“El gobierno del Estado de Guatemala no podrá enajenar por cualquier medio, incluyendo la aportación, la venta, la concesión temporal, la renta indefinida o a término o por cualesquiera otros medios que impliquen la cesión de derechos soberanos sobre activos republicanos, materiales o inmateriales, tales como los derechos sobre terrenos del Estado, sobre el subsuelo, sobre sus costas, sobre su espectro electromagnético, sobre sus aguas territoriales o sobre cualquier otro activo republicano que así sea calificado por el Congreso de la República, si dicha enajenación no se materializa con la simultánea cesión, titulada conforme a los mecanismos establecidos en esta misma Ley, del cuarentinueve porciento (49%) de tales activos, directamente, a todos los ciudadanos adultos de la República que así lo soliciten, durante los tres años siguientes al acto de enajenación.” – Parte medular de una futura Ley de Dotación Patrimonial Ciudadana, que convertiría a Guatemala en una sociedad capitalista incluyente y participativa, promoviendo el ascenso socio-económico de sus mayorías desposeídas.
Mucha gente en Guatemala piensa que “la gente de pisto” tradicional puede aquí trazar el origen de su fortuna familiar a los épicos sucesos que precedieron a la Colonización Española. Tal concepción es sólo marginalmente aproximada a la verdad y explicable en razón de la difundida ignorancia que caracteriza a un país que deliberadamente ha excluido la asignatura de Historia Patria de sus programas de estudio escolar. Los conquistadores españoles originales, junto a muchos de los indígenas hispanizados que hicieron posible la llamada Conquista, pronto fueron suplantados en su liderazgo económico de los nuevos territorios por recién llegados de la Península que poco tuvieron que ver con las acciones militares de principios del siglo XVI y mucho más con su cercanía a las redes burocráticas del Imperio (razón fundamental del lamento criollo en la “Recordación Florida” de Fuentes y Guzmán, en el siglo XVII). Hacia el final de la Colonia, la élite dirigente de la economía local, tras aprovechar hábilmente los prejuicios raciales de sus familias políticas locales (que buscaban “blanquearse más” con “sangre fresca”), estaba constituida mayoritariamente por redes de emigrados recientes de la periferia peninsular (ya no castellanos y andaluces, sino vascos, navarros, asturianos y uno que otro catalán) que lograron insertarse con éxito al centro del intercambio comercial transoceánico del Reino. Para esa élite económica de finales del período colonial, la clave de sus fortunas radicaba más en el control de los excluyentes canales de comercialización y en el más abiertamente feudaloide trabajo forzado de poblaciones vinculadas a sus plantaciones, que en la posesión misma de la tierra, que era relativamente abundante. Pero aún esta oligarquía de las postrimerías del período colonial, que -por cierto- conspiró astutamente para hacer una Independencia anti-republicana, dejó de ser relevante como conductora de la orquesta económica nacional, tras el aparatoso derrumbe del mercado internacional del añil.
Aquí sí ya vamos llegando al auténtico -y relativamente reciente- origen de las legendarias fortunas familiares de la tradicional “gente de pisto” de Guatemala: mestizos allegados al nuevo poder político (como los Pivaral en tiempos de Carrera y los Herrera, los Samayoa y los Sánchez, en tiempos de “los liberales de 1871”) supieron traducir esa cercanía al poder en la adquisición privada de grandes latifundios -adjudicándose “terrenos baldíos”- o en concesiones comerciales -anteriormente “estancos”- virtualmente monopólicas; luego convirtieron tales activos en la matriz fundacional del gran capital guatemalteco y después “ganaron honorabilidad y abolengo” casándose con las hijas de los antiguos aristócratas venidos a menos. Con argumentos similares a los empleados por los latifundistas sureños que querían extender su sistema esclavista al Oeste de los EEUU -hasta que Abraham Lincoln frustró sus planes a partir de 1862- la creación del régimen de propiedad privada se pervirtió en Guatemala, dando por resultado la consolidación de un Capitalismo de Plantación, que tras varias permutaciones modernizantes, nos ha llevado a la tercamente desigual sociedad guatemalteca de hoy. En otras palabras, el entonces naciente Estado de Guatemala, por mecanismos engañosamente legales, torpemente dotó patrimonialmente a un pequeño grupo de afortunados allegados al poder político de activos republicanos que podrían haber sido mejor utilizados en crear una república de muchos pequeños propietarios, cosa que nunca fue. El asunto viene a cuento porque muchos amigos conservadores parecieran objetar que “el Estado ande distribuyendo riqueza a grandes grupos”, pero no parecieran objetar el que lo haya hecho a pequeños grupos, con apellidos hoy “de postín”. En todas las naciones siempre han habido -en momentos cruciales de su historia- dotaciones patrimoniales fundacionales, que cuando alcanzan a la gran mayoría de ciudadanos se traducen en fenómenos económicos “milagrosos”, de “despegue”; pero que cuando ocurren como ocurrió en Guatemala, conducen a las inestables sociedades “extractivas y excluyentes” que Acemoglu y Robinson describen en su afamada relación de “Por qué fracasan las naciones”...
