasar la prueba. De hecho, los avezados tecnócratas chapines crearon un “árbol de documentos”, cuyos “sellos” criptográficos se van combinando, hasta producir un “sello” combinado de un grupo de documentos, que es el que se guarda en la cadena de bloques, para reducir espacio computacional y costos...
Sin mayor conciencia de lo que estaban autorizando, la anterior magistratura del Tribunal Supremo Electoral (TSE), autorizó utilizar tal tecnología para guardar un “Respaldo Inalterable” de la copia al carbón (¡¿por qué nó del original?!) del Acta No. 4 (la “copia amarilla”) en las pasadas elecciones guatemaltecas. Tal respaldo inalterable se produjo en el momento en el que en cada centro de votación se tomó y envió al TSE (vía la Transmisión de Resultados Electorales Preliminares -TREP) la foto de la copia amarilla del Acta No.4, enviando “el sello” criptográfico a la cadena de bloques, con fecha, hora y minutos de envío. Eso permite “autenticar” más allá de toda duda qué documentos son fieles a la foto original (aquellos a los que al aplicarles el “simple proof” produzcan el resultado guardado en la cadena de bloques, que es un registro público inalterable). O sea que aunque doña Cony y Rafael Curruchiche pretendieran adulterar las Actas No. 4 que sustrajeron ilegalmente del TSE, hay “respaldo inalterable” de las fotos que se les tomó por el TREP en la cadena de bloques del Bitcoin... Al margen del poco interés de las autoridades y de la dirigencia guatemalteca, el asunto fue observado con mucha atención en otras latitudes. Esta tecnología podría garantizar que las actas de las juntas receptoras de votos en cualquier país no se puedan adulterar sin que la falsificación sea descubierta (¿aló, Venezuela?); pero también puede servir para garantizar la fidelidad de otros registros, como el de un Registro de la Propiedad o uno de los egresos públicos. Si tales registros inalterables se hubiesen hecho con las compras del anterior gobierno delincuente, por ejemplo, el haber “desaparecido” convenientemente los registros de las compras del Estado guatemalteco (y asesinado al operador de los sistemas de computación de las finanzas públicas del país), sería un crimen que no habría podido quedar impune. Por este tipo de consideraciones, el grupo Extreme Tech Challenge (XTC), un grupo con base en Corea del Sur que estimula la creatividad de tecnócratas jóvenes para fortalecer la defensa de las democracias en el mundo, ha escogido al grupo de los jóvenes empresarios guatemaltecos de “Simple Proof” como uno de los seis finalistas en un concurso internacional que consideró alrededor de diez mil casos. Los ganadores de la ronda final serán galardonados en la sede de las NNUU, en Nueva York, el próximo 21 de septiembre. De la misma manera que las medallas olímpicas obtenidas por los atletas chapines en París hicieron ondear la bandera guatemalteca e hicieron escuchar nuestro himno nacional en la capital francesa, gracias a la oportuna gestión de nuestro Presidente durante su reciente viaje a Suiza, sería muy recomendable que estos destacados chapines lleguen a tal premiación, con un reconocimiento previo de su Nación. Esto es posible si Rafael Cordón Cofiño y Christian Lowenthal, fundadores y representantes de “Simple Proof”, son reconocidos aquí por la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología (SENACYT). Casualmente, la SENACYT galardona anualmente, también cada septiembre, a destacados tecnócratas chapines, para estimular a la comunidad tecnológica guatemalteca. Ojalá las autoridades actuales tomen nota de este inusitado acontecimiento y no se cumpla, una vez más, aquello de que pese a reconocimientos internacionales, aquí siga siendo cierto que “nadie es profeta en su tierra”...
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