“¡Viva la Pepa!” era el grito con el que los liberales españoles manifestaban su adhesión a la “josefina” Constitución de 1,812, proclamada en Cádiz un 19 de marzo, día de San José. Esta Constitución, a cuya gestación Guatemala envió activos diputados, hacía del gobierno peninsular una Monarquía Parlamentaria, similar a la inglesa, en la que el Rey quedaba limitado por el Contrato Social. No obstante, ese grito liberal vino a significar para los conservadores el peligroso deseo del pueblo por una “vida sin autoridad”: “vos querés vivir de ‘viva la Pepa’, sin reglas, sin trabajar, sin gobierno”, decían; aunque en realidad, aquellos supuestos ‘haraganes’ lo único que querían era vivir en democracia y libertad…
La consumación de la Independencia de México y Guatemala se deben, en buena medida, a una reacción conservadora. En efecto, las mentes ilustradas en la Península y en la América Española habían venido orquestando cuidadosamente una finalmente frustrada transición pacífica del absolutismo monárquico al gobierno constitucional, tras constatar lo infructuoso del intento por hacer realidad un “despotismo ilustrado” en España. Carlos IV era un rey torpe y sin carácter, cuya promiscua esposa, sometida al chantaje de ver publicadas sus “cartas íntimas”, había elevado al papel de “poder detrás del Trono” a su anterior guardaespaldas, “profesor de guitarra” y ocasional amante, Manuel de Godoy. El imperio español se rezagaba visiblemente en todos los órdenes por la ineptitud y la corrupción de sus autoridades, sumido en un inmovilismo socioeconómico que contrastaba con el dinamismo de sus rivales, en el umbral de la primera industrialización. Tampoco había esperanza de mejoría con el futuro Fernando VII, eterno adolescente cuyas ansias de poder ya lo habían hecho conspirar, para darles golpe de Estado a sus propios padres, con el mismísimo Godoy. Por eso, cuando con el contubernio del mentado Godoy, Napoleón invadió España en 1,808 y secuestró al viejo Rey y a su hijo traidor (quienes rápida y cobardemente abdicaron, ambos, a favor del corso), los patriotas españoles, peninsulares y de ultramar, no sólo se alzaron en armas contra el invasor francés, sino que se organizaron para darle a los españoles de una vez, una auténtica Constitución. Como ilustran los cuadros de Goya, a costa de gran sufrimiento del pueblo español, se expulsó violentamente al invasor francés y con el concurso de los diputados hispano-americanos (como el guatemalteco Larrazábal), en 1,812 se le dio a España, incluyendo a “la España de Ultramar”, un gobierno constitucional, moderno y decente, con el que españoles peninsulares y americanos podrían tener esperanza de progresar. Pero cuando en 1,814 volvió Fernando VII, “el deseado”, de inmediato traicionó a su heroico pueblo, derogó la Constitución recién promulgada e impuso de nuevo el absolutismo monárquico…
Aquellos acontecimientos, como es natural, produjeron desde 1,808 efervescencias en toda la América Española, donde desconociendo al afrancesado gobierno usurpador, se organizaron Juntas Provisionales de Gobierno para asistir a las espontáneas Juntas Patrióticas de la Península en sus luchas contra Napoleón. En México, sin embargo, en 1,810, las cosas tomaron un giro más radical: el cura Miguel Hidalgo y Costilla, tras “el grito de Dolores”, se puso a la cabeza de un movimiento de masas que pronto empezó a cortar cabezas de los “gachupines”, a pedir un gobierno independiente al servicio del pueblo hispano-americano y a amenazar “con piedras, sogas y palos” la estructura misma del aparato socioeconómico. Los criollos de esta parte del continente se sintieron inmediatamente amenazados con el espectro de una “guerra de castas” y aplaudieron la creación de un ejército defensor del imperio que detuvo a las huestes del cura Hidalgo en las afueras de la ciudad de México y el que a fin de cuentas, lo ejecutó en Chihuahua en 1,811. El Presidente de la Audiencia de Guatemala, Capitán General “de capa y espada”, fue llamado a México para asistir en ese esfuerzo, pero fue detenido en Oaxaca por José María Morelos, quien ahí mismo lo fusiló, en 1,812, erizando el espinazo de conservadores guatemaltecos y mexicanos por igual. Aterrorizados, los criollos mexicanos y guatemaltecos endurecieron su resistencia y provocaron un prolongado empate militar con los insurgentes, mayoritariamente pobres y mestizos, que se extendió hasta 1,820; encabezada la defensa del régimen, por Agustín de Iturbide. Mientras tanto, en la Península, el gobierno absolutista organizó un gran ejército, que al mando de Rafael Riego, vendría a la América Española “a poner orden”. El asturiano Riego, no obstante, en vez de zarpar hacia América, con ese mismo ejército ¡dio golpe! al Estado Absolutista en la Península, poniendo de nuevo en vigor la Constitución de 1,812. Al enterarse de esta noticia, los conservadores mexicanos decidieron que preferían separarse de España al amparo “de las tres garantías” (catolicismo obligado, protección a los criollos y sus haberes e independencia del gobierno peninsular), que seguir en un imperio de “viva la Pepa”. Pactaron, entonces, con sus antiguos rivales, los insurgentes, liderados en ese momento por Vicente Guerrero… y así terminó la Guerra de Independencia en México, con un “emperador”. En Guatemala, la familia Aycinena, tras profusa correspondencia clandestina con Iturbide, decidió conspirar a favor de esa misma Independencia “trigarante”, antes de que de manera más radical, esa independencia “la proclamara, de hecho, el mismo pueblo”. Aycinena y los conservadores convencieron al dubitativo Capitán General Gaínza de encabezar ese contradictorio giro político y en cuanto se dio la oportunidad, propiciaron nuestra anexión al “trigarante” Imperio Mexicano. Fue así que los conservadores, de hecho, propiciaron la consumación de la Independencia, tanto en México como en Guatemala, en Septiembre de 1,821…
Iturbide, no obstante, resultó un fiasco absolutista y pronto los liberales propiciaron el retorno a los auténticos valores republicanos, destronándolo en 1,823. Vicente Filísola, enviado por Iturbide “a pacificar al Reyno de Guatemala”, tras la “invitación” hecha por los Aycinena y demás conservadores, quedó de pronto atrapado en un evidente vacío de poder. Se retiró del territorio istmeño, no sin antes “presionar” a Chiapas para anexarse a México en vez de integrarse a la Federación Centroamericana. Esto dejó temporalmente en el mayor de los descréditos a los conservadores guatemaltecos, patrocinadores aquí del fiasco iturbidista, que resultó en importante pérdida de territorio para Guatemala. No les duraría mucho la vergüenza de haber empequeñecido con su intransigencia y sus temores a su joven Nación, sin embargo. Pronto, esos mismos conservadores encenderían el fuego de la rebelión contra la República Federal de Morazán y Gálvez, entre otras cosas, “por su forma de buscar justicia”, empequeñeciéndonos aún más. Y ese mismo pensamiento conservador de mil temores ha subsistido por dos siglos en Guatemala, oponiéndose instintivamente a todo cambio; como lo ilustra la reciente y airada expulsión de la CICIG de Guatemala, “por su forma de buscar justicia”…
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriodico el 17 de septiembre 2019"
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