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Foto del escritorCiudadano Toriello

Entre la espada y la pared

“Historia de una piba y un pibe ” – Título de un video con el que me topé hace unos días en la internet (https://www.youtube.com/watch?v=GsbCNRbjmZM) y que, para mi sorpresa, me tocó el corazón. Relata la historia de un niño de nueve años que en 1946 salió de Ushuaia, “de allá donde el diablo perdió el poncho”, al sur de la Patagonia, en busca de un Presidente que según había oído decir, ayudaba a los pobres. Le pediría trabajo, pensó, para ayudar a su madre, soltera y abandonada con siete hijos. En La Plata, cerca de Buenos Aires, agazapado entre la multitud, el intrépido imberbe saltó frente al descapotable que encabezaba la caravana donde viajaba el Presidente Perón y subiéndose al pescante que entonces tenían los carros a los lados, gritó: “¿hay trabajo?”. Entonces, Evita, anticipándose a la reacción de su marido, atinó a decir: “Por fin alguien que pide trabajo y nó limosna... ¡por supuesto que hay trabajo, mi amor! Siempre hay trabajo”... y lo abrazó. La anécdota está ligada a Guatemala porque en esos entonces nos gobernaba Juan José Arévalo, quien llegó precisamente de Argentina, donde practicaba la docencia, a encabezar el primer gobierno constitucional de la Revolución del 44 y su esposa, “la ché” Elisa Martínez, tenía a su cargo las “obras sociales de la Primera Dama”, centradas en la atención a los niños sin hogar. Tradición que continuaría en la siguiente administración la esposa de Jacobo Arbenz, María Cristina Vilanova, abierta admiradora de la Rubia del Sur. La piba de la historia es por supuesto, Eva Duarte, conocida de niña como “la Chola”, ella misma la menor de los cinco hijos que tuvo su madre, también abandonada por su padre, un finquero fufurufo e irresponsable. Evita, inspiradora de los discursos de Perón, en 1946 estaba en la flor de la vida, era un personaje de novela, amada sin reservas por “los descamisados”, secreto objeto del deseo de miles de hombres que la veían, linda, en las noticias, odiada por “las viejas decentes” y el mejor anuncio de Christian Dior. El pibe, gracias al apoyo que Evita le dio a su familia cuando estaban en el fondo de las desgracias, con los años, resultó siendo el gran trovador de este Continente de la desigualdad, Facundo Cabral. Trágicamente ligado a Guatemala, murió aquí a balazos, sin merecerlo, camino al aeropuerto La Aurora, tras venir a regalarnos un concierto, una fatídica madrugada del año 2011. Esa piba y ese pibe, pues, se convirtieron en leyendas de la compasión, de esas que calientan el corazón. Algunos peronistas, sin embargo, ya en el poder, quizá de tanto andar en el negocio de calentar corazones, se quemaron el seso. Con su corrupción y sus abusos, más de una vez han esquilmado a la gallina de los huevos de oro de la economía argentina y por eso la tierra de la Plata, como tantas otras naciones latinoamericanas, aún se debate entre las crisis que ocasionan los que dicen que van a salvarnos repartiendo lo ajeno o los que se niegan a permitir que las cosas cambien...


He mencionado varias veces en esta columna que no tienen razón los conservadores al decir que la desigualdad no importa, que lo importante es sólo reducir la pobreza. Decía Milton Friedman, cuando abogó por su “impuesto sobre la renta negativo” (precursor del concepto actual del “ingreso básico universal”) que una de las razones para apoyar esa propuesta suya era, precisamente, “eliminar la fuente principal de las percepciones de injusticia en la sociedad”. Porque sentirse injustamente tratado anima los sentimientos sediciosos tanto o más que el hambre misma (si nó, que lo digan los chilenos, quienes pese a sus grandes avances socio-económicos, aún no encuentran la plena paz interna; dicen algunos, porque persiste una gran desigualdad social). Por eso, todas las naciones auténticamente prósperas -sin pretender un igualitarismo ingenuo e imposible- son fundamentalmente menos desiguales que las atrasadas. De hecho, cuando la desigualdad aumenta en ellas, como ha ocurrido en los EEUU en las últimas décadas, el sistema político se resiente y empieza a experimentar presiones, desencuentros y hasta disturbios. Y nó, no es una “conspiración comunista”. Es la naturaleza humana...


