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Foto del escritorCiudadano Toriello

¿Dotación Patrimonial ciudadana con Giammattei?

“Nuestros ancestros, padres del Senado, nunca carecieron de sabiduría o coraje y sin embargo, su orgullo no les impidió adoptar instituciones foráneas, cuando las encontraban honorables. Tomaron sus armas ofensivas y defensivas de los samnitas y la mayoría de los símbolos de sus magistrados, de los etruscos. En realidad, todo aquello que encontraron apropiado entre aliados o enemigos, como los griegos o los púnicos, lo pusieron en práctica en casa con el mayor de los entusiasmos, prefiriendo imitar el éxito que envidiarlo.” – Julio César, citado en “La guerra con Catilina”, por Cayo Salustio Crispo.


Quizá sea por los economistas ignorantes de la Historia o quizá por los historiadores ignorantes de la economía, pero el caso es que una de las lecciones históricas más relevantes para el bienestar humano ha pasado relativamente desapercibida: los “milagros económicos” del capitalismo moderno sólo han ocurrido cuando se adopta una economía de mercado, tras darle a las mayorías desposeídas una dotación patrimonial fundacional. He relatado antes en este espacio que eso fue, precisamente, lo que hizo Abraham Lincoln en los EEUU en 1,862 con los “Homestead Acts”, replicando un fenómeno socioeconómico que ocurrió hace dos milenios, cuando la República Romana dotó masivamente de tierras conquistadas a sus veteranos. Más recientemente, para ilustrar mejor el caso, los victoriosos estadounidenses, ganadores de la Guerra en el Pacífico en 1,945, impusieron otras reformas agrarias capitalistas (porque las tierras repartidas se convertían en propiedad privada de nuevos y numerosos pequeños propietarios) en Japón, Corea del Sur y Taiwán, por ejemplo. La súbita aparición de una gran masa de pequeños propietarios, generó una concomitante masa de consumidores, y con ello, mercados que hicieron posible la industrialización acelerada y el desarrollo de esas entonces maltrechas economías, en todos estos casos recuperándose de guerras devastadoras. Además, en un ambiente de menor desigualdad social y económica, las formas republicanas civilizadas se consolidaron espontáneamente. Pero el mismo Tío Sam que con la mano firme del General McArthur modernizaba las economías al otro lado del Pacífico después de la Segunda Guerra Mundial, aquí, con “la mano peluda” de la CIA y los hermanos Dulles, conspiró para proteger al capitalismo de plantación de la UFCO y sus émulos, que con tanto denuedo Lincoln había combatido un siglo antes en su propia Patria. Cabe, no obstante, hacer dos puntualizaciones: (i) En los EEUU de Lincoln, en Corea del Sur y en Taiwán, el “costo político interno” de estos repartos agrarios fue muy bajo; ésto porque Lincoln repartió tierra previamente arrebatada a México (en las guerras de mediados del siglo XIX) y en Corea y Taiwán, se repartió tierra expropiada a los vencidos, es decir a los entonces odiados japoneses (el interesantísimo caso de Japón lo dejaré para otra ocasión, porque el espacio disponible no le haría justicia). Y (ii) pese a lo que dice Vargas Llosa en “Tiempos Recios”, si bien Jacobo Arbenz Guzmán acertó en el diagnóstico, se equivocó en la receta: su reforma agraria no fue capitalista (en vez de propietarios, el Decreto 900 creó “usufructuarios” u otras formas de producción “colectiva”, más parecidas a los koljoses soviéticos o a los fracasados “ejidos revolucionarios” mexicanos, que a las fincas familiares del oeste norteamericano) y “nos embrocó” a un violento “conflicto armado interno” del que hoy aún no estamos plenamente curados…


La tragedia guatemalteca es que desde que la alianza de los gringos con los conservadores chapines derrocó a Arbenz, Guatemala quedó “trabada” entre dos recetas que no sirven: de un lado, nuestros neo-marxistas insisten en un socialismo históricamente fracasado, que sólo puede imponerse violentamente y que conduce inexorablemente a la dictadura, de lo cual tenemos abundantes ejemplos actuales en nuestra América; y del otro, nuestros conservadores están tercamente convencidos de que “si no se hacen olas” nuestro ligeramente evolucionado pero aún atrasado capitalismo de plantación, eventualmente “derramará” suficiente prosperidad a las mayorías… Para los conservadores, además, cualquier fórmula que promueva una intervención correctiva en el tejido socio-económico y político, no es más que otra “populista” y peligrosa proposición “chaira” y con tal de evitarla, han estado dispuestos históricamente a hacer “pactos con el diablo”, como actualmente lo están haciendo, de facto, con los remanentes de una cleptocracia hoy debilitada por la exposición pública de sus chanchullos y crímenes. Pero al mismo tiempo, la Historia de Guatemala pasa por un punto de inflexión: las “maquinarias” electoreras de los antiguos titiriteros del sistema se han derrumbado y aunque el peligro de un retorno “de la Hidra” aún no se ha conjurado plenamente, existe una rendija por la que se asoma una terca luz de esperanza ciudadana. El Dr. Giammattei, sobreviviente cuasi-accidental de un turbulento proceso comicial, aunque sin un mandato popular sólido, es reconocido como Presidente legítimo y depositario de las alicaídas esperanzas de una ciudadanía emproblemada y harta de la polarización política y de nuestro atasco socio-económico. Y es ese mismo Presidente electo quien está proponiendo un novedoso Proyecto Republicano, que si se orienta bien, podría “darle el arrancón” a nuestro largamente demorado “despegue económico”: el Tren Rápido de Guatemala.


Me explico: si Cerezo y Arzú hubiesen sido menos miopes (¿o aprovechados?), la privatización de la telefonía, la electricidad y la carretera de peaje Palín-Escuintla, no sólo habría hecho multimillonarios instantáneos a cuatro gatos (amigos suyos, por cierto), diluyendo su efecto nacional en muy pocos años. Se podría haber aprovechado para, con el 49% de las acciones de esos activos republicanos, hacer una dotación patrimonial ciudadana, no-agrícola. No hay que perder de vista que en la Guatemala de hoy un reparto agrario resulta ya aritméticamente imposible, técnicamente regresivo y políticamente inviable. Por consiguiente, una dotación patrimonial ciudadana a partir de otros activos republicanos, como derechos de vía, derechos costeros, derechos sobre el subsuelo u otros, permitiría hacer el equivalente de los ‘Homestead Acts’ de Lincoln de manera no-agrícola. No olvidar que estos grandes proyectos típicamente implican una concesión fuertemente oligopólica, cuando nó abiertamente monopólica, conducente a jugosos márgenes financieros y por eso mismo, son tan apetecidos. En la Guatemala que gobernará Giammattei eso quiere decir que su TRG y un sistema de carreteras de peaje como el que con tanto afán promueven ahora “los de siempre”, deberían estructurarse de tal forma que los ciudadanos sean accionistas directos del 49% de las acciones (sí, aunque usted diga que muchos las venderán después en un hoy inexistente mercado de capitales guatemalteco). De hecho, la colocación del otro 51% de las acciones en el mercado de capitales internacional será más fácil si Giammattei hace ésto, pues los nuevos inversionistas estarán embarcándose con una sociedad destinada a ser menos conflictiva y en franco “despegue”. No desperdicie su cuarto de hora con la Historia de Guatemala, Dr. Giammattei. Guatemala ya ha perdido demasiadas oportunidades y a las oportunidades, como dice el refrán español, “las pintan calvas”. Haga del TRG un “Tren Republicano de Giammattei”. Por el bien de Guatemala, yo sinceramente deseo que ni a usted, ni a mi Patria, de nuevo, “los deje el tren”…


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriodico el 22 de Octubre 2019"

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