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La ´revolución de colores´ que se viene

Foto del escritor: Ciudadano TorielloCiudadano Toriello

“Se jué Mamá Vicenta / se jué pa´Jocotán / pasó por Chiquimula / ciñéndose el justán” – Grafiti que apareció en la pared de la Catedral cuando Vicente Cerna salió huyendo hacia Honduras, tras la derrota de las tropas gubernamentales frente a los revolucionarios de 1871.


A los aycinenistas no les importó que la Patria se partiera en siete pedazos, “media vez” recuperaran el monopolio del comercio exterior de la provincia más rica del antiguo reino (“más vale ser cabeza de ratón que cola de león”, decían). Les molestaba más que, en un temprano ejercicio de lo que hoy llamaríamos “populismo de derecha”, hubieran tenido que recurrir a las desarrapadas tropas “del indio Carrera”; aunque eso lo toleraran como el precio de impedir el gobierno de políticos “fiebre”, “de medio-pelo”, como Gálvez, Pedro Molina o los “terribles” hermanos Barrundia. Al fin y al cabo, a diferencia de “los pirujos”, con un poco de dinero y colmillo y con la ayuda “de la Curia”, a esos ignorantes “montañeses”, creían, “se les podía manejar”. Morazán los expulsó de Centroamérica tras la primera Guerra Civil (1829), pero el exilio dorado de Mariano y Juan José de Aycinena en la Luisiana esclavista no había hecho más que confirmar sus prejuicios acerca del “orden natural de las cosas”, en el que, lógicamente, un puñado de “gente decente” tenía “la responsabilidad de mandar” sobre el resto de “castas inferiores”. Ayudó que el también exiliado Arzobispo Ramón de Casáus y Torres enviara cartas incendiarias desde La Habana, leídas los domingos desde los púlpitos, llamando al aún crédulo pueblo a sublevarse contra el “gobierno hereje”. Sí, ese que “casaba y descasaba”, que le había quitado el magisterio escolar a la “santa y apostólica”, que ponía nuevos impuestos y que había provocado la pandemia del cólera morbus, como “castigo de Dios”. Que pretendía confiscar los ”bienes de manos muertas” (que pagaban misas por las almas de los difuntos que los habían cedido, a perpetuidad, para beneficio de las “obras pías”); propiedades y recursos pecuniarios de una Iglesia latifundista que los liberales querían “poner en circulación”, para estimular la economía. ¡Ná! Nada de Constituciones y esas “novedades”, como las de los “juicios por jurados”, buenas quizá para “los que no saben lo que es amar a Dios en tierra de indios”- según la “sabiduría” de los “cachurecos”. Así, a partir de 1839, los aycinenistas regresaron del exilio a ver de cerca los negocios que habían dejado en manos de “encargados” y tras echar el reloj para atrás, la noche de los treinta años se instaló. Fusilado Morazán en 1842, la esperanza de restaurar la Federación se derrumbó. Tras la traición de sus clientes ingleses, que se llevaron el cultivo del tinte azul a la India, los aycinenistas también morirían, “en sus trece”; viendo, impasibles, cómo sus fortunas y el país, geográficamentedisminuido, se hundían, irremisiblemente, por su terca adicción al mercado del añil. Fue nuestra devastadora primera gran derrota republicana.


Mientras tanto, los hombres “de a caballo y con fusil” que Carrera acercó al poder, se asimilaron “al mundo criollo”. “Unas tierritas por aquí y otras por allá”. Unos más (como los Pivaral, en Oriente) y otros, más numerosos, un poco menos. Las casas comerciales surgidas para atender a “los poquiteros” del tinte no atendidos por la Casa Aycinena, las de Herrera, Larraondo y Samayoa, empezaron a dar crédito de avío a estos noveles “empresarios del agro”. En vez de sumarse a los poquiteros del añil, empezaron a concentrarse en la grana o cochinilla, tinte rojo de exportación, que requería de menos tierra y menos mano de obra... y prosperaron. Luego vino el maridaje entre los hijos de estos nuevos aunque modestos ricos -que buscaban “blanquear” más a sus familias- y las hijas de la aristocracia del añil venida a menos, que “le hacían ojo pache” al quizá “aindiado” pero solvente nuevo terrateniente –pues “poderoso caballero, es don dinero”. Esta nueva generación mestiza oía de la suerte que el nuevo cultivo del café estaba corriendo en Costa Rica, con una demanda internacional más estable que la de los tintes naturales, que estaban siendo sustituidos por los más versátiles colorantes químicos que aprovisionaban a la pujante industria textil europea y norteamericana. Ese cambio de producto exportable requeriría de ferrocarriles y telégrafos, de nuevos puertos y de un sistema de crédito hipotecario, de largo plazo. Fueron, pues, estos “nuevos ricos”, desesperados por la inmovilidad del gobierno “cachureco”, la fuerza social que demandó e hizo posible la “segunda” Revolución Liberal. Buscaban imitar a los países que se industrializaban en otras latitudes y lograr acceso a sus mercados de consumo, mediante el establecimiento de un régimen “de propiedad privada”, con registros oficiales de propiedad, con bancos y vías de comunicación “modernas”...