El desarrollo del capitalismo ha sido más rápido, exitoso y profundo, mientras menos desigual es la sociedad que lo experimenta. Por eso ha surgido vigorosamente en distintas épocas y latitudes, cuando por accidente histórico o por acción deliberada de sus gobernantes, la sociedad parte de algo que puede concebirse como una dotación patrimonial fundacional. En la Roma imperial, la creación de una inmensa clase media consumidora, al dotar a los soldados victoriosos con pequeñas propiedades en las tierras conquistadas, en el marco jurídico de la pax romana, dio lugar al primer milagro económico mundial, en los albores de nuestra era. A la caída del imperio romano, en medio de la anarquía y la anomia, hubo una profunda regresión hacia el dominio del más fuerte, lo que resultó en la rígida sociedad estamental del feudalismo. Fue hasta el siglo XIV, cuando una combinación de factores como la mortandad de las guerras (sobretodo, “la de los cien años”), el deterioro climático que arrasó con la productividad de las cosechas, creando hambrunas y la gran mortandad de la “peste negra” y de la “peste bubónica”, tras una horrenda crisis terminal, detuvo aquel profundo deterioro social. Pues paradójicamente, la gran mortandad, que redujo la población en casi toda Europa a la mitad y en algunas regiones hasta a un tercio de su anterior pico, por contracción de la oferta, revalorizó a la mano de obra. Surgió un nuevo tipo de pequeño consumidor y comerciantes no sometidos ni a Rey ni a Iglesia, que atendían sus necesidades. A ello siguió un aumento generalizado del ingreso per cápita, un concomitante cuestionamiento de las estructuras de poder civiles y religiosas y la explosión intelectual del Renacimiento. Rodaron las cabezas de algunos reyes (Carlos I, de Inglaterra, en 1649; y Luis XVI, de Francia, en 1793) y entre revoluciones y reformas, la concentración de poder y riquezas disminuyó. En la América Septentrional, el éxito de la colonización de un continente casi vacío por peregrinos igualitarios en el Norte, terminó enfrentando militarmente con éxito al modelo esclavista impuesto en el Sur; y la desigualdad social se mitigó aún más con los “Homestead Acts” que inició Abraham Lincoln, dotando de tierras a los desposeídos y creando así, a la más numerosa clase media de la Historia. Esa sociedad de pequeños granjeros norteamericanos, en una generación, convirtió a su Patria en la primera potencia industrial y posteriormente, militar, del mundo de hoy. Tras la Segunda Guerra Mundial, el general MacArthur llevó ese modelo al Japón vencido (consolidando un proceso ya iniciado allí con la “restauración Meiji”), a Corea y a Taiwán, mediante reformas agrarias capitalistas. La evidencia histórica revela que todas las economías capitalistas prósperas, pues, se iniciaron con algún tipo de dotación patrimonial fundacional...


Guatemala, como todas las naciones surgidas de la antigua América Española, ha tenido que lidiar con la terrible herencia de su pasado colonial. La deliberada creación de “las dos Repúblicas”, una “india” y la otra “española”, le imprimió fuertes rasgos feudales a nuestra sociedad. Al independizarnos, el pensamiento conservador -en ese momento alentado por la reacción absolutista que lideraba Metternich en Europa- conspiró para impedir la construcción de una verdadera “República de todos los ciudadanos” ¡cuándo la tierra era aún relativamente abundante! Y violentamente, para proteger el monopolio del comercio exterior de un puñado de familias, nos aherrojó a “la noche de los treinta años”. Cuando Benito Juárez fusiló en Querétaro al “emperador” Maximiliano, símbolo de la autocracia que inspiraba a los conservadores de la región, Guatemala ya no pudo quedar inmune a los vientos renovadores de la “Reforma Liberal”. Pero el pensamiento conservador guatemalteco siempre ha sido muy astuto: penetró a los círculos liberales de poder y evitó de nuevo la creación de la República de todos los ciudadanos, imponiendo en vez de aquello, el Capitalismo de Plantación. En 1954, con el patrocinio de los rivales de MacArthur en la Casa Blanca (fundamentalmente, los hermanos Dulles), en vez de contribuir a re-encauzar al proceso por los derroteros de la democracia republicana, el pensamiento conservador logró hacer abortar al movimiento renovador iniciado en 1944. Desde entonces, en mayor o menor grado, los guatemaltecos viven forzados a observar los forcejeos entre quienes quieren a la fuerza repartir lo ajeno y quienes quieren que nada cambie; es decir, nos vemos con harta frecuencia, entre la espada y la pared...


Toca a esta generación encontrar las fórmulas pacíficas y legales para navegar exitosamente entre estos dos extremos. Nos toca hacer realidad aquí la fórmula del éxito del mundo desarrollado: un capitalismo decente, incluyente y democrático, del que la mayoría sea y se sienta parte. Y hay que hacerlo en un tiempo y en unas circunstancias en las que el Reparto Agrario ya es aritméticamente imposible, técnicamente regresivo y políticamente inviable. Por eso debemos afilar el lápiz, buscar los equilibrios republicanos y combatir la corrupción. Por eso sigo diciendo: NÓ AL GOLPE. Respeten a la más alta Corte. Respeten la Constitución...


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 18 de Agosto de 2020"


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