En 1,862, la oposición sureña (que había impedido la promulgación de los “Homestead Acts” en 1,852, 1,854 y 1,859) estaba ausente del Senado, como consecuencia de la Guerra Civil. Tras la elección de Abraham Lincoln, el diputado Galusha Aaron Grow, conminó al pleno, a la acción: “Nunca se ha presentado a este Congreso una medida más enfáticamente aprobada por la mayoría de nuestros ciudadanos… para desarrollar los elementos de una mejor y más alta forma de civilización”- dijo. Ya en vigor esa ley, en menos de una generación, los EEUU se convirtieron en la Primera Potencia Industrial del mundo…
Al desarrollarse la Revolución Francesa (1,789-1,814), todas “las testas coronadas” y todas las noblezas del mundo entraron en pánico. No sólo fue el ver rodar al pie de la guillotina las cabezas de los reyes y de sus más conspicuos colaboradores, sino también el ver sus extensos feudos confiscados y la ira de las masas desposeídas sólo aplacada por enfebrecidas distribuciones de la ociosa riqueza de quienes habían heredado fortuna y no pagaban impuestos. La reacción conservadora no se hizo esperar. De la mano del hábil canciller austriaco, Klemens von Metternich, esa reacción aprovechó astutamente los excesos del “soldado del pueblo” vuelto Emperador, Napoleón Bonaparte, para justificar e imponer a sangre y fuego un renovado orden monárquico en Europa (apoyando a Fernando VII en España para volver al absolutismo, por ejemplo). Pero el mundo ya nunca pudo ser como había sido en “el antiguo régimen”. Desde la derrota final de Napoleón, en Waterloo, en 1,815, hasta las revoluciones generalizadas de Europa en 1,848, año de la caída de Metternich en Viena, las grandes monarquías europeas trataron de contener el impulso de la democratizadora revolución liberal y la creciente insolencia de sus burguesías, que demandaban libertades (de prensa, de comercio, de pensamiento). No obstante, entre 1,848 (año de la publicación, también, del “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels) y el inicio de la Primera Guerra mundial, en 1,914, los liberales, acicateados además por sus nuevos competidores políticos, los socialistas, volvieron a la carga contra los conservadores: las principales potencias europeas (con la notoria excepción de Alemania, que siguió un modelo autoritario) experimentaron profundas reformas democratizadoras que consolidaron, en medio de grandes tensiones, el surgimiento de la clase media europea. Eso creó al mercado consumidor de la primera gran industrialización (y tristemente, también, a su feo pariente, el neo-colonialismo).
Al otro lado del mundo, en el Japón, tras la “restauración Meiji” en 1,868, una inteligente aristocracia envió a sus mejores hijos a copiar los modelos europeos y tras hacer reformas socioeconómicas equivalentes en aquella isla (aboliendo, por ejemplo, el servilismo agrícola, en favor de la propiedad privada de la tierra) catapultó a su nación del feudalismo al capitalismo industrial ¡en tan sólo cuatro décadas! Su rápido éxito fue tal, que los nipones le propinaron una descomunal y profunda golpiza bélica a los incrédulos y orgullosos rusos, que pese a sus nociones de superioridad racial, vieron hundirse a toda su flota en el Pacífico ¡en una sola noche! confirmando el nuevo poderío industrial japonés. Pero fue en la norteña América de Lincoln en donde el modelo liberal de democracia y mercado, tras la Guerra Civil y mediante la extendida dotación patrimonial ciudadana que trajeron los Homested Acts, realmente floreció: entre 1,862 y 1,914, los Estados Unidos crearon la más amplia clase media de la Historia hasta ese momento y con ello, la base de un despegue industrial sin parangón. Fue la fortaleza de ese primer “milagro económico” moderno la que los convirtió en la primera potencia internacional, desplazando a los ingleses; la que les permitió salir vencedores en dos guerras mundiales; la que también los llevó a derrotar y posteriormente a reformar “a su imagen y semejanza” a Alemania y a Japón, en 1,945. Y esa historia es, en apretadísima síntesis, porqué los del G7 son los del G7 y porqué tras reconocer que el combate inteligente a la desigualdad extrema es un buen negocio, hoy representan las tres quintas partes de la riqueza mundial…
En la América Española, por contraste, nuestros falsos liberales desaprovecharon la coyuntura de la Independencia, en las primeras dos décadas del siglo XIX, para construir una “República de todos los ciudadanos”. Pese a que estas jóvenes naciones estaban prácticamente despobladas y entonces hubiese sido muy sencillo dotar de tierra suficiente, en propiedad, a todos los ciudadanos desposeídos, no se rompió con un régimen socio-económico de corte claramente colonial, es decir, bi-polar y semi-feudal. Pronto, la influencia de Metternich “cruzó el charco” y aquí tuvimos también una agresiva reacción conservadora (en Guatemala, bajo la guía de familias acaudaladas y asustadizas, utilizando de gendarme a Rafael Carrera); y tardíamente, bajo la influencia del mexicano Benito Juárez, una segunda “revolución liberal”, en la segunda mitad del siglo XIX. Pero en vez de imitar a Lincoln y su capitalismo incluyente, nuestros falsos liberales (aquí, en México y en casi toda la América Latina) imitaron a quienes fueron los rivales de Lincoln, los sureños e implantaron el capitalismo de plantación, el de las “Banana republics”. Hoy, nuestros conservadores lo que quieren conservar, aunque no se den cuenta, es la secuela de ese capitalismo atrasado y desigual, que nos impide ser como el envidiado “primer mundo”, mientras que nuestros socialistas nos quieren imponer su fracasada receta dictatorial y empobrecedora. Y por eso hoy arden, por ejemplo, Chile y Ecuador. Por eso nuestros pueblos son embaucados una y otra vez por un Ortega o un Maduro y Evo consuma su enésimo fraude electoral, mientras la alternativa no convence del todo a nuestras mayorías. A pesar de claras lecciones históricas, en Hispanoamérica insistimos o en un socialismo fracasado, o en un capitalismo atrasado que es políticamente inestable; en un terco y estéril debate entre los que quieren que las cosas no cambien y los que a la fuerza, quieren repartir lo ajeno…
Sin embargo, hoy Guatemala está por iniciar una nueva administración de Gobierno. El nuevo Presidente, con su TRG y la nueva Legislatura con otras iniciativas más (como las carreteras de peaje y la explotación de nuestros minerales), podrían lanzar una cartera de “proyectos republicanos”, para hacer una “dotación patrimonial ciudadana” nó-agrícola, al estilo de Lincoln, sentando de una vez por todas, las bases de una súbitamente ampliada clase media, sacando a nuestras masas desposeídas de la perenne pobreza. Y entonces, quizá, si también rescatamos a nuestro sistema de administración de justicia, la pequeña Guatemala le podría señalar el camino a sus hermanos hispanoamericanos, y de paso, a muchos otros en el mundo, incluyendo al crecientemente desigual país del Joker, los EEEUU de hoy…
"Publicado en la sección de Opinión de elPeriodico el 29 de Octubre 2019"
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