Apoyado en la caracterización que hizo Juvenal (poeta romano de fines del S.I e inicios del S.II ddC) en su “Sátira VI”, acerca de “esa ave rara, tan inusual como un cisne negro”, el prolífico autor de origen libanés, Nassim Nicholas Taleb, acuñó el concepto moderno (2001) del “evento cisne negro”. Éste se refiere a fenómenos históricamente significativos casi imposibles de predecir, por estar más allá de las expectativas normales en la historia, las ciencias, las finanzas o la tecnología. Son incidentes de probabilidad “no-computable” que se esconden tras el humano prejuicio sicológico que ciega a los observadores a sucesos muy “raros” en el devenir histórico.
Contra todo pronóstico, en los últimos meses hemos vivido en Guatemala tres eventos que en su momento, fueron virtualmente impredecibles: (i) la identificación por parte del electorado de un inesperado candidato presidencial verdaderamente reformista, sin mayores recursos financieros y subestimado por el antiguo régimen, a quien se logró “colar” al balotaje electoral, sorteando mil trampas; (ii) la irrefutable elección democrática de tal candidato “en segunda vuelta”, a pesar del torrente de acciones y desbocados recursos mal habidos del entonces aún poderoso antiguo régimen, para impedirlo; y (iii) la exitosa defensa de la voluntad popular expresada en las urnas, en las calles y en los estrados públicos, pese al despliegue de abundantes obstáculos ilegítimos, pero de apariencia “legal”, utilizado por el antiguo régimen, para burlarla.
Tras una agitada y casi novelesca derrota de las penúltimas acciones para impedir la pacífica transferencia del mando a Bernardo Arévalo ¡en la hora 25! del mismo 14 de enero, y no obstante la evidente algarabía popular, todavía la nefasta e inconsistente magistratura en funciones de la Corte de Constitucionalidad (CC) pretendió detener ilegítimamente la marea democratizadora. Con una deleznable resolución antijurídica, dizque “invalidó legalmente” a la nueva Junta Directiva del Congreso, aunque contradictoriamente -por aquello de quedar bien “con Dios y con el diablo”- no se atrevió a invalidar la toma del Ejecutivo por el Presidente electo, el mismo que fue el candidato del “suspendido” Movimiento Semilla (MS). No le importó a estos mediocres y venales “juristas” que la supuesta “suspensión” del partido ganador de las elecciones se haya sustentado en la espúrea y extemporánea sentencia de un juez menor, que además de no haber oído y visto vencidos en juicio a los sindicados, no tenía jurisdicción (según la Constitución, ésta compete exclusivamente al TSE, que reconoció oficialmente los resultados eleccionarios). Esta última resolución de la “alta Corte”, ambigüa y violatoria de la Constitución que la CC está primariamente obligada a defender, se constituyó de facto en una crisis entre poderes del Estado que a mi juicio ameritaba un “golpe de mano” del Ejecutivo y el Legislativo -refrendado a posteriori por una Consulta Popular- en contra de un Organismo Judicial aún cooptado por los enemigos del auténtico espíritu republicano. No hay que olvidar que el Congreso, reunido en Asamblea, por mayoría, “hace Ley” y que es “la máxima representación de la soberanía popular”. Ni olvidar que la CC ha estado desconociendo la separación de poderes que está obligada a proteger, al nulificar la autoridad, moral y legal, del Tribunal Supremo Electoral -un Organismo independiente del Estado, no supeditado a ningún otro- en materia electoral. Pero aún en ese punto, el bisoño liderazgo político nacional nos dio una nueva lección de habilidad, madurez y prudencia. Aceptando un riesgo que pocos movimientos políticos habrían estado dispuestos a correr, “dio un paso al costado”, mientras construía una nueva -y esperamos no muy efímera- mayoría parlamentaria reformista; una que -en otro inesperado giro histórico- abre un mundo de posibilidades para la época que estamos viendo nacer.
