Mientras Roma ardía, Nerón tocaba la lira...
- Ciudadano Toriello
- 14 abr
- 7 Min. de lectura
“No hay nada nuevo bajo el sol” – refrán popular.
El 19 de Julio del año 64 ddC, el centro de Roma sufrió un inmenso incendio que duró seis días, seguido de un rebrote que duró tres días más, expandiéndose a otros barrios. En el recuento final, se estableció que siete décimas partes de la ciudad de casi un millón de habitantes habían quedado destruidas. Edificios de apartamentos de cuatro y cinco pisos, ardieron hasta sus cimientos, dejando a decenas de miles sin techo, cientos de muertos y miles de heridos. Tras la hecatombe, Nerón, “mago” de los bienes raíces, mandó a demoler los escombros y sobre los mejores de aquellos terrenos -adquiridos a posteriori “por sal y un huevo”- construyó su magnífico y céntrico nuevo palacio (la “Domus Aurea”), rodeado de jardines ¡y hasta con un lago artificial! Dijo el déspota que la tragedia había servido para “limpiar” a Roma de sus peores barrios y para expulsar a miles de extranjeros indeseables. Pronto la “vox populi” atribuyó la autoría intelectual del incendio al cruel e inmoral emperador, de quien se dijo tocaba la lira, libaba finos licores y cantaba desde un balcón del monte Palatino, mientras Roma ardía. Nerón contrarrestó los rumores esparciendo la narrativa de que aquella tragedia había sido causada “por los cristianos”, infundio que aprovechó también para echar a muchos de sus enemigos, literalmente, “a los leones”, en grotescos espectáculos públicos. No sé porqué esta vieja historia vino a mi mente cuando escuché que Donald Trump se fue “a jugar golf” a “Mar-a-Lago” mientras las bolsas de valores del mundo se derrumbaban a causa de su arbitraria, ilegal y anti-técnica imposición de aranceles indiscriminados en contra de tirios y troyanos...
Dijo Donald Trump en una ocasión que tenía seguidores que aunque lo vieran dispararle a una anciana indefensa en la quinta avenida de Nueva York “frente a las cámaras de televisión”, seguirían apoyándolo políticamente. Y aunque eso lo haya dicho el campeón mundial de las mentiras públicas, ¡esa hipérbole es cierta! El partido Republicano, aquél que dizque defendía “el comercio libre” y “el respeto a la Ley”, con contadísimas excepciones, trató de encontrarle justificaciones al díscolo comportamiento de su “máximo líder”, evitando devolverle al Legislativo el exclusivo derecho de imponer impuestos, incluyendo los aranceles. Con Trump a la cabeza, ya vendrá la re-industrialización de “América”, dijeron. Tal como llegó “el nuevo nombre” del Golfo de México. Pero Trump, tras repetir insistentemente que “no daría marcha atrás” y llamar pusilánimes a quienes no tuvieran la fortaleza de esperar los supuestos grandes resultados que esta movida tendrá “a la larga”, ¡reculó a los siete días! Esto no fue casualidad ni su intención original, desde luego: pero el hecho es que no sólo se desplomó la bolsa, sino que el mercado de bonos (refugio a donde tradicionalmente se destinan los fondos que “huyen” de los activos de riesgo), contra el precedente histórico, ¡también se desplomó! Reflejando una incipiente tendencia a abandonar el dólar y con ello, erosionando su papel de moneda de reserva de última instancia, además de presionar los intereses al alza. Aquella combinación, ya tuvo su efecto en el círculo más cercano del líder “de la más bella cabellera”. Algunos de los amigos billonarios del Canchón, además, no pudieron ocultar su disgusto ante un innecesario escenario de menores ventas, mayores costos y erosión de sus patrimonios, dirigiendo sus baterías “a los asesores” del dizque infalible “genio” de la Casa Blanca. Así, Elon Musk, por ejemplo, directamente o a través de su hermano menor, llamó públicamente imbécil (en inglés, “moron”) a Peter Navarro, el supuesto arquitecto de la nueva política arancelaria, quien está destinado a ser “el chivo expiatorio”, en caso necesario, sobretodo por ser el autor de la parvularia fórmula para “calcular” el nivel arancelario de cada país. “Más estúpido que un saco de ladrillos, con perdón de los ladrillos”, dijo Elon Musk...
Al cambiar los vientos, se preparó el nuevo escenario: Trump le hizo saber a sus correligionarios que “era tiempo de comprar acciones baratas, porque iban a subir” (cosa que posiblemente dio lugar a incidentes de “insider trading”, considerados delictuosos por la legislación aún vigente); “es que mas de 70 países me han estado llamando”, en sus palabras, “para besarme el culo”. “Vamos a hacer excelentes negocios” (“great deals”), para “hacer a América grande otra vez”, insistió. “Es que Trump está jugando ajedrez, mientras que el resto del mundo está jugando ‘damas’”, dijeron sus corifeos, sin percatarse de que lo que realmente está jugando el parvulario Presidente es “Trocitos I”. Terminó “suspendiendo” por 90 días (que podrían renovarse, a capricho del nene), los aranceles propuestos contra Europa, algunos de Canadá y México, y otros grandes socios comerciales, aunque manteniendo -entre otros- el 10% “básico” de pequeños países como Guatemala (a Putin, no le puso arancel alguno, porque “es su amigo” y además, porque “está negociando la paz en Ucrania”). Las bolsas, por supuesto, repuntaron -sin volver a los niveles originales- y desde entonces se mantiene un nervioso sube y baja que refleja la incertidumbre prevaleciente, sobre todo por la continuada hostilidad comercial dirigida a China, de donde se obtienen insumos industriales difíciles de sustituir a corto plazo. Ya empezó a hacer “exoneraciones” específicas para alivio de la industria automovilística, electrónica y de celulares, no obstante, abriendo la puerta a un próximo y corruptible mercado negro de generosas “exoneraciones” y favores... Y pese a todo, el mundo sabe que Trump “ama” los aranceles, cuya aplicación discresional es de las pocas “convicciones” que este Presidente norteño parece tener. Nada de lo cual, por supuesto, contribuye a generar el clima de confianza a largo plazo necesario para invertir grandes sumas en las industrias que supuestamente “se trasladarán” a los EEUU...
