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Foto del escritorCiudadano Toriello

Llora sangre la tierra de Bolívar, otra vez

No se puede tapar el sol con un dedo”, refrán popular que pretende ignorar la satrapía venezolana, una vez más.

 

A fines del 2018, escribí estas líneas, que hoy constato siguen trágicamente vigentes:

 

“El próximo 10 de enero de 2,019, tras la burda farsa electoral del pasado 20 de mayo, Nicolás Maduro “reasumirá” la Presidencia de Venezuela.  Este acto formal de usurpación no será sino la última de una larga serie de trágicas incidencias en la tierra del Libertador, quien si volviera milagrosamente a la vida, indudablemente daría un vuelco en su tumba y volvería a morir, pero esta vez, de asco e indignación. En el país con las mayores reservas petroleras del Continente, hoy hay que hacer cola para casi todo y para el ciudadano de a pie que busca comida o medicinas, la respuesta es casi siempre “no hay”.  Añadiendo el insulto a la herida, la corrupción de los gobernantes “bolivarianos” ha hecho que sus hijos y parientes vivan vida de millonarios en el extranjero, con las divisas robadas al erario público, mientras ellos aún se proclaman, ridículamente, “admiradores de Fidel”. Todos los errores económicos que ha ensayado previamente la humanidad han sido repetidos y aumentados en el “socialismo del siglo XXI”, donde el dinero “bolivariano” ahora vale menos que el papel higiénico y frente a la realidad de las estanterías vacías, cada vez se ve a más gente hurgar los basureros para malcomer. Pero a pesar de la hambruna, la casta de ladrones y asesinos que ha tomado el mando “de la revolución”, en la “re-fundada” República “Bolivariana” de Venezuela, exhibe insolentemente el exorbitante fruto de sus latrocinios, como en una estampa de increíble insensibilidad hizo Maduro recientemente al darse, al estilo de María Antonieta en la Francia pre-revolucionaria, una opulenta cena de “steak para dos” ¡de más de mil dólares! en un exclusivo restaurante extranjero de lujo; seguro porque sabe que quien en esa sufrida tierra se atreva a decir algo en voz alta, o desaparece o puede morir casualmente de un tiro en la sien. Son miles los que han perdido la vida por decir que no están de acuerdo, como los jóvenes idealistas que han dejado su sangre en el asfalto, por pedir libertad de expresión. El régimen no para mientes si se trata de un adolescente que de pronto se siente ciudadano o de una iracunda ama de casa que quiere medicina para su bebé: no se puede desafiar a “la revolución”…

 

Un ominoso 4 de febrero de 1,992, un carismático oficial del ejército venezolano, a tiros y a bombazos, quiso derrocar al corrupto gobierno de Carlos Andrés Pérez; “hazaña” que repetirían sus correligionarios contra civiles inermes, unos meses después.  El oportunista expresidente Rafael Caldera, ebrio de orgullo y ambición, terció para echar agua a su molino, hablando del escándalo que representaba la corrupción del gobierno, en un país que creaba pobreza en medio de la abundancia del oro negro y “perdonó” los sangrientos crímenes iniciales del golpista. Habiéndose dado a conocer así, como Hitler en los inicios de la Alemania nazi, el oficial Hugo Rafael Chávez Frías eventualmente convenció a la mayoría de sus conciudadanos de que él encarnaba la esperanza de un futuro mejor; mejor que el que ofrecían los cínicos políticos corruptos que insistían en aferrarse al poder. Decía Chávez que acabaría con la pobreza que provocaba la corrupción de los partidos clientelistas y la inacción “de la oligarquía” que quería conservar todo igual.  La mayoría de los venezolanos creyó entonces en los “cantos de sirena” del persuasivo militar y hasta cambiaron su Constitución. “Refundaron” Venezuela, para hacerla sumisa y legalmente accesible a la dictadura “revolucionaria”. Después, el barril de petróleo rebasó los cien dólares y la fiesta revolucionaria “se disparó”.  Los cubanos, discretamente presentes desde el principio del proceso, “chuparon rueda”, pues previamente Gorbachev los había dejado sin su habitual guardián, padrino y patrocinador. Y a cambio “asesoraron” al gobierno revolucionario en métodos efectivos para controlar a los disidentes y perpetuarse en el poder. No más periódicos independientes, no más programas críticos por televisión. Cartillas y “credenciales patrióticas” para conseguir desde empleo hasta medicina. Soplones por todas partes y “más revolución”. De paso, “acabemos con las empresas que están en manos de los burgueses”. También compremos con los petrodólares un redil de corifeos internacionales y hagamos posible el ascenso y la permanencia de nuestros afines a lo largo y a lo ancho del Continente. Viva Ortega y viva Evo. Y Correa y un par más. Hasta que un día el precio del petróleo se desplomó, en el país del “monocultivo fósil”.  La realidad de una economía destruida ya no se pudo enmascarar.  Murieron Chávez y Fidel y sólo quedaron sus legados de opresión y miseria, en “las expertas manos” de un aparentemente vulnerable chofer de camión. ¿Habría posibilidad, ahora, de alternancia en el poder? Pues por las buenas, nó. Como lo han demostrado todas las satrapías de la Historia,  basta tener armado y “aceitado” a un minúsculo pero desalmado medio por ciento de la población, para que el resto se tenga que tragar el exilio o la muerte, como respuestas del régimen a los gritos que lanzan los sueños, la dignidad o la esperanza…

 

Simón Bolívar, rico heredero de haciendas y minas, al quedar huérfano en la infancia, fue a estudiar a una Europa en Revolución y tras ver aquello, se transformó. Prometió no descansar hasta ver libre del decadente imperio Español a la América Española. Tras derramar sangre, sudor y lágrimas, hace dos siglos y pico, Bolívar cumplió.  Pero pese a sus heroicos, sinceros y denodados esfuerzos, pese a su abolición de la esclavitud habiendo nacido dueño de esclavos, no pudo emanciparnos en vida de ese molde social heredado de la Colonia: la sociedad desigual, la República bipolar.  En Venezuela como en Guatemala y como en casi toda la América Latina, la asignatura pendiente es crear finalmente la República de todos los ciudadanos.  Y la triste realidad es que mientras no lo logremos, la posibilidad de que surja otro Chávez y su concomitante tragedia en la próxima esquina, seguirá siendo una amenaza real. Por eso aún andan por ahí en Guatemala quienes a pesar de toda la abrumadora evidencia, todavía hacen la apología de este tipo de satrapías, defendiendo lo indefendible...”

 

Así, sin haber aprendido el indispensable y no tan difícil arte del equilibrio entre izquierdas y derechas que hizo posible el desarrollo del primer mundo, la América Latina sigue a merced de los fanáticos en ambos extremos del espectro político, dando bandazos entre una tragedia y la opuesta.  Es algo que no parece amainar; menos ahora, cuando en el propio primer mundo, el abandono de la vocación democrática prolifera en todas partes, invitando al zarpazo de los que están atrincherados en posiciones de poder...

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