La elección, el 14 de enero, de la primera Junta Directiva del Congreso, presidida por la joven estrella política del MS -el ciudadano Samuel Pérez- se hizo con amplia mayoría (92 votos de 160), pero sin llegar a la “mayoría calificada” (2/3 partes de los 160 diputados, es decir, 107 diputados). La elección de la segunda Junta Directiva, que ha sido una riesgosa concesión a esta infame CC, se hizo -quizá un tanto ingenuamente- en aras de la gobernabilidad pacífica. Sin embargo, presidida ahora por un diputado jutiapaneco de uno de los partidos con menor número de diputados en el Congreso (el partido Azul), un conocido adalid de la reforma policial que fue defenestrado por el antiguo régimen (precisamente por combatir la corrupción), Nery Ramos, se logró con otra inesperada avalancha de ¡115 votos! Con esa nueva mayoría -y mientras dure- todas las reformas se hacen posibles: desde la inobjetable defenestración “legal” de la impopular Fiscal General, hasta una profunda reforma de la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) y pasando por la modificación del Presupuesto 2024; la excarcelación, indeminización y reconocimiento de José Rubén Zamora; y muchas ansiadas reformas más. Con esta “toma” del Organismo Legislativo por el movimiento reformista, además de la consolidación del nuevo Presidente Arévalo en el Organismo Ejecutivo, la “purga” del podrido Organismo Judicial, ya pareciera ser sólo cuestión de tiempo...
Como era de esperarse, esta nueva correlación de fuerzas ha tratado de ser deslegitimada de entrada por los tercos corifeos del antiguo régimen, que no se cansarán de decir que “son lo mismo, con diferente sombrero; apoyados en la usual compra de votos y otras corruptelas”. Por sus propias costumbres y prácticas, se niegan a reconocer, estos gratuitos y automáticos detractores del régimen naciente, el viejo y conocido síndrome de que “muerto el Rey, viva el Rey”. Los diputados, políticos de profesión al fin y al cabo, tienen que percibir los nuevos aires que soplan y reconocer que su supervivencia en el tinglado público, de ahora en adelante, depende de no desatar la ira del soberano, el pueblo de Guatemala y nó del favor de quienes perdieron el poder real. Lo cual tampoco quiere decir que no faltará quien pretenda con ello ganar impunidad aunque nada lo exima de “pagar los elotes que se comió”. Por eso, a quienes acusan al liderazgo del MS -rasgándose las vestiduras- de estar ahora “negociando ¡con los corruptos!” hay que recordarles las palabras de Charles De Gaulle cuando dijo que para aceptar nuevos miembros en la que hoy sabemos fue la heroica Resistencia francesa, “no preguntaba si eran liberales o comunistas, ni si tenían deudas con la sociedad; sino que preguntaba si estaban dispuestos a agarrar un fusil para ir a echar a los nazis del suelo patrio”. Aunque sea cierto también: no se puede desestimar en el desarrollo de los últimos acontecimientos el rol que ha jugado el Tío Sam y sus socios del primer mundo -cansados de que su asistencia para el desarrollo se la roben los gobernantes de turno y de que como consecuencia, las presiones migratorias hacia los EEUU no cedan- al blandir la cancelación de visas, el ostracismo financiero y el acoso judicial más allá de nuestras fronteras a nuestros ensoberbecidos pero cegatones y tercos golpistas fracasados. Ni puede pasar desapercibido el mensaje subliminal que la ceremonia “de los 21 cañonazos” en la Plaza de la Constitución le mandó a los incautos: en el nuevo tablero de ajedrez hay un nuevo -e indiscutido- Comandante en Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la Nación...