La decimonónica y falaz “teoría” detrás de la nueva política arancelaria es que supuestamente esos aranceles forzarán a las empresas a “re-ubicar” sus plantas industriales en los EEUU, pues según la infantil visión de sus proponentes, éstas “se fueron” por las “estúpidas” negociaciones de todas las anteriores administraciones norteamericanas descde el fin de la II Guerra Mundial, que no se percataron de que la Comunidad Europea -por ejemplo- surgió, fundamentalmente, “para joder” (¡!) a los EEUU. No importa que el mundo haya evolucionado hacia un mundo de servicios y de industria de tercera generación, en la que el producto físico sea una cada vez menor parte proporcional de la economía. O que los productos industriales complejos, como un automóvil, tienen cadenas de suministros que atraviesan decenas de veces las fronteras vecinas antes de cristalizar en un más eficiente producto final “americano”. No importa, tampoco, que el principal beneficiario de la globalización haya sido, precisamente, EEUU, que ha tenido el históricamente singular privilegio de poder emitir dólares abundantemente (con los que paga, entre otras cosas, por sus déficits comerciales), sin sufrir ni hiperinflación ni devaluación, pues son, de facto, la moneda de reserva de última instancia del mundo (privilegio que estas políticas arancelarias ponen en peligro). No importa, por añadidura, que la re-estructuración industrial tome años, cuando nó décadas, y por tanto requiera de políticas estables que exceden los plazos de una sola administración de gobierno. No importa, para acabar ya, que el grueso registro histórico demuestra que una guerra arancelaria sólo conduce a una desaceleración de la producción de todos los involucrados y que es antesala de otros enfrentamientos más directos...
Todo esto sucede en el contexto de una grotesca expansión imperial del Ejecutivo, en detrimento de los poderes Legislativo y Judicial. Así, por ejemplo, se “arrasó” con el aparato administrativo estatal, despidiendo indiscriminadamente a miles de empleados en áreas tales como el antiguo “poder blando” del imperio (la USAID), la seguridad aeroportuaria y la salud pública, entre otras; atacando adicionalmente a las universidades y al invaluable Establishment científico norteamericano, que hoy tiene que enfrentar, entre otras linduras, a un Ministro de Salud, “Bobby” Kennedy, ¡que no cree en la vacunas! y que consiguientemente, está lidiando con un brote ¡de sarampión! en un país en el que tal anacronismo había, prácticamente, desaparecido. Ya no digamos la persecusión judicial de jueces, periodistas, opositores y firmas de abogados, como en cualquier país tercermundista. Mientras tanto, el efecto en los precios de las últimas medidas trompistas aún no han llegado a las cajas registradoras de tiendas y supermercados en todo su esperado vigor, por lo que la consciencia del electorado aún está por despertar plenamente, de manera bastante anticipada a las elecciones de medio período, ese correctivo democrático que en esta ocasión cobrará un significado especialmente crucial...
En 1972, Henry Kissinger y Richard Nixon “rompieron el hielo” y en un publicitado viaje que hasta se volvería un “musical” de Broadway (“Nixon en China”, 1987), llegaron a Beijing a visitar a Mao. Estaban apostando por la apertura de China al capitalismo, para separarla de Moscú. EEUU apoyaría dicha apertura con capital, transferencia de tecnología y asesoría, cuando llegó al poder el pragmático Deng Xiao Ping (“no importa el color del gato, con tal de que cace ratones”). La esencia de la apuesta -aprovechando el pragmatismo del nuevo líder chino- era que la prosperidad capitalista provocaría la gradual democratización del gigante asiático. Medio siglo después, sin embargo, China se industrializó bajo un modelo de “capitalismo dirigido”, sin dejar de ser una sociedad fuertemente dictatorial, mientras que en Occidente, la tentación autocrática, hasta en los EEUU de hoy, cobró una inesperada relevancia...
Y así nos encuentra esta Semana Santa del 2025, con dos déspotas y un aprendiz (Putin, Xi Xinping y Trump) jugando a repartirse el mundo. Con una Europa y un Sureste asiático desconcertados por el díscolo comportamiento de su antiguo aliado, aún anonadados por la traición a Ucrania, el permisivo desdén al polvorín del medio Oriente y un tratamiento comercial antes reservado sólo para los enemigos. Y en Guatemala, viendo como la política trompista desvía a los importadores de productos guatemaltecos hacia México en la búsqueda de productos textiles y agrícolas, a pesar de nuestro gran déficit comercial con los EEUU y de nuestra fidelidad geoestratégica. Afortunadamente, Marco Rubio, de los poquísimos miembros sensatos del gabinete Trumpista, aún está de nuestro lado, al menos, mientras dure entre la locura trompista. En última instancia, no obstante, sólo habrá atisbo de remedio a corto plazo si en las elecciones de medio período -dentro de aproximadamente 18 meses- el electorado norteamericano ordena rescatar los valores de aquel excepcional experimento que emprezaron Washington y Franklin y Adams y Jefferson. Ese frágil experimento que empezó cuando los EEUU se constituyeron, para los amantes de la República Democrática, en un faro, en una hoy inexistente “luz sobre la cima de la colina”...
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