Abraham Lincoln fue un leñador autodidacta que estudió “el primer milagro económico del mundo” a través de la lectura de la “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” del famoso historiador Edward Gibbon (1737-1794). El abogado y legislador de Illinois luego aplicó sus conclusiones sobre los beneficios de crear una amplia masa de pequeños propietarios a la promulgación de los “Homestead Acts” y pagó con su vida -murió asesinado en 1865- su audacia. Tras sangrienta guerra civil, los EEUU dotaron patrimonialmente con tierra en propiedad privada a su población desposeída, lo cual precedió a su explosiva industrialización subsecuente. Las fórmulas de Lincoln fueron, años más tarde -después de su victoria en la Segunda Guerra Mundial- replicadas por Douglas MacArthur en Japón, Corea del Sur y Taiwán, con resultados socioeconómicos que aún hoy asombran al mundo. Algo similar pasó en los países europeos que estuvieron del lado ganador en las últimas guerras mundiales, pues dichos países efectivamente desmantelaron sus resabios feudales a partir de las revoluciones de 1848 en ese Continente. Tristemente, no ha sido ese el caso en América Latina. En Guatemala, la oportunidad de hacer una República incluyente -cuando la tierra sin dueño era aún relativamente abundante- se desaprovechó en 1821, en 1871 y nuevamente -con la “colaboración” de la UFCO y la CIA- en 1954. Lograr hoy una amplia dotación patrimonial por la vía del reparto agrario ya resulta aritméticamente imposible, técnicamente regresivo y políticamente inviable. No obstante, hoy una dotación patrimonial -que aquí sería todavía tardíamente fundacional- aún puede lograrse por vías distintas a la del reparto agrario. Es fácil visualizarlo con sólo imaginar el tipo de sociedad que hoy seríamos si cuando se privatizó GUATEL, el INDE y EEGSA y la carretera Palín-Escuintla, hubiese existido una ley como la consignada en el acápite. Un grueso número de ciudadanos sería “accionista” de las telefónicas, de la mencionada “carretera de peaje” y de la producción y distribución de electricidad. Aún aquellos que hubiesen decidido vender sus acciones habrían recibido un estímulo económico directo -con efectos multiplicadores a través de la “demanda agregada”- y en el proceso de vender sus acciones le habrían dado vida a un hoy aún inexistente mercado local de capitales (nó sólo de dinero). Si las concesiones para explotar minas o el petróleo de nuestro subsuelo se hubiesen sometido a ese mismo régimen, la discusión pública acerca de dichos temas sería hoy más racional, centrada en cómo mitigar sus inevitables riesgos y en asegurar una adecuada tributación al Estado, más que en las emocionales diatribas que hoy se registran y que están realmente motivadas por la difundida percepción de que los beneficios de tal riqueza de la República están injustamente concentrados en pequeños grupos, marginando a las mayorías de un común “Proyecto de Nación”...
La opinión pública -voluble y amorfa- es cada vez más hostil a grandes proyectos a los que no les ve suficiente “derrame”, no obstante. Por eso los proyectos de ANADIE, por ejemplo, no parecen interesarle, literalmente, a nadie; porque parecieran ser la misma vieja fórmula en la que activos de la nación se utilizarán para enriquecer sólo a pequeños grupos. Pero una expresión de “liberalismo quirúrgico” como la que implica el proyecto de Ley consignado en el acápite no será llevada a cabo por la actual dirigencia nacional, demasiado ocupada en su propia contribución a la consolidación de la estructura social bipolar de Guatemala. La generalizada corrupción de la actual cleptocracia, es en alguna medida un proceso similar a la “dotación patrimonial selectiva” del siglo XIX, conducente quizá a una élite futura más amplia y diversificada, pero esencialmente similar a la que ya tenemos. Los hijos y nietos de los corruptos actuales confiarán en no ser recordados por los latrocinios de sus padres y abuelos, pues tras estudiar -como ha sucedido antes- en prestigiosas universidades extranjeras y relacionarse socialmente con los hijos “del capital tradicional”, tratarán de hacer realidad el dicho de sus mayores de que “la vergüenza pasa, pero el pisto queda en casa”... Así que si queremos parecernos más a Francia, a Japón o a los EEUU, tendremos que salir antes del régimen actual...
Sepa usted, amable lector, que lo propuesto no es imposible; que conduce a una sociedad de amplia clase media, de pequeños propietarios. Sobre todo en un contexto en el que el país estuviera concurrentemente dinamizado con la ejecución simultánea de un gran proyecto nacional como el del Corredor Interoceánico y en una “limpia” de la cosa pública como la que ha sido abortada tras la expulsión de la CICIG. Un mejor futuro, un futuro promisorio, es posible, si la estructura informal de liderazgo de la Nación se lo propone. Si toma en sus manos su propio destino; si se rehúsa a seguir “agachando la cabeza”... Sí, ciudadano; ya sé que le dirán que eso no es realista, que estamos históricamente condenados a ser gobernados por la Zury o por alguien similar y que sólo se hará en Guatemala lo que la cleptocracia permita. Que además este rollo de la “dotación patrimonial ciudadana” es “demasiado complicado”; algo que nuestro pueblo “sencillo e ignorante” no comprenderá. Que “no se haga bolas” y se suba al carro de los que son nuestra “defensa contra el comunismo”. Pero yo le cuento que en los albores del liberalismo Voltaire dijo que “la idea es un meteoro” y a juzgar por el éxito de las -entonces proscritas- ideas liberales y republicanas en el mundo de hoy, parece que acertó. Ojo: está articulándose políticamente un amplio movimiento ciudadano de Resistencia en Guatemala, que incluye este ataque radical a la raíz de nuestra desigualdad, como segundo punto de un programa político mínimo de cinco. Robert Kennedy solía parafrasear a George Bernard Shaw al respecto de esas cínicas opiniones agudamente escépticas y “realistas”; la reflexión que él hacía hoy nos viene como anillo al dedo: “...algunos ven las cosas como son y se preguntan ‘¿por qué?’; yo sueño con cosas que nunca fueron y me pregunto ‘¡¿por qué nó?!’”...
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 2 de Noviembre de 2021"
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