Pero la influencia del enfoque sureño del capitalismo y no la del Norte industrializado, prevaleció aquí; pese a su absoluta derrota, a manos de Lincoln, en el país del leñador de Illinois. Los sureños habían luchado en el Congreso norteamericano por un sistema en el que se subastaran grandes extensiones de las tierras que el Estado norteamericano le había arrebatado a México en 1848, “al mejor postor”; para ser explotadas, agroindustrialmente, con mano de obra esclava. Lincoln no estuvo de acuerdo y la disputa llevó a los EEUU a su sangrienta Guerra Civil, la que le causó más soldados muertos que todas sus otras guerras. Tras la conflagración, en los EEUU quedó abolida legalmente la esclavitud y se creó una nueva clase media, otorgándole 160 acres (1.75 caballerías por jefe de hogar) a todo el que estuviera dispuesto a trasladarse con su familia a cultivar personalmente la tierra así cedida, en el salvaje “salvaje Oeste”. Quizá si Juárez en México no hubiese muerto prematuramente, o aquí Justo Rufino Barrios no hubiera desplazado tan pronto a Miguel García Granados, las sociedades mesoamericanas habrían corrido con una suerte similar a la del Norte, en relación a las tierras sin dueño, pero no fue así. A pesar de que el Norte en vías de industrialización estaba creando, desde el Japón hasta Canadá y pasando por la Europa Occidental, a fuertes clases medias (con una mezcla de dotaciones patrimoniales, tempranos compensadores sociales y estímulos para el incremento de los ingresos del ciudadano común y corriente, generando amplios mercados de consumo), aquí los barristas (como los porfiristas en México), adoptaron el Capitalismo de Plantación del Sur norteño; dirigido a mercados de exportación, usando en vez de mano de obra esclava, el régimen laboral cuasi servil que heredamos del período colonial. El reparto de las tierras baldías del Estado se inició de manera tramposa y corrupta y creó una primera camada de grandes latifundistas, que en algunos casos, subsisten hasta hoy. Ese cuadro semi-feudal fue reforzado paulatinamente con nuevas disposiciones legales que garantizaban el oportuno aprovisionamiento de mano de obra barata a las nuevas plantaciones (Ley contra la Vagancia, Ley de Vialidad, “libreta de trabajo” obligatoria, etc.). Por eso, de la “república cafetera” a la “banana republic”, con abundantes capitales extranjeros y mayores mercados foráneos, fue una fácil transición “natural”; una que agudizó nuestra ya abismal desigualdad. Se consolidó un país que pese a las declaradas intenciones “liberales”, seguía abismalmente dividido entre pobres y ricos, sin esperanza fundada en un futuro mejor para las mayorías, contenidas a la fuerza por un gobierno dictatorial. En vez de la República de todos los ciudadanos, algo así como una miniatura de la Rusia zarista en el trópico. Fue nuestra segunda gran derrota republicana.


Ese fue el régimen que la Revolución del 44 pretendió reformar. Empezando con una Constitución moderna, creó el IGSS y un sistema moderno de Banca Central, al tiempo que sacralizaba la libertad de expresión. La búsqueda de una ruta de escape a la pobreza generalizada creyó encontrarla Arbenz en la Reforma Agraria, como, por cierto, hacía de manera similar Douglas MacArthur en el Japón, Corea de Sur y Taiwán. La diferencia era que MacArthur propiciaba una reforma agraria capitalista, creando pequeños propietarios, al estilo de Lincoln; mientras Arbenz, encandilado quizá con el rol de la Unión Soviética en la segunda guerra mundial, ensayaba una mezcla del “koljoz” ruso, con el no muy exitoso “ejido revolucionario” de Lázaro Cárdenas en México. Sea como fuere, la United Fruit Company, “la UFCO”, no quería reforma agraria de ningún tipo aquí y conspiró contra las aspiraciones políticas de MacArthur en los EEUU. Al ganar la presidencia Dwight D. Eisenhower, colocó a sus dirigentes en tres puestos clave de ese gobierno, que le permitieron propiciar el derrocamiento de Arbenz, a través de una “operación encubierta” de la CIA, con el entusiasta apoyo de los conservadores chapines que veían en Arbenz a un gobierno “comunista”. Y echaron, otra vez, el reloj para atrás. Basta contrastar la evolución de Corea del Sur y Taiwán con la guatemalteca, para sopesar las consecuencias de aquellas ominosas determinaciones. Fue en ese contexto que surgieron aquí quienes pensaron que no quedaba otro camino para la mayoría desposeída que una ruta de violencia revolucionaria, basada en el marxismo-leninismo, y se alzaron en armas contra el Estado. Vinieron aquellos años en los que la mayoría de los guatemaltecos quedaron atrapados “entre dos fuegos”, amenazados por dos bandos con los que pocos se querían identificar. Hasta que la Historia nos alcanzó: la mayoría se dio cuenta de que había remedios que resultaban peores que la enfermedad que pretendían curar. Con el telón de fondo de la Perestroika y el Glasnost, el muro de Berlín se derrumbó. La Unión Soviética se auto-disolvió y en Guatemala, la paz, “firme y duradera”, se firmó. Con la Constitución de 1986 y el país sin “guerra interna” desde 1996, la promesa de la verdadera democracia y de un capitalismo moderno e inclusivo se nos presentó. Pero la mariposa de nuestra democracia ha sufrido una “metamorfosis inversa” y es hoy un espantoso gusano. Uno en el que el sistema impide la auténtica discusión política y de facto, la voluntad de la mayoría. Uno en el que gobierna una mafia de descarados ladrones del erario, con el cuento de que “son ellos...o el comunismo”. Uno en el que diputados que realmente no nos representan, escogen a los jueces que condonan a los funcionarios que nos esquilman, quienes, con sus dineros malhabidos, ¡son quienes “ponen” a los diputados! Uno que ahora pretende, eliminando candidatos con güizachadas, impedir la auténtica competencia electoral...


Así que atento, ciudadano. “Sandra y Zury son lo mismo”. Y quizá nos toque de nuevo llenar las plazas “para que ruja el león”. No vaya a ser que por indiferentes, en las elecciones del 2023, nos toque sufrir otra gran derrota republicana...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 19 de Abril de 2022"

 
 
 

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