La solución definitiva para estas crisis existenciales de la República, sin embargo, pasa por la profunda reforma de un sistema político que nos ha forzado a “elegir” a representantes que no nos representan con fidelidad. Entre otros, esos sacados de listados anónimos a cuyos integrantes pocos conocen, pero que tras haber pagado “por su ficha”, legislan en nuestro nombre. Ese sistema político de “vehículos electorales” sin militantes, sin ideología conocida, sin democracia interna, pero con “dueños” y cuotas de poder. Ese que ha restringido el auténtico debate público con tretas como “la campaña anticipada” y el ya perdido control de los medios de comunicación. Y que nos ha forzado por tantos años a escoger -para la Presidencia de la República- “al menos pior”. Ese sistema podrido que es el que selecciona a los magistrados -como los actuales- que venden la interpretación de la Ley al mejor postor. Ese sistema que antes no podía reformarse porque la mayoría calificada era supuestamente inalcanzable. En dos platos: en la Guatemala de hoy hay un enfrentamiento, como en otras partes de mundo, entre la Democracia y la Autocracia. Entre quienes saben que como dijo Churchill “la democracia es el peor de los sistemas con excepción de todos los demás” y aquellos que no confían en “el gobierno de las mayorías, sin pisotear los derechos inalienables de las minorías”. Entre quienes ya no aceptan la imposición de la minoría (un 15%) sobre la mayoría (un 70%) y aquellos que buscan al hombre “fuerte”, una ortodoxia sin cuestionamientos y un “orden” impuesto a palos...
En el fondo, en Guatemala ha ocurrido una inesperada derrota de la narrativa que desconociendo el cruel origen histórico de nuestro sistema socio-económico, pretende que todo siga igual. Esa mentalidad que ignora que todos los países del primer mundo pasaron por el desmantelamiento de sus estructuras feudales. Por la creación deliberada -mediante la acción política- de una amplia y pujante clase media, que haga del capitalismo moderno e incluyente, una opción económica y políticamente viable. Nuestro sistema socio-político está -impredeciblemente- cambiando frente a nuestras narices. Haciendo posible que tras tres intentos fallidos (1821, 1871 y 1944) en los últimos dos siglos, surja aquí, finalmente, la república de todos los ciudadanos. Esa en la que se hace posible -además- el ansiado capitalismo moderno e incluyente, con una economía que traiga prosperidad y paz a la mayoría de los ciudadanos. Que en breve nos transformará de aquel atrasado paisito productor de postres a un próspero y estratégico eslabón soberano del comercio marítimo mundial. A tragos y rempujones, pero parece que se nos está presentando, otro cisne negro. Sí, ciudadano, aunque cueste creerlo: es el accidentado parto de una auténtica república democrática en Guatemala...
No solamente Charles de Gaulle tuvo que reconocer lo esencial de su lucha. Conrad Adenauer también tuvo que gobernar la Alemania de la postguerra con muchos antiguos nazis en el gobierno. A sus críticos les espetó: „Man schüttet kein dreckiges Wasser weg, solange man kein sauberes hat.“ lo cual traducido libremente significa, no se tira el agua sucia hasta que se tiene agua limpia.
Saludos cordiales
Hugo Ordóñez
Ojalá este sea, no sólo un punto de vista, sino el movimiento de cambio de un gobierno que no llega y sólo se enfoca en perseguir, sino a reconstruir, para poder establecer el orden constitucional, la verdadera democracia, y guiarnos a un futuro de reconstrucción nacional, esclarecer las arcas, el sistema de salud, combatir la desigualdad, el desempleo, priorizar y remodelar el sistema de educación, desaparecer los sindicatos, priorizar la transparencia, eliminar bonos y el sistema de trabajo que perpetua a entidades muchas veces nocivas y sin la educación para el puesto y que quita y pone a su antojo eliminando a personal calificado, que se elimine el servicio de diputados repetitivos, aunque cambien de bando, así cómo choferes, guarda…
Y que tal invitar a otros pesos pesados, como usted, a escribir en este espacio. Edgar Gutiérrez, Gonzalo Asturias, Irma Leticia Nimatuj etc.