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Foto del escritorCiudadano Toriello

Árbenz desciende a Xibalbá…

“María Cristina me quiere gobernar / y yo le sigo, le sigo la corriente / porque no quiero que diga la gente / que ¡María Cristina me quiere gobernar!” – Danzón cubano que popularizó Cantinflas en una de sus películas clásicas y que los opositores del gobierno arbencista cantaban para dar a entender que a Árbenz lo dominaba su mujer…


El gobierno de Jorge Ubico Castañeda fue la culminación de un proceso de defensa del falso liberalismo que se impuso en Guatemala, tras nuestro anterior proceso de independencia nacional. En toda la antigua América española, tras el impulso republicano inicial, se experimentó una reacción conservadora derivada del retorno al absolutismo que ocurrió en Europa tras la derrota de Napoleón y que personificó el canciller del imperio austríaco, el príncipe von Metternich, hasta 1,848. Por eso las élites hispano-americanas buscaron “hacer retroceder el reloj” y en México, por ejemplo, “importaron” a un nuevo “emperador”: el austríaco “Maximiliano I”. En Guatemala, ese proceso de reacción anti-liberal, en versión aldeana, lo personificó Rafael Carrera y su triste sucesor, “el Chente” Cerna. Benito Juárez, zapoteca brillante, encabezó la segunda ola liberal en Mesoamérica al fusilar al emperador intruso y al facilitarle 300 rifles de repetición al liberal guatemalteco Miguel García Granados. Sin embargo, esta segunda “revolución liberal” pronto devino falsa, cuando tanto Porfirio Díaz, en México, como Justo Rufino Barrios y sus sucesores, en Guatemala, sucumbieron a “los encantos” del capitalismo de plantación que Abraham Lincoln derrotó en 1,862 en los EEUU; pero que encontró refugio en la América Latina, de la mano de agresivos “inversionistas extranjeros” que recibían latifundios y otros privilegios descarados, de corruptos y fantasiosos gobernantes locales. Por eso, mientras que Lincoln con sus “Homestead Acts” convirtió a los desposeídos del Norte en una enorme masa de pequeños propietarios, dando lugar al surgimiento de una sólida clase media consumidora y a una república de todos los ciudadanos, el falso liberalismo de la franja central del continente perpetuó una sociedad bipolar muy similar a la derrotada sociedad sureña estadounidense, aquella que combatió con las armas al inmortal presidente republicano de Illinois. Ese falso liberalismo finalmente se topó, en México, con los tiros de bandidos como Pancho Villa y de soñadores como Emiliano Zapata, hasta volverse “revolución hecha institución”, de la mano de políticos pragmáticos como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. La revolución mexicana que se inició en 1,910, sin embargo, también dio lugar a que los falsos liberales guatemaltecos tomaran medidas precautorias y siguiendo el modelo de los conservadores europeos, se atrincheraran en plataformas ideológicas autoritarias, para preservar al Capitalismo de Plantación. Con la crucial ayuda de la United Fruit Company (UFCO), éso era el gobierno de Ubico y el de su patético sucesor, Ponce Vaides. Lamentablemente, el mundo aún no sabía todo lo que sabe hoy y las rebeliones renovadoras de la América Latina no crearon réplicas de la república de pequeños propietarios que había creado Abraham Lincoln, sino que se encandilaron, aunque fuera sólo parcialmente, con las falsas promesas del marxismo, que había logrado imponerse sobre la Rusia zarista y que en alianza con las democracias occidentales, derrotó al fascismo en la segunda guerra mundial. Fue en ese contexto que ocurrió la Revolución del 44 en Guatemala…


Aunque llevando secretamente a cuestas el peso “de la culpa traidora”, por su papel en la tragedia del Puente de la Gloria (que “la izquierda” atribuyó a las intenciones golpistas del triunviro muerto y que “la derecha” consideraba justificativa de una oposición a todo trance), Jacobo Árbenz decidió que no tenía más opción que “continuar con el proceso revolucionario”. En su discurso inaugural, al asumir sin rival de consideración la primera magistratura de la República en marzo de 1,951, el nuevo Presidente definió así los objetivos fundamentales de su gobierno: “…convertir nuestro país de una nación dependiente y de economía semicolonial, en un país económicamente independiente (principalmente de la UFCO, como es obvio; por eso, la carretera al Atlántico y el inicio de la generación eléctrica “nacional”); convertir a Guatemala de país atrasado y de economía predominantemente semifeudal, en un país moderno y capitalista; y hacer porque esta transformación se lleve a cabo en forma que traiga consigo la mayor elevación posible del nivel de vida de las grandes masas del pueblo.” En otras palabras, Árbenz había diagnosticado certeramente la enfermedad guatemalteca, aunque tras hacerlo, no aplicó la receta correcta. Al no contar, como sí contó Lincoln, con abundantes tierras del Estado con las cuales dotar a los ciudadanos desposeídos, hubo de recurrir a la más contenciosa de las medidas políticas: la expropiación. La parte toral de su acción gubernamental la constituiría la Reforma Agraria (Decreto 900, publicado en junio de 1,952), que pretendía la “redistribución” de “tierras ociosas” de fincas mayores a 90 hectáreas (2 caballerías), “si no estaban cultivadas en al menos dos terceras partes”. Un accidentado y controvertido proceso jurídico-político, que en medio de disputas sobre excesos y abusos en la aplicación de la Ley llevó hasta el enfrentamiento del poder Judicial con los otros dos poderes (y a la posterior destitución por el Congreso de cuatro magistrados de la Corte Suprema de Justicia), se tradujo en expropiaciones de aproximadamente 600 mil hectáreas. Entre acusaciones de corrupción de la burocracia “agrarista”, se “afectaron” unas 1,700 fincas (las más grandes del país), cuyas tierras “ociosas” se “distribuyeron” (en usufructo vitalicio o en propiedad comunal; no en propiedad privada, pues el “dominio” quedó en el Estado) entre unas cien mil familias campesinas, que en aquel momento representaban a aproximadamente un sexto de la población total del país. El proceso se iniciaba a requerimiento de los “Comités Agrarios Locales”, que llegaron a ser unos tres mil en toda la República, “agitados” agresivamente por activistas del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), de filiación comunista, el cual, además, auspiciaba la formación de sindicatos en las fincas “no afectadas” por la Ley, en un ambiente de abierta y creciente “lucha de clases”. La UFCO, la mayor terrateniente afectada, era entonces propietaria del 42% de lo que el gobierno estimaba era la mejor tierra cultivable del país, unos 2,200 Kms2, buena parte “cedida” por Estrada Cabrera, en 1,908. La Reforma Agraria le expropió a la “frutera” aproximadamente unos 950 Kms2 de tierras “ociosas” (“reservas”, decía la UFCO), por los que el gobierno pagó, con bonos redimibles a 25 años, al 3% anual, un poco más de 625 mil dólares, su valor declarado para propósitos impositivos; aunque la empresa multinacional estimaba que el valor de mercado de aquella tierra era superior a los quince millones de dólares…


En 1,953 la UFCO “salió premiada” en su apuesta por el candidato republicano a la Presidencia de los EEUU, pues tres de sus más connotados ex directivos, asesores y accionistas, quedaron en muy importantes cargos de la administración de Dwight D. Eisenhower: John F. Dulles, Secretario de Estado; Allen W. Dulles, Jefe de la Central Intelligence Agency (CIA); y Henry Cabot Lodge II, Embajador de los Estados Unidos ante el Consejo de Seguridad de las NNUU. En el enrarecido clima post “Puente de la Gloria”, por otra parte, Árbenz se encontró cada vez más aislado de sus antiguas amistades y “cercado” por los intelectuales amigos de su esposa, “la Evita centroamericana”; caso del intelectual “Chemanuel” Fortuny, un comunista de escritorio, del PGT, que le escribía los discursos. Con pérdida creciente de apoyos locales y sin alianzas internacionales de consideración que contrapesaran sus arriesgadas decisiones, Arbenz y su gobierno, se habían hecho de poderosos enemigos…


"Publicado en la sección de Opinión de elPeriodico el 24 de Diciembre 2019"

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