“…Un enorme y oscuro nubarrón grisáceo se presentó en el horizonte. La extraña penumbra de un ocaso prematuro se anunciaba a través de ráfagas de viento que hamaqueaban los árboles y levantaban hojas y papeles del suelo. El sonido de puertas y ventanas mal cerradas, que se somataban y los intermitentes silbidos del chiflón al pasar por los resquicios, le pusieron marco a un rayo que nos cegó fugazmente y cuyo trueno estremecedor nos alcanzó unos segundos después. De pronto empezó a llover como sólo llueve en los trópicos, con furia y casi horizontalmente y la humedad que se sentía en el ambiente, nos untó la piel, mientras continuados relámpagos y truenos nos la erizaban… Pero la tormenta, como vino se fue: después de un cuarto de hora, tras un embriagante espectáculo de ruidos y luces, cesó y sólo quedó ese inconfundible olor a tierra mojada que recordaba de mi niñez. Sobre el cerro apareció de nuevo la claridad y con ella, un deslumbrante arcoíris. De súbito, regresé mentalmente a mi infancia, el miedo cedió y entonces sentí una inexplicable pero muy viva felicidad interior...” – Extracto del capítulo seis, ‘El Valle de las Vacas’, de una novela histórica en construcción.
Recurrentemente, desde 1,949, la confrontación política en Guatemala termina siendo un enfrentamiento entre los que quieren repartir lo ajeno y los que no quieren que las cosas cambien. Eso, a pesar de que a la mayoría, le caen mal ambos extremos. Los sucesos del 2,015 dieron pie para esperar otra cosa, “algo más moderno”, pero como producto del fraude estructural que pusieron en escena los grandes titiriteros que nos han gobernado hasta hoy tras bambalinas, este 2,019 aún no ha sido la excepción. De los estudios de opinión que han circulado recientemente, se puede inferir que a grosso modo, los derechistas recalcitrantes y los socialistas radicales (aquí, muchos estratégicamente solapados), alcanzan un 15% del electorado, cada facción. El restante 70%, que es en términos generales moderado, aunque de talante más bien conservador, se ve obligado a tomar partido por uno de los dos extremos, a votar una y otra vez “por el menos pior” …o a abstraerse del proceso. Esta vez, votaron dos de cada cinco de los empadronados; que a su vez, son cuatro de cada cinco de los que tienen DPI; es decir, el nuevo Presidente está llegando a la primera magistratura, aproximadamente, con el voto de uno de cada cinco ciudadanos... Hasta cuándo vamos a permanecer atrapados en este anacronismo histórico es materia de especulación, pero muchos síntomas indican que éste fue el último ejercicio de esta naturaleza y que el cambio de época está cerca. Ya sólo queda una de las viejas maquinarias electoreras (la UNE) y está en problemas legales potencialmente letales. Y no es para menos: esta campaña política fue el colmo de la bajeza y del tercermundismo agudo y los apátridas de ambos extremos nos han hecho aparecer como un paisito hazmerreír en el mundo civilizado. El espectáculo de los continuos enfrentamientos entre poderes del mismo Estado y la cínica utilización de la escoria mercadológica (como la entrevista televisiva entre Roberto Arzú y la “amiga” de Giammattei), además de las abundantes “anomalías” de un proceso electoral con razón desprestigiado, han dejado hastiados a la mayor parte de los ciudadanos, que hoy saben que nuestro actual sistema político está podrido y que es un desastre que debemos superar…
Hasta ahora, sin embargo, Sandra, con los paradójicamente aburguesados “intelectuales de izquierda” y los empresarios cínicos que la han rodeado, logró hacerse del voto de la mayoría de los desposeídos, de los más pobres e ignorantes y de uno que otro despistado que puso oídos a su revanchismo de clase o a su sucia campaña para evidenciar supuestos comportamientos escandalosos, en la intimidad, de su rival. El olor de las pegajosas mieles de la corrupción atrajo a las moscas de nuestra “democracia” hacia ella y así se vio rodeada de alcaldes y diputados delincuentes o de otros simplemente “pragmáticos” que creyeron que el arroz ya estaba cocinado, que podrían comprar la voluntad de las mayorías. Nuestras clases medias emergentes, no obstante, emulando a la mayoría de nuestra minoría “pudiente” (gracias, entre otras cosas, al creciente impacto de las remesas) apostaron sin mucho entusiasmo por el doctor; más que todo, presas del miedo por el excesivo poder que habría acumulado la UNE en caso hubiese ganado Sandra, lo que correctamente asumieron nos podría encaminar a la “venezolización” de Guatemala. La estructura informal de liderazgo de la Nación decidió, una vez más, que “cualquier otra cosa, menos un gobierno de Sandra”. Así que de entrada escéptica la mayoría con su futuro gobierno, Guatemala evita a última hora resbalar por el precipicio chavista y tiene cuatro años más de oportunidad para encontrar, cuesta arriba, su verdadero rumbo. Pero no nos equivoquemos: si en los próximos cuatro años no encontramos la forma de hacer llegar los beneficios de la institucionalidad republicana y del capitalismo incluyente a nuestras desesperanzadas mayorías, seguiremos viviendo en crisis permanente, perpetuamente angustiados por la potencial aparición de un nuevo Chávez, preocupados porque de una u otra forma, se pueda materializar ese temor siempre presente en el subconsciente chapín, de que “ahí vienen los comunistas”…
Ojalá el nuevo gobierno entienda que ahora que ya no tiene que lidiar con el efecto electoral de incomodar a nuestras élites miopes o a sus partisanos corruptos, sería bienvenido por siete de cada diez guatemaltecos que de veras continúe la lucha contra la corrupción. Que no se vaya a abortar lo avanzado, sino que corrigiendo errores e injusticias pasadas, el proceso se profundice y se siga extirpando el cáncer, tanto en izquierdas como en derechas. Ojalá, también, el nuevo gobierno entienda que tenemos que incorporar a las mayorías desposeídas a la construcción de una renovada prosperidad nacional, que retenga a nuestros compatriotas en sus hogares porque se ha hecho renacer aquí la esperanza en el futuro, construyendo una nación de pequeños propietarios, más que por miedo al rechazo norteño. Ojalá el doctor Giammattei, emancipado de algunos allegados que no inspiran confianza, al revés de lo que nos pasó con Jimmy, nos sorprenda siendo mejor de lo que esperamos que sea. Que a diferencia de Jimmy, al lidiar con el niño caprichudo del Norte, le devuelva la dignidad a la Presidencia guatemalteca. Porque si es así, ciudadano, “el beneficio de la duda” que por el bien de la Patria es obligado concederle a Giammattei, se podría extender y extender… Mientras tanto, hay que seguir contribuyendo a que se respete nuestro voto, digitando las actas de la primera vuelta (¡Hay premios!), para ver si el TSE “nos hizo de chivo los tamales” o nó con las diputaciones (www.FiscalDigital.gt); para ver si de veras el Congreso está conformado como dice el TSE que quedó conformado. Recuerde, ciudadano: todo pueblo tiene el gobierno que se merece…
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriodico el 13 de agosto 2019"
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