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Foto del escritorCiudadano Toriello

En un punto de inflexión

“No todo lo que se enfrente puede ser reformado; pero nada se reformará sino hasta que se enfrente.” – James A. Baldwin (1924-1987), escritor y activista afroamericano del siglo pasado.

 

            Con el estilo no-confrontacional que hasta ahora lo ha caracterizado, el gobierno de Bernardo Arévalo ha obtenido en los últimos días varias victorias políticas tan inesperadas como sorprendentes.  Entre las más visibles, la ratificación de una ampliación presupuestaria para lo que queda del primer período de gobierno de más de 14 mil millones de quetzales, a la que el régimen, encabezado por el pacto de corruptos (pdc), se opuso tenazmente. Pese a los ya usuales “amparos”,  por cualquier tecnicismo, en contra de cualquier iniciativa del Ejecutivo, que en este caso también -casi automáticamente- se esgrimió por el pdc, el gobierno de Arévalo logró reunir a una mayoría parlamentaria desconcertante para aprobarla “en segunda vuelta”, remontando la predecible adhesión y respaldo de la Korte de Konstitucionalidad (la KK) al designio paralizante de los golpistas.  La aprobación parlamentaria, además, está sirviendo de antesala a la presentación, discusión y ahora muy probable aprobación del Presupuesto General de Ingresos y Egresos de la Nación para el 2025, ¡por casi 150 mil millones de quetzales!  Este acontecimiento rebasa al obvio empoderamiento del ejecutivo frente al régimen que aún medio-gobierna “tras bambalinas” y que se deriva de aquel sabio refrán que dice que “poderoso caballero es don Dinero”.  Se trata nada menos que del rompimiento de uno de los más sagrados dogmas del régimen, casi el que en última instancia ha justificado en el pasado la tolerancia de los rufianes de turno a cargo del gobierno nacional, y que tiene que ver con la observancia de una obsesiva disciplina fiscal, que demoniza a cualquier déficit presupuestario gubernamental y que preconiza la supuestamente inherente “maldad” de un abultado gasto público -más allá de lo que requiera “la compensación” de los rufianes de turno. Esta férrea disciplina fiscal (una excepción singular en el mundo de las naciones en desarrollo), le ha dado a Guatemala una envidiable estabilidad macro-económica (expresada en el casi inmutable tipo de cambio del quetzal, el bajo endeudamiento general de la República y su concomitante baja presión tributaria).  Pero al mismo tiempo, esa enfermiza estabilidad se ha logrado al costo de no haber logrado, tras más de 200 años de vida independiente, construir una república en la que la mayoría de los ciudadanos tenga acceso a niveles de salud, educación, movilidad cotidiana y seguridad, medianamente aceptables, los que son considerados básicos en cualquier sociedad que se precie de civilizada.  Tenemos una moneda estable y una “macroeconomía” tranquilizadora, es cierto; pero también algunos de los peores índices del continente -y del mundo- en nutrición infantil, escolaridad, salud pública, acceso al transporte cotidiano y seguridad...


            En 1944, la Junta Revolucionaria de Gobierno “estrenó” el Palacio Nacional que con tanto esmero Jorge Ubico había preparado para gobernar “en el otoño de su vida”, en un entorno palaciego “digno de su abnegada entrega a la Patria”.  Pero fue el gobierno del primer Arévalo (Juan José) el que realmente cosechó, durante un sexenio completo, uno de los más emblemáticos frutos de los 14 años de austeridad y disciplina fiscal de Ubico: el monumental Guacamolón.  De entonces para acá, Guatemala pasó de menos de 4 millones de habitantes a poray de 18 y su capacidad productiva se multiplicó en varios órdenes de magnitud. Pareciera que ahora el gobierno del segundo Arévalo (Bernardo) -¡oh paradoja!- está también destinado a cosechar años de austeridad y disciplina fiscal del régimen conservador que ha gobernado a Guatemala el 90% del tiempo durante los últimos dos siglos.  Arévalo, con el apoyo de su torpemente ninguniado Ministro de Finanzas, Johnatan Menkos, puede aprovechar la ahora amplia capacidad de endeudamiento del país y su relativamente alta calificación crediticia, para financiar una expansiva humanización del aparato socio-económico guatemalteco, cambiando de tajo y de manera irreversible una actitud cultural que nos ha dado estabilidad a cambio de permanecer anclados, sin cambios de fondo, a nuestra pesada herencia colonial.  Conforme esto ocurra, la popularidad de la Administración Arévalo, aún no plenamente aquilatada, inevitable y naturalmente, volverá a subir. Por eso, esta victoria es más ominosa para el pdc de lo que a simple vista parece.  Sin recurrir a las coimas habituales, aunque sí a las negociaciones de “reparto geográfico y social del pastel”, que son comunes en todas las democracias funcionales, estas decisiones parlamentarias han cruzado un umbral del que será muy difícil volver atrás.  El régimen -por aquello de que el león juzga por su propia condición- ha acusado y seguirá acusando al Ejecutivo de “recurrir a las mismas prácticas de compra de votos” a las que el pdc recurrió en el pasado;  pero algo más trascendental ha pasado.  Los diputados -frutos de un sistema oprobioso, no reformado aún, es cierto- están demostrando, no obstante, que “no todo está podrido en Dinamarca” y que los tiempos están cambiando; que las presiones democráticas encontrarán expresiones de las que no pueden escapar y a las que se tienen que adaptar.  Un ejemplo de ello es que casi coincidiendo con esta ampliación presupuestaria, el Congreso ha puesto en vigor una nueva Ley -otra muestra de irreverencia al régimen- para regular a los emisores de tarjetas de crédito, que incluye -¡Mama mía!- límites a la variabilidad de las tasas de interés.  Y lo mejor de todo lo anterior, es que estos cambios casi invisibles al gran público pero fundamentales, están ocurriendo  bajo la Presidencia de un gobierno que actúa en todo, como un gobierno moderado...


            Pero hay otra victoria política no menos importante.  El Presidente de la República, contra todo vaticinio del golpismo frustrado, ha sabido manejarse hábilmente en relación a uno de los factores de poder históricamente más relevantes de Guatemala: el Ejército.  Su reciente proclamación de una nueva orientación en la doctrina institucional del brazo armado del Estado, consumada tras una previa renovación de sus estructuras jerárquicas, consolida su posición como Comandante General de nuestras fuerzas armadas y previene las indebidas injerencias que en otros tiempos derivaron de una estructura informal de liderazgo que con frecuencia rebasaba a las autoridades formales de la institución.  Es un fortalecimiento crucial frente a la eventualidad de un cambio político indeseado allá en el Norte, en la nueva Roma.  Al mismo tiempo, implica un mensaje que no dejará de preocupar a algunos de nuestros alborotadores tropicales, corifeos y sicofantes del pdc, tan acostumbrados a “advertir” a la ciudadanía del “malestar” que se incuba en el estamento castrense, cada vez que sus intereses -los del pdc- se ven afectados.  Así que ahora el gobierno de Arévalo no sólo tiene más fondos en las chequeras, sino también un mejor control de las pistolas...


            Todo lo anterior nos puede ayudar a explicar la a veces frustrante parsimonia con la que el Ejecutivo ha encarado el abusivo desafío del Ministerio Público y la complicidad del Organismo Judicial (OJ), oponiéndose de facto, al combate a la corrupción.  Aparentemente, no era el 2024 el momento más propicio para “ponerlos en su lugar”.  Las circunstancias políticas en el Norte dan ahora lugar a un modesto optimismo en relación a que el apoyo, supuestamente bipartisano en los EEUU, para “limpiar la cosa pública” al sur del Continente, continúe restándole aliento a nuestras fuerzas regresivas.  Pero las cosas no se veían así hace apenas unos meses y para un Ejecutivo que no se puede dar el lujo de actuar en esa materia sin un éxito contundente, antes había que asegurar las bases de una defensa sólida.  Eso es lo que está siendo consumado en estos momentos, sin perjuicio de que las reformas de fondo -el cambio de “las reglas de juego” con las que elegimos a diputados y ellos a los magistrados- tengan que esperar aún más.  Para que algún día nuestros representantes en el Congreso -reflejando auténticamente las diferentes corrientes de opinión de nuestra sociedad- preparen presupuestos de gobierno en el que realmente se separe lo esencial de lo superfluo, lo necesario de lo banal, y lo correcto de lo corrupto.  Lo que parece anticiparse, sin embargo, es que en el 2025 la correlación de fuerzas del régimen -y en especial su vanguardia, el pdc- frente al Ejecutivo, cambiará a favor del segundo de manera decisiva.  Y eso permitirá al gobierno de Arévalo actuar decisivamente -y con éxito- en el ansiado combate a la corrupción, incluyendo la defenestración de la Comosiama, la depuración de las Cortes y la reversión de la acción judicial, en el sentido de perseguir a los corruptos y no a quienes denuncian y combaten a la corrupción.  Esto se hará posible, en particular, si no gana la carrera a la Casa Blanca, el adalid del pensamiento troglodita; pero mediante el reforzamiento de las chequeras y un mejor control de las pistolas por parte del Ejecutivo, aún en ese ominoso caso. Para cuando el momento llegue, además, ahora se contará con la ventaja de que las estructuras de las mafias que por tanto tiempo nos han mal gobernado, estarán -gracias a su prematuro e insolente envalentonamiento- plenamente identificadas, por lo que podrán ser efectivamente purgadas.


            Mientras tanto, el régimen volverá a los trillados enunciados con los que envenena a “la mayoría de la minoría”.  Dirán que todo lo que huele a gobierno, está podrido.  Que sólo funciona lo que hace “el sector privado” (aunque éste no pueda funcionar,  como se sabe desde tiempos de la Roma clásica, sin la infraestructura física y administrativa que proporciona el Estado).  Que este gobierno despilfarrador es malo, solapadamente “comunista”, inepto, “el peor de la Historia”.  Y ésto será creído por muchos, porque el régimen guatemalteco ha cultivado a lo largo de los años una cultura semi-anarquista. Pero el anarquismo es atractivo hasta que un anarquista envalentonado derriba la puerta de su despensa para llevarse el alimento de sus hijos.  O hasta que el Estado, cumpliendo sus funciones básicas, le devuelva al pueblo servicios que el mercado nunca le dará en materia de salud, educación, transporte cotidiano y seguridad.  Porque el Estado, con todo y sus defectos, es la única fórmula que permite armonizar el máximo de posibilidades individuales, con las restricciones que hacen posible una sana y pacífica convivencia social. Así que ¡ánimo, ciudadano!  La rueda de la Historia no se detiene...